Opinión

Leyenda de ‘La Buserana’, por la costa de Muxía

“Esta leyenda es de Muxía, la de la Virgen de la Barca y de la piedra ‘abaladiza’; me la contó mi buen amigo e ilustre poeta gallego Gonzalo López Abente, fallecido en 1963”, escribe el gramático y escritor Leandro Carré Alvarellos en su estudio y antología Las leyendas tradicionales gallegas, Espasa-Calpe, Madrid, 1983, por él clasificada en el grupo de las temáticamente denominadas
Leyenda de ‘La Buserana’, por la costa de Muxía
“Esta leyenda es de Muxía, la de la Virgen de la Barca y de la piedra ‘abaladiza’; me la contó mi buen amigo e ilustre poeta gallego Gonzalo López Abente, fallecido en 1963”, escribe el gramático y escritor Leandro Carré Alvarellos en su estudio y antología Las leyendas tradicionales gallegas, Espasa-Calpe, Madrid, 1983, por él clasificada en el grupo de las temáticamente denominadas “novelescas”. Se refiere al relato titulado La Buserana.
Cierta vez, hace ya muchísimos años, se acercó a la puerta del castillo un peregrino trovador. Tal fortificación, levantada sobre un ‘castro’ de origen céltico, de elevadas torres y colosales muros, se halla bastante cerca de Muxía: en el lugar conocido bajo el nombre de ‘Dos Castelos’. En el mismo residía el omnímodo señor de las tierras de Nemancos y Soneira, el cual tenía sus dominios desde las riberas del río Xallas hasta las orillas del mar. Nuestro caballero lucía una hija jovencita, bella y buena, cuya celebridad se propagaba ya por las recónditas montañas, ya a través de los más suntuosos salones de las nobles casas del reino de Galicia. Huérfana de madre, habitaba junto con una vieja pariente del conde, su padre, quien durante prolongadas épocas estaba ausente, porque empresas guerreras contra los moros vívidamente lo reclamaban.
Y en uno de estos ‘ínterim’ llegó el muchacho esbelto, rubio y de soñadora mirada. El trovador con su laúd a la espalda, cantó a los pies de las murallas del castillo. Brotó el amor por los acariciantes sones de la canción de anhelantes almas. Campos y peñascales frente al mar contemplaron su idílica felicidad. Buserán –nombre del enamoradizo doncel– improvisaba canciones que la resplandeciente Florinda, de cuerpo galano, oía mientras ascendía a los paisajes de la paradisíaca ‘Arcadia’ feliz. Mas un día regresó su padre, el conde, quien, al saber de aquel amor, quebró aquel lazo juvenil. Expulsó del castillo a Buserán y a Florinda le encerró en su aposento. Bajo las estrellas todavía escuchaba las canciones de su amado hasta que, tiempo después, reinó el silencio. Transcurridos muchos años y recuperada la libertad, Florinda oyó a un pastor narrar cómo el trovador durante una tormentosa noche había sido arrojado por los servidores del castillo a las tenebrosas entrañas de una temible caverna de la ‘Costa Alta’. Vagaba Florinda por las orillas buscando a su querido Buserán. Un buen y fiel servidor la seguía continuamente vigilando sus atormentados pasos. Y una noche éste, dramáticos ojos y erizada cabellera blanca, a toda prisa alcanzó el castillo expresando:
–¡Señor, señor, a súa filla foi levada do mundo! ¡Levouna Buserán para o fondo dunha furna!
Luego contó que vio a Florinda bajar por el monte Cachelmo hacia el mar. No fue capaz de detenerla cuando, al borde del abismo gritó: “¡Buserán, Buserán, meu amado Buserán!”. Escuchó la voz del trovador. De repente, una ola gigantesca vino hasta ella y una espesa niebla ascendió: la envolvió “coma o fume que sae das chemineas do pazo”. El luminoso Buserán se llevó consigo a su amada Florinda sumergiéndose hasta el interior de la gruta escondida y llamada “Buserana”, donde a veces aún puede oirse la música del trovador. Y la “furna” mágicamente también inspira la fidelidad del sagrado amor.