Opinión

La emigración más disimulada

A raíz de los alardes de nuevos ricos (derroche, clasismo y elitismo sin justificación, falta de humildad, consumo desbocado, especulación, soberbia sin cultura, pensamiento colonial, etc.) que hemos practicado estos años los españoles –y, sobre todo, los que han escalado a puestos de poder en cualquier sector– y que han hundido al país, he recordado un documental de 2005 sobre nuestros emigrantes que he vuelto a ver.
La emigración más disimulada

A raíz de los alardes de nuevos ricos (derroche, clasismo y elitismo sin justificación, falta de humildad, consumo desbocado, especulación, soberbia sin cultura, pensamiento colonial, etc.) que hemos practicado estos años los españoles –y, sobre todo, los que han escalado a puestos de poder en cualquier sector– y que han hundido al país, he recordado un documental de 2005 sobre nuestros emigrantes que he vuelto a ver. Se llama ‘El tren de la memoria’ y ruego a todos los lectores y a mis compañeros de ‘Crónicas de la Emigración’ que lo busquen en internet y reflexionen sobre lo que se dice. Cuenta la emigración forzosa –la no forzosa casi no es emigración– de dos millones de españoles por Europa en la década de 1960.  Se centra en la traumática historia de hombres y mujeres que llegaron en tren a Alemania para vivir en barracones insalubres y dejarse la salud y el orgullo para sacar a España de la pobreza establecida por el modelo económico franquista, que sólo beneficiaba a terratenientes y rentistas improductivos que despreciaban el conocimiento, la competencia y la ciencia aplicados a la economía y a la industria. Yo tengo que admitir mi constante error de escribir en esta sección con la cabeza y el corazón puestos en América (porque no volvieron nunca, porque empezaron en el XIX y porque los gallegos miramos al Atlántico) y por eso quiero recordar el castigo migratorio de los que marcharon a Alemania en aquella época, que enfermaron de nostalgia y esfuerzo físico pero que volvían cada Navidad a pasar las vacaciones disfrazados de hombres de negocios que en realidad no habían tenido ningún éxito y que pasaban más apuros que sus propias familias en España, que recibían sus remesas y empezaban a olvidarles. Los compañeros emigrados que todavía queden, con el alma medio rota, por Nurenberg o Berlín deben ver estos días con auténtico horror cómo una nueva generación de frívolos y corruptos han echado por la borda tantos años de sacrificio. Va por ustedes.
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