Opinión

James Bain

Hay un pensamiento clásico que advierte de que la gente corriente acaba asumiendo como propia la ideología de los poderosos, como sucedió con el franquismo. Una actualización de esa idea, en pleno siglo XXI, incluiría a los grandes medios de comunicación cuando crean un estado de opinión de la gente a la medida de los cuatro que se benefician de ello.
Hay un pensamiento clásico que advierte de que la gente corriente acaba asumiendo como propia la ideología de los poderosos, como sucedió con el franquismo. Una actualización de esa idea, en pleno siglo XXI, incluiría a los grandes medios de comunicación cuando crean un estado de opinión de la gente a la medida de los cuatro que se benefician de ello. Estos medios han logrado convencernos de que el modelo estadounidense es el que más se parece al paraíso. Y no es un paraíso ni para sus propios ciudadanos. El negro –hay que decir que es negro, porque la estadística de un sistema judicial y policial racistas lo confirma– James Bain acaba de salir de la cárcel después de 35 años preso por un delito que no cometió. La prueba de ADN acaba de liberarle. Casi 300 personas han sido liberadas ya en aquel país tras pedir pruebas genéticas que les liberan, lo que pone de manifiesto cómo se las arreglan los investigadores para hallar pruebas cuando se proponen condenar a alguien. Lo horroroso de todo esto –lo que ya no es un error sino una política de castigo y venganza de Estado– es que Bain se pasó años pidiendo esta prueba sin que se le hiciera ningún caso. Y, en segundo lugar, no hay delito suficiente en el mundo para que un joven de 19 años –la edad de su detención– sea castigado con 35 años encerrado. Todos los expertos, que son los que deberían decidir, sostienen que a veinte años de prisión ya se ha matado a la persona que había en ese cuerpo y a la que se pretendía rehabilitar. Pero aquí nadie piensa en rehabilitar.