Opinión

A flor de piel

No hace falta decir que a modo de las catedrales medievales, los patios andaluces, los colmados extremeños y los ‘chigres’ asturianos, estoy construido de jaras, pinos solitarios y polvo seco del camino. Cuando de tarde en tarde voy a los terruños al encuentro de alguna desnuda espadaña, me doy cuenta de que la tierra de mis mayores ha crecido y germinado a manera los buenos almendros en flor.
No hace falta decir que a modo de las catedrales medievales, los patios andaluces, los colmados extremeños y los ‘chigres’ asturianos, estoy construido de jaras, pinos solitarios y polvo seco del camino. Cuando de tarde en tarde voy a los terruños al encuentro de alguna desnuda espadaña, me doy cuenta de que la tierra de mis mayores ha crecido y germinado a manera los buenos almendros en flor.
Hoy los surcos de los Toros de Guisando, donde Isabel, la hermanastra del rey de Castilla Enrique IV, fue proclamada heredera y comenzó a ser ‘La Católica’, tienen la fuerza bien ganada de las reses bravas y de tronío, es decir, buen metal y mejor casta.
“África comienza en los Pirineos” no fue solamente una frase, sino la forma de pensar y actuar que nos hizo demasiado daño, y así, desnudos, igual a los hijos de la mar que versificó Machado (don Antonio), caminamos los últimos años del siglo más emblemático de la historia, pues en él todo ha sido posible: dos guerras mundiales, grandes descubrimientos científicos y el encuentro del hombre con el Cosmos.
La dictadura nos marcó, y aún así España atiborrada de sueños era demasiado grande para Caudillo alguno, y solamente hizo falta un abrir la ventana, para que a borbotones penetrara el cambio que nos convirtió en europeos con billete de un tren de primera.
Recuerdo ahora, cuando hilvano estas letras, aquella canción de Cecilia, la muchacha de mi generación que nos enseñó a acercarnos al folk y dejó su existencia una madrugada de 1976 en una quebrada de la tierra zamorana de Benavente, cuando más cosas nos tenía que decir. Su melodía se llamaba ‘Mi querida España’, y la he tarareado –la hemos canturreado– miles de veces de la misma forma que Periquito Gacetillero en ‘Ruedo Ibérico’, iba buscando a la niña perdida bajo los porches de las plazas, las tascas, villorrios y colmados hundidos entre olivares y madroños.
La letra la tengo viva, a flor de piel y sangre: “Mi querida España / esta España mía, esta España nuestra, / de tu santa siesta / ahora te despiertan versos de poeta. / Dónde están tus ojos, dónde están tus manos / dónde tu cabeza. / Mi querida España / esta España mía, esta España nuestra”.
¿Ahora hay crisis en el país? Nadie lo pone en entredicho, pero esta, como la vida misma, tiene sus ciclos. Pasará. Existen congojas, paro, manos caídas, considerables dudas,  temores y miedos; con todo la nación, al decir en su tiempo Eugenio Noel, tiene “nervio, mucho nervio”, y esperanzas a manos llenas. En estos instantes necesario es recordar aquellas palabras de Cervantes: “Bien podrán los encantadores quitarme la ventura; pero el esfuerzo y el ánimo será imposible”.