Opinión

Estoy en Berlín, luego estoy “en casa”... ¿de quién?

De seguir así, con tantas declaraciones llenas de eufemismos y neologismos para denominar la emigración por parte de los miembros del PP y del PSOE, el máximo órgano consultivo de la emigración española pasará a llamarse Consejo General de la Ciudadanía Española Movilizada al Exterior.

Estoy en Berlín, luego estoy “en casa”... ¿de quién?

De seguir así, con tantas declaraciones llenas de eufemismos y neologismos para denominar la emigración por parte de los miembros del PP y del PSOE, el máximo órgano consultivo de la emigración española pasará a llamarse Consejo General de la Ciudadanía Española Movilizada al Exterior.
Mucho antes que Esteban González Pons dijera que tiene una casa en Berlín, John Fitzgerald Kennedy había dicho que él era berlinés. Lo dijo en Berlín para señalar su comunión con la sufrida ciudad-isla de posguerra. Pero González Pons, ese hombre, lo hace para desdramatizar un hecho dramático, la emigración, y para quedar en el más absurdo de los ridículos.
El cartesiano ‘cogito ergo sum’ de González Pons, “Estoy en Berlín, luego estoy en casa”,  podría desvanecerse con las filas de escépticos que le decían a René Descartes que el pensamiento demostraba la existencia del pensamiento… no la suya propia. Es probable que la mayor parte de los nuevos emigrantes que tomaron la decisión de irse, no de movilizarse, que es término bélico, no tengan casa, ni física ni espiritual.  
Asegurar que una entelequia administrativo-burocrático-financiera como la Unión Europea (UE) es equivalente a un “hogar”, a una “patria” o a una “identidad común” es tanto como decir que es igual vivir y crecer en La Paz (Bolivia) que en Madrid por aquello de la “cultura compartida”.
Un reciente programa de la Televisión de Galicia (RTVG), Casamos, estaba dedicado a las bodas de oro de un matrimonio de Santa Comba que había vivido la mayor parte de su vida en Brasil y Suiza. Los hijos residían unos en Galicia, otros en Suiza. Hubo una parte en la que la hija narraba la forma de despedirse cuando tenían que volver a Suiza y dejar a los padres, silenciosamente, de madrugada, para evitar lágrimas y sollozos. Cuando lo contaba, no podía contener las lágrimas, pero no de alegría, sino de tristeza. La emigración es una ruptura irreparable. No es sólo una cuestión económica sino humana.
En el último programa del ‘follonero’ Jordi Évole, Salvados, el catedrático Manuel Cruz calificó de bobos a todos los que llamaban a la emigración “movilidad exterior”, creo que fue muy benévolo.