Opinión

Erario

A los españoles les encanta lo público. Quieren una sanidad pública cada vez más avanzada y al ciudadano le espanta el debate sobre el copago sanitario. También están encantados con tener un montón de soldados públicos que cuestan un dineral y enviarlos a pegar tiros (si no fueran a pegar tiros y fuesen por otro motivo se habrían enviado médicos) a países seleccionados por otros gobiernos.
A los españoles les encanta lo público. Quieren una sanidad pública cada vez más avanzada y al ciudadano le espanta el debate sobre el copago sanitario. También están encantados con tener un montón de soldados públicos que cuestan un dineral y enviarlos a pegar tiros (si no fueran a pegar tiros y fuesen por otro motivo se habrían enviado médicos) a países seleccionados por otros gobiernos. El español es ciertamente muy intervencionista respecto al Estado: financia una familia real, paga sueldos a miles de religiosos católicos y hasta le parece bien que una parte del dinero público se destine a aumentar con patrocinios encubiertos los ingresos de deportistas de élite que ya eran ricos sin esas ayudas. Los españoles, en fin, quieren más policías, más viviendas públicas, etc. Son tan ultracomunistas la mayoría de los españoles que insisten en que el Estado asuma funciones más propias de la intimidad de la educación familiar, como las regulaciones sobre el botellón para que el Estado lleve a casa a los niños, la legislación de los contenidos de la televisión, la sexualidad o la presión que meten a los profesores públicos para que sustituyan a los padres en la dura tarea de hacer ciudadanos. Por no hablar de las subvenciones que reciben hasta los más neoliberales o las prejubilaciones innecesarias. Sin embargo, el lavado de cerebro es tan eficaz –y de modo tan evidente se revela quién manda– que parece satánico pedir un banco público en el que depositar nuestros ahorros. Misión imposible.