Opinión

Los ‘enemigos de Stendhal’, interpretados por Torres Bodet

“El 17 de enero de 1831 el señor Eckermann, de servicial y verbosa memoria, fue a visitar como de costumbre a su amigo Goethe. Lo encontró aquella vez ocupado en examinar algunos dibujos de arquitectura. Hablaron de Francia. Carlos X, derrocado por las jornadas de 1830, había exagerado en el trono los errores de un absolutismo que carecía de instrumentos legales de ejecución.
Los ‘enemigos de Stendhal’, interpretados por Torres Bodet

“El 17 de enero de 1831 el señor Eckermann, de servicial y verbosa memoria, fue a visitar como de costumbre a su amigo Goethe. Lo encontró aquella vez ocupado en examinar algunos dibujos de arquitectura. Hablaron de Francia. Carlos X, derrocado por las jornadas de 1830, había exagerado en el trono los errores de un absolutismo que carecía de instrumentos legales de ejecución. Tras opinar sobre su aventura, el maestro comentó la obra de un escritor, poco apreciado en aquellos días: Henri Beyle. Su último libro –Rojo y negro– había seducido al poeta de las Elegías romanas. ‘Sus caracteres femeninos –dijo Goethe a Eckermann– atestiguan un gran espíritu de observación y una profunda intuición psicológica. Tanto es así que de buen grado perdonaríamos al autor algunas inverosimilitudes de detalle”, palabras que leemos en ‘Los enemigos de Enrique Beyle’ del ensayista mexicano Jaime Torres Bodet en su obra Tres inventores de realidad, Ediciones ‘Revista de Occidente’, colección ‘Cimas de América’, Madrid, 1969.

Ahora bien, ¿quién era Stendhal? Nació en la ciudad francesa de Grenoble el 23 de enero de 1783: catorce años después que Napoleón, a quien debería servir bajo las órdenes de Daru, y quince después de Chateaubriand, a quien habría de oponer su estilo cáustico y seco. Conviene recordar que Henri Beyle, cuyo nombre nos hace evocar el de un personaje de Beaumarchais –su padre fue el abogado Querubín Beyle– vio desaparecer a su madre, tan sensible, en muy poco tiempo.

A juicio de Torres Bodet, la vida del célebre escritor Stendhal podría distribuirse en cuatro períodos. En el primero de ellos se desarrollan la niñez y la adolescencia. Siempre bajo la amenaza de un enemigo. Muy pronto, fue “la provincia”, con sus horizontes y sus costumbres siempre angostas. Una residencia cuyas ventanas se abrían a la calle de los Viejos Jesuitas. El puro afecto de su hermana Paulina y dos imborrables amistades: la del paisaje, los Alpes cercanos, y la de un médico retirado, el doctor Gagnon, el abuelo materno de Beyle. El segundo acto principia en París el 1º de noviembre de 1799, cuando apenas daba comienzo el resurgir de la oleada sangrienta del terrorismo. Después, el peligro de la “burocracia”. “El joven Beyle va y viene por todas partes, como el ‘Fabricio’ de La Cartuja de Parma, entre los episodios de Waterloo, sin estar nunca absolutamente seguro de que eso, que lo circunda, sea la guerra”, señala Torres Bodet, añadiendo en seguida: “Su amor propio lo induce a buscar el riesgo, en los desfiladeros o ante la boca de los cañones. Pero en un salón –y los de Milán lo atraen extrañamente– se vuelve tímido. Todas las damas lo hechizan. Sin embargo, las más fáciles se le escapan. Y es que Stendhal conoce su fealdad. Monselet había de describirle, cuando fue cónsul, como ‘un diplomático con cara de droguista’. Él se definió con más pérfido laconismo: ‘Cara de carnicero italiano’, exclamaba, frente a su espejo”.

La tercera etapa de la biografía de Stendhal durará diecisiete años, desde el momento en que Beyle busca refugio en Italia hasta el día en que le llega el pliego del Ministerio de Relaciones Exteriores: el conde Sebastiani le comunica el 5 de marzo de 1831 su designación como cónsul de Francia en Civitavecchia. El amor por Matilde, esposa del general, el barón Juan Dembowsky, y su hermoso tratado El amor, junto con Julián Sorel, el héroe de Rojo y negro. El último período, la condesa Cini, una tentación amorosa en Roma.