Opinión

Emprendedores, empresas, empresarios y especuladores

Ulises, Marco Polo, Cristóbal Colón, Charles Lindbergh fueron grandes emprendedores; sólo el último de los nombrados llegó a ser empresario, es decir un discreto dueño de empresa. Ya ven que no sólo “emprenden” los empresarios, sino todo aquel que acomete un proyecto y pone en él toda su energía y la máxima pasión. No todos los emprendedores tuvieron éxito en sus empresas.
Emprendedores, empresas, empresarios y especuladores
Ulises, Marco Polo, Cristóbal Colón, Charles Lindbergh fueron grandes emprendedores; sólo el último de los nombrados llegó a ser empresario, es decir un discreto dueño de empresa. Ya ven que no sólo “emprenden” los empresarios, sino todo aquel que acomete un proyecto y pone en él toda su energía y la máxima pasión. No todos los emprendedores tuvieron éxito en sus empresas. Un caso tristemente emblemático fue el del gran marino pontevedrés Pedro Sarmiento de Gamboa, fundador del puerto más austral del mundo, la ‘Ciudad del Rey Don Felipe’ (1578), rebautizada como ‘Puerto del Hambre’ por el corsario inglés Cavendish, cuando arribó a sus costas para presenciar el horrendo espectáculo de doscientos cadáveres en descomposición y la modesta villa en absoluta ruina.
El éxito o fracaso de un emprendedor no es homologable a ambos estados en el caso de un empresario, donde fortuna e infortunio se miden en dinero contante y sonante. A lo largo de muchos siglos el emprendedor fue un paradigma humano de excelencia, independiente del resultado de su empresa o acometimiento. El héroe –emprendedor casi sobrehumano– a menudo culminaba sus esfuerzos con la propia muerte, lo que lo elevaba por encima de sus semejantes al olimpo de los elegidos. Nuestro máximo héroe nacional, digno ejemplo de coraje y entrega, fue Arturo Prat, no precisamente un vencedor, acribillado sobre la cubierta del Huáscar. Pero su gesto épico, al igual que el de Sarmiento de Gamboa, trasciende la miseria circunstancial.
En los tiempos que vivimos, no se entiende el éxito sino en términos de logro pecuniario. Tanto tienes, tanto vales, es la máxima suprema para aquilatar los méritos de un individuo, sea en el ámbito financiero-empresarial, en las actividades deportivas, comunicacionales o incluso artísticas. Según este criterio imperante, Salvador Dalí fue un triunfador y Vincent Van Gogh un perdedor, ‘looser’ como les gusta decir a nuestros ejecutivos criollos, tan engolosinados con el ‘american way of life’. (Ejecutivo, el que ejecuta, el que lleva la teoría a la práctica; no olvidemos que ejecutar significa también quitar la vida a otro).
No es condenable que un empresario llegue a la Presidencia de la República; empresario fue Jorge Alessandri, es verdad, pero nunca especulador, como lo es el actual “candidato del cambio”, multimillonario en dólares por causa de hábiles especulaciones que, en el camino, dejaron a otros empresarios arruinados, en esa guerra sin cuartel que presupone el capitalismo salvaje, donde lo que importa es enriquecerse, aunque sea encaramándose sobre los despojos del prójimo. Porque nadie, de manera racional, puede colegir que una persona alcance tamaña fortuna luego de treinta años de trabajo en cualquier labor honrada, ni siquiera para quien se presenta a sí mismo como paradigma del ascenso posible, desde su modesto origen de “clase media”, a la cumbre de los doscientos o trescientos afortunados universales del sistema. Este logro ideal, alzado como expectativa posible para millones de individuos, en Chile y fuera de él, es absurdo y matemáticamente inalcanzable, pero corresponde a la masiva enajenación virtual contemporánea, que ha llevado a las grandes masas a una peligrosa esquizofrenia social, donde la realidad de la pantalla se superpone a la cotidiana, como una droga más poderosa y eficaz que la heroína.
Si no, ¿cómo se explica que ciudadanos de mínimos ingresos y vida esclavizada por generaciones adhieran al plutócrata que pretende ocupar el sillón de O’Higgins? Porque entre los millones de adherentes que hábilmente han captado los dos partidos de la Derecha chilena, la mayoría pertenece a la clase asalariada, con su eufemística y confusa división entre “clase media”, “clase media baja” y “proletariado”. ¿Quién puede pensar en la auténtica vocación de servicio de un individuo que ha vivido por y para el desmedido enriquecimiento personal? La respuesta no es otra que el proceso de perturbación a que nos ha llevado el nuevo opio de las masas: el espectáculo constante y repetido de sus anhelos más primarios hecho espejo donde se miran día a día y sueñan con una farándula a la que jamás accederán, pero que imaginan al alcance de la mano, apenas con el esfuerzo de encender esa caja azul que les alejará de la jornada de miseria y frustración.
Tenemos que reconocerlo: la Derecha es habilísima en este juego del engaño público; por algo tiene en sus manos el monopolio de las comunicaciones. Ni Goebbels hubiese imaginado tamaño poder. Por otra parte, también esta incólume facción de nuestra política va adueñándose, poco a poco, de la educación académica, transformando la universidad en una agencia de empleo para las grandes corporaciones. La desideologización de la sociedad contemporánea constituye también una de sus obras maestras, hasta el punto que hoy muchas personas afirman que da lo mismo votar por la “derecha” que por la “izquierda” o por el “centro”, porque en todas las bancadas del espectro político hay “gente buena y gente mala”, como si la cuestión se redujera a intenciones y bondades individuales y no a una sorda lucha de poderes que presupone la constante confrontación de distintas filosofías de vida y concepciones del hombre y su destino.
La tarea de crear conciencia es hoy más ardua que ayer, pero también podemos utilizar los medios virtuales en provecho de nuestras ideas. No nos dejaremos vencer. La lucha por la justicia y la libertad siguen siendo para nosotros el más noble y necesario de los emprendimientos humanos.