Opinión

El efecto Armstrong

Estamos tan acostumbrados a la telebasura –ahí está enterrada la conciencia y formación política de una masa babosa de españoles– que, ante la formidable y decisiva entrevista del deportista Lance Armstrong, en España sólo se habla de sus gestos físicos.

Estamos tan acostumbrados a la telebasura –ahí está enterrada la conciencia y formación política de una masa babosa de españoles– que, ante la formidable y decisiva entrevista del deportista Lance Armstrong, en España sólo se habla de sus gestos físicos. Que si llora o no, que si no parece arrepentido, que si no pone cara de sufrimiento… Mientras tanto, el ciclista admitió una a una todas las preguntas sobre su dopaje y las maniobras sucias que le llevaron a ganar siete Tours de Francia. Por suerte, todavía hay en los juzgados profesionales de carrera que sentencian por los hechos y por el fondo de las declaraciones, porque la estúpida audiencia televisiva sólo quiere gestos faciales de dolor en este paraíso de las formas. Aunque durante años haya actuado con maldad, mentiras y crueldad extremas en la historia del deporte y del compañerismo deportivo, hay que decir que Armstrong podía haberse retirado discretamente sin pasar por este linchamiento voluntario. Para alguien que ha sido un símbolo planetario, hay que reconocerle un mérito enorme. Todo esto es impensable en España, donde los numerosos casos de dopaje –años y años de trampas anteriores a Armstrong– se han tapado a golpes de nacionalismo español. Aquí les protegen los políticos y los medios de comunicación: los pocos que han admitido sus trampas y tiran de la manta son silenciados y los que no lo admiten culpan al género de su carnicero ante el aplauso nacional y la burla del resto del mundo. La capacidad de numerosos personajes estadounidenses para admitir en público sus errores es encomiable y un ejemplo. En España, esto no sucede en el dopaje pero menos todavía ante la creciente corrupción política y financiera. Jamás en las últimas décadas un personaje público español lleno de basura ha dado la cara para reconocer sus trampas y menos todavía pedir perdón a sus conciudadanos. Jamás. La consigna es enfrentarse a todas las pruebas en contra con una sonrisa y manteniendo la mentira. Y hacen bien, porque aquí no va a la cárcel ni dios.

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