Opinión

Dov’è la mia patria

A Edmundo Moure¿Qué sería sin usted, lector? Sabe que no confío del todo en su forma de opinar ni de sentir. Sabe que, por lo general, le tengo desconfianza. Muchas razones me inducen a pensar así. Pero usted es el otro. Fundamental para un poeta o un escritor. No una masa de lectores. Eso no sirve. Dos o tres bastan. Pues bien, le pido por primera vez un favor. Lea esta crónica con serenidad.
A Edmundo Moure

¿Qué sería sin usted, lector? Sabe que no confío del todo en su forma de opinar ni de sentir. Sabe que, por lo general, le tengo desconfianza. Muchas razones me inducen a pensar así. Pero usted es el otro. Fundamental para un poeta o un escritor. No una masa de lectores. Eso no sirve. Dos o tres bastan. Pues bien, le pido por primera vez un favor. Lea esta crónica con serenidad. Pues no creo en nada. Ni en la patria ni en los líderes. Celestiales o terrenales. Me fascina por momentos ciertas cosas, ciertos lugares. Nada más. Sigo siendo solitario; un hombre que gusta de la belleza de la hembra, de su desnudez o su fineza, de la cordialidad de unos pocos amigos, de la buena lectura. Y fumar una pipa en la vereda de un café rodeado de árboles y plantas. Como advertirá, no pido demasiado.
El título de este artículo corresponde al libro de poemas de Pier Paolo Pasolini, publicado en 1942 en Bologna. Una pequeña editorial posibilitó que estos poemas escritos en friulano vieran la luz. Si usted está atento entenderá que significa: una Italia mussoliniana, los dialectos (en ese momento no era lengua) estaban censurados, hablar en dialecto era subversivo. Es un hito en la historia de la poética italiana por varios aspectos. La lengua, la desigualdad social, la diferencia entre ricos y pobres, la injusticia, la indiferencia, la construcción de una tradición cultural. Además, se pregunta dónde está su patria, cuál es su patria.
Me he enterado que ciertos académicos y no académicos (catedráticos de la burocracia mental)  están buscando la flor como escudo heráldico en Santiago de Compostela. No está mal, no está mal. Con el tema de los crucifijos, los nigerianos, la crisis del petróleo, la guerra en Irán, las elecciones en Bolivia, la cumbre del clima en Copenhague y otras tantas mariconadas es serio buscar una flor que represente euros al turismo y pasión por Xacobo, el Matamoros. El tema es similar a aquellos concilios en donde se discutieron durante siglos el sexo de los ángeles.  ¿De dónde viene esta flor? ¿Cómo se llama? Algunos dicen que es la narcissus indicus jacobeus. Otros se inclinan por amarilis fermosisima. Es la misma flor, botánico lector, pero con distinta ideología. Ambas –la misma Carloncho, la misma– viene de Nueva Galicia, es decir de México. No deja de llamar la atención: una flor que sea símbolo de Compostela proviene de la América mestiza. Podemos hablar del botánico flamenco Charles de la Cluse (1601) o de Nuño de Guzmán (1577). O de otros. O incluso del próximo Mundial de Fútbol con sus mafias, sus negociados, sus bochornos cotidianos y filantrópicos. El tedio, la marginalidad, lo político. O de la poeta Sylvia Plath y su relación con el poeta inglés Ted Hughes. Es para pensar; una cabos caro lector, una cabos.
Todo está falseado en la escena política. Hay simulacros de tensiones. Puestas en escena. Se debe preservar el edificio a toda costa. Rodeados de profesionales en la toma del poder gestionan el trucaje de la escena. En cada partida se reparten las mismas cartas. Y así vivimos el horizonte de las apariencias: representación, teatralidad, vodevil. A veces con torturas, con sangre, con muerte, con cárcel y exilio. Que duda cabe. Y eso se enmarca en la hipócrita tesis de la idealización: el militante contra el aparato. ¡Candor y estupidez incurable! ¡Patologías de resucitar lo imaginario!
Pienso, caro lector, que la fuerza está en el chantaje y en la nostalgia. En el discurso farsante, arrogante, patriotero. En una sociedad informatizada que va en búsqueda de datos y recursos cada vez más inútiles. En valores podridos, digamoslo sin eufemismos. Sobrevivimos en el horizonte de las apariencias atascados en una burocracia mental, en la alucinación de las masas, en la alucinación populista del líder, en una suerte de deyección creciente. Tampoco estoy con el pensamiento subyugado y atrapado por la nostalgia de ciertos libertarios; hay debilidad analítica.
Una familia desapareció en una ruta de la provincia de Buenos Aires. Durante tres semanas se hicieron rastrillajes, se montó un aparato construído entre la burocracia judicial y la burocracia policial. Se rastrillaron caminos, lagunas, ríos. A lo criollo; con el ceño fruncido y palabras enérgicas, convincentes. Peroratas, gestos y candombe. Los medios –no podía ser diferente– hicieron lo suyo: sensacionalismo, inimaginables versiones amarillas, vacuidad. Ayer, la familia Pomar fue encontrada muerta al costado de una ruta, el coche dado vuelta. Luis Fernando Pomar, su esposa Gabriela Viagrán y las dos criaturas, Pilar y Candelaria. Y el perrito. Ahora, se desconfía de todo. Vecinos, funcionarios, gente de a pie. Parece ser que fueron encontrados pues un automovilista sintió un olor nauseabundo, un olor podrido, al pasar. Un sistema social, político, cultural, buscando con radares, helicópteros y balsas durante tres semanas. Publicidad, fotografías de cumpleaños, historias privadas. En el trayecto de Carmen de Areco hacia Pergamino. Ahora en la calle se escucha hablar de las inundaciones, de las obras públicas, del dengue, de los hospitales, de las escuelas. De la desocupación, del hambre y de Nacha Guevara. De los precios para Navidad, de los índices de pobreza, del 82% para los jubilados y de la Copa Mundial. ¿Entiende, caro lector? Tal vez por esta razón Pasolini escribió en un poema: È pieno di vizi il mio cuore solo.