Opinión

Distracciones

Hoy iba por nuestra gran Alameda de Las Delicias, calle principal de Santiago del Nuevo Extremo, que ahora lleva el epónimo del Libertador General Don Bernardo O’Higgins Riquelme, pero que todos llaman ‘Alameda’, a secas… A mí me gusta lo de ‘Las Delicias’, nombre que se le dio en los albores de la Colonia y que aludía a los numerosos puestos de confites y golosinas que se ubicaban en sus anchas veredas (algunos opinan que el nombre
Hoy iba por nuestra gran Alameda de Las Delicias, calle principal de Santiago del Nuevo Extremo, que ahora lleva el epónimo del Libertador General Don Bernardo O’Higgins Riquelme, pero que todos llaman ‘Alameda’, a secas… A mí me gusta lo de ‘Las Delicias’, nombre que se le dio en los albores de la Colonia y que aludía a los numerosos puestos de confites y golosinas que se ubicaban en sus anchas veredas (algunos opinan que el nombre derivaba de las chinganas y casas de remolienda donde lo deleitoso corría por cuenta de generosas criollas)… Digo que iba por la gran rúa, cuando salí de mi ensimismamiento para atravesar la calle de manera abrupta… Sentí el frenazo prolongado y un rosario de puteadas que, al parecer, se dirigían a mi persona, con alusiones precisas a mi sagrada familia… Me detuve y pensé en ti, sintiendo que te amaba, que cualquier día de estos podías amanecer sin este poeta-amador y distraído irremediable.
No es la primera vez que me pasa; hablo de la atravesada torpe y también de percatarme de mi enamoramiento por ti y esa manera tan clara de ver tu rostro, sea en medio del tráfico o de los transeúntes que pululan, como desorientadas avispas, en estos panales citadinos de escaso dulzor y abundantes peligros.
En las puertas del Café Caribe escuché que alguien me llamaba por mi nombre. Era el flaco Velarde, escritor, ex camarada de la célula Ho-Chi-Minh del Partido, allá por los 60’, ahora arrepentido de su antigua fe marxista-leninista y converso del rubicundo Buda, creyente compulsivo en nirvanas y reencarnaciones surtidas… En un tono que sugería cierto desagrado, me preguntó por qué yo no lo saludaba… Ante mi cara de estupor, me dijo: –“Huevón, me he cruzado contigo unas seis veces, aquí, en pleno Paseo Ahumada; te he mirado a la cara e incluso sonreído, y has seguido impertérrito… ¿Qué te pasa?, ¿estás enojado conmigo porque abandoné el marxismo?”… –No, para nada– le dije; al contrario, guardo buenos recuerdos tuyos, más amistosos que políticos, más hedonistas que espirituales… Mira, Verlarde, ocurre que ando casi siempre distraído, absorto en pensamientos literarios o sumido en el pozo de las cuentas impagas… Además, suelo llevar puestos mis anteojos de leer y no veo bien a mi alrededor… –“¿Y para qué caminas con esos lentes, si no ves a un palmo de tus narices”. Para no tener que saludar a huevones, le respondí, escrutándole con socarronería… Antes de que se repusiera, pagué dos ‘cortados’ y le invité a la barra.
Velarde inició un largo monólogo, de clara intención proselitista, hablándome de las bondades del budismo. Yo asentía, de vez en cuando, hasta que tuve que interrumpirle, porque aquello parecía un discurso fidelista… Me parece muy bien –le dije– lo del alma universal y ese Dios único y total que carece del insoportable rostro, entre Woody Allen y Clint Eastwood, que le asignan los judíos, que le barroquizan los católicos y que le bizantinizan los ortodoxos… Ni hablar de la inacabable santería de hacedores de milagros y “gracias por el favor concedido”… Pero lo que me desagrada, compañero… –“Nunca más me digas compañero– me espetó Velarde… Tratémonos de ‘hermano’; es lo apropiado”… Me molesta eso de la reencarnación –insistí– y la posibilidad de revivir convertido en alimaña, en sapo, en ratón o en cerdo…
–“Eso depende de tu comportamiento terrenal, de si has actuado con justicia, de si has hecho el bien a los otros, de si has evitado la mentira y superado la codicia, de si prescindiste de la lujuria y evitaste la gula… No se trata de caprichos del Todo Divinidad-Naturaleza, sino de la perfecta concatenación de causa y efecto dentro de la cabal armonía del Universo…”. Se detuvo, calló, percatándose de mis ojos ausentes… –“No prestas atención, estás perdido…”.  Fueron las últimas palabras de Velarde antes de marcharse, mosqueado.
Salí del café, dirigiéndome al bar ‘Amigo’. Allí estaban el poeta Benito, el abogado Sergio, el ingeniero Roberto, el cuentista Patricio y doña Adriana, la pintora. Me incorporé a la tertulia, no sin antes revisar mis monedas para contribuir, a lo menos, con dos cervezas de a litro… Sergio hablaba de inspiraciones esotéricas y Adriana contó algunas experiencias espiritistas… “¿Por qué anda tan distraído? –me preguntó Adriana– ¿No se habrá enamorado de nuevo?” Sí, de ella misma –le dije– me enamoro a diario, sobre todo cuando algo me distrae, puesto que ella es mi despertar a la realidad, aunque a veces resulte algo violento.
Regresé tarde a casa. Subí rápido las escaleras; tanto, que introduje la llave en el apartamento del cuarto piso –y yo vivo en el tercero–. Abrió el vecino malas pulgas, milico retirado, celoso de su gorda vieja y coquetona… –“Para la próxima, fíjese mejor…”– me gruñó. No vaya a encontrarse con una sorpresa”.
Cuando me senté en la cama, a tu lado, me preguntaste si había recordado pagar los gastos comunes… Te dije que no, que éste ha sido un día de esos para olvidar, una jornada muy distraída, y quise besarte, pero mis labios se hundieron en la almohada.
Quizá mañana…