Opinión

‘Declaración’ de la Academia Porteña del Lunfardo

Recibo carta del insigne filólogo y escritor Don José Gobello, Presidente de la Academia Porteña del Lunfardo de Buenos Aires, a la sombra del nostálgico “farolito” y del emblema que perennemente nos recuerda que “el pueblo agranda el idioma”. Desde la calle Estados Unidos al 1379 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires nos llegan vientos de preocupación ante el presente y porvenir del idioma nacional.
‘Declaración’ de la Academia Porteña del Lunfardo
Recibo carta del insigne filólogo y escritor Don José Gobello, Presidente de la Academia Porteña del Lunfardo de Buenos Aires, a la sombra del nostálgico “farolito” y del emblema que perennemente nos recuerda que “el pueblo agranda el idioma”. Desde la calle Estados Unidos al 1379 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires nos llegan vientos de preocupación ante el presente y porvenir del idioma nacional. “Algunas personalidades italianas, entre ellas el Presidente de la República Giorgio Napolitano, están manifestando su inquietud ante la situación del idioma nacional agredido por los nuevos usos y comportamientos sociales”, expresa el primer párrafo de la Declaración.
¿Las causas de su aviso de emergencia? Muy singularmente el deplorable desplome de los diferentes niveles de lengua y lenguaje soez o, como se dice en lengua italiana, “turpiloquio”: culta y bella terminología, susceptible y digna de tomarse en préstamo. Idénticos riesgos y de manera insostenible asedian al idioma castellano que se habla en la capital porteña. Se considera que “la desaparición del ‘usted’, reemplazado por un checheo confianzuado, ejemplifica el progresivo achatamiento de los niveles de lengua”. Asimismo nos recuerda que, a lo largo y ancho de estos pasados años, el empobrecimiento del habla porteña ha cristalizado en la casi supresión del pronombre relativo “cuyo” y del adverbio de negación “tampoco”, así como en la falta de empleo del “modo subjuntivo”, que se humilla ante el “modo condicional”: “si yo sería” por “si yo fuera”. También en la ignorancia de la coordinación de los “tiempos”: “me dijo que vaya al día siguiente” por “me dijo que fuera el día siguiente”, al igual que en la confusión de los “géneros” del sustantivo: “ese acta”, “ese área”, “esa agua”.
“Sin negar otras causas, creemos que la pobreza idiomática tiene que ver con el tono chabacano de algunos comunicadores y con la cómoda irracionalidad que sustituye el argumento por el grito o la descalificación”, prosigue el certero y oportuno texto de la Declaración que cuidadosamente leemos, firmada en la “reina del Plata” del 1º de enero de 2010 por José Gobello, Presidente, Otilia Da Veiga, Vicepresidente, Eduardo R. Bernal, Secretario, Marcelo H. Oliveri, Prosecretario, Natalio P. Etchegaray, Tesorero, y Oscar del Priore, Protesorero. Se insiste en la “creciente equivocidad” de incontables “términos a los que se atribuyen fraudulentamente significaciones que no registran los códigos de la lengua sino los de la mala fe”.
“No empobrecen, en cambio, nuestra habla, sino, por el contario, la enriquecen los extranjerismos, usuales en la lengua castellana desde los años que ésta incorporó bellísimas voces arábigas, ni las creaciones léxicas de los sectores marginales que la Real Academia Española viene acogiendo en su ‘Diccionario’ desde la primera edición de 1726”, continuamos leyendo. Estima que aquello que más agrede al habla procede del “turpiloquio”, inexorable fruto del “exhibicionismo” tanto como del “mafichismo”. Todo ello asola los escenarios teatrales. Incluso la injuria –que Borges enalteció a la categoría de las bellas artes– alevosamente se hundió en la putrefacta de las cloacas. Como miembro correspondiente en España de la Academia Porteña del Lunfardo de Buenos Aires, asumo con plena responsabilidad y ética lingüística el compromiso de esta Declaración.