Opinión

‘Crónica general del Tango’, ensayo de ensayos de José Gobello

‘Crónica general del Tango’, ensayo de ensayos de José Gobello

“A usted, Luis Adolfo Sierra, dedico esta crónica porque usted ha abierto el camino que conduce a la mejor comprensión del fenómeno cultural llamado tango. Coincidir con usted es mi orgullo y disentir de usted el lujo que diquean mis limitaciones”, escribe Don José Gobello a su dedicatario al inicio de su aplaudida obra Crónica General del Tango, Editorial Fraterna, Buenos Aires, 1980. “Lo que este ensayo procura –quizá presuntuosamente– es dar alguna coherencia a los estudios que vienen enriqueciendo a Buenos Aires”, señala Gobello en su ‘Nota Bene’. “Acuciosos investigadores tiene el tango, hombres de honda erudición y ricas vivencias. Aparte de algunas originalidades que jamás me permitirían dragonear de tangólogo, mis páginas han recurrido a sus trabajos, pero no para juntarlos en una caja de Pandora, sino para enhebrarlos en un collar donde brillen con mejor luz”.
Al comenzar su sabio y didáctico ensayo, Gobello acaricia su ‘Origen’ con las referencias al ‘Viejo Tanguero’ y su extensa nota titulada ‘El tango, su evolución y su historia. Historia de tiempos pasados. Quiénes lo implantaron’. Este providencial testigo recuerda que hacia el año 1877 las sociedades ‘camdomberas’, constituidas por hombres y mujeres de color, habían establecido su cuartel general en el barrio de Mondongo: esto es, la parte occidental del barrio de Montserrat. Al llegar la fecha del carnaval, salían a la calle con sus estrambóticos trajes chillones y sus grandes sombreros de plumas, “bailando tras largas horas al compás monótono de ‘camdombes’ y ‘masacayas”. Y “El ‘Viejo Tanguero’ agrega: “Los compadritos lo llevaron al barrio rudo de los corrales, donde ya funcionaban los peringundines con la tradicional milonga”. Conocemos los ‘Corrales Viejos’, actual Parque de los Patricios, sobre las calles de Caseros y de Veinticuatro de Noviembre.
Profundizamos en el conocimiento de la palabra ‘Tango’ a partir de Esteban Pichardo, en su Diccionario Provincial de Voces Cubanas (Matanzas, Imprenta de la Real Marina, 1836, pág. 242), que definió: “Reunión de negros bozales para bailar al son de sus tambores o atabales”. “Probablemente, ‘tango’ sea voz de origen portugués, introducido en América a través del ‘créole’ afro-portugués de San Thomé y llegada a España desde Cuba”, subraya Gobello, el inmarcesible maestro y culmen de bonhomía, fallecido en octubre del pasado año 2013. Aprendemos las características del denominado ‘compadrito’, diminutivo de ‘compadre’, con un cariz despectivo. “Compadrear” significa “alardear”, hacer ostentación, sobre todo, de coraje. Nos ilustra con referencias y citas literarias de Domingo Faustino Sarmiento, Luis Soler Cañas, Eugenio Cambaceres, Carlos A. Estrada y Jorge Luis Borges, autor, por cierto, en 1930 de la imprescindible biografía Evaristo Carriego, el gran poeta porteño.
‘La milonga y la mazurca’ nos depara las curiosidades y anécdotas de los antiguos bailes y sus procedentes, recordándonos los testimonios de los escritores José Mármol, Vicente Rossi, Benigno B. Lugones y José S. Álvarez, celebrado por sus Cuentos de Fray Mocho. Proseguimos, dentro de este ‘viaje porteño’, con los ‘Cortes y quebradas’ y ‘un baile en el Politeama’. Después singularizamos ‘La italianización del tango’ y ‘El café-restaurante ‘Lo de Hansen’, un establecimiento y prostíbulo suntuario del barrio de Palermo. Afamados fueron asimismo los lugares ‘La Vasca’, de María Rangolla, y ‘Lo de Laura’ en el antiguo Buenos Aires. Rosendo Mendizábal, autor de El entrerriano, en 1897. ¿El pionero?