Opinión

Cortar caña

Esa fantasmagórica tragedia llamada Cuba, se va hundiendo en el “mar de la felicidad”, mientras la marchita una brisa cruzando el malecón resquebrajado de La Habana.La isla no es un dolor, es la pena misma convertida en malaventura, pan rancio y ron con sabor a ácido.

Esa fantasmagórica tragedia llamada Cuba, se va hundiendo en el “mar de la felicidad”, mientras la marchita una brisa cruzando el malecón resquebrajado de La Habana.
La isla no es un dolor, es la pena misma convertida en malaventura, pan rancio y ron con sabor a ácido.
Nicolás Guillén, el bembón de piel carbonífera, versos marcados en compases de sóngoro y hablando inglés, lo marcó con tiza de palmera carbonizada: “¡Ay Cuba, si te dijera, yo que te conozco tanto bajo tu risa ligera!”.
Si levantara la cabeza el poeta de “no sé por qué piensas tú”, tras matar, con la ayuda de José Ramón Cantaliso, la serpiente atravesada, hubiera leído la noticia con palabras del trópico en doliente ceremonia yoruba: El hermanísino Raúl anunció oficialmente que sus planes para ajustar el modelo económico y hacerlo sostenible, pasan por una reestructuración radical e inmediata del empleo, que implicará, como primer paso, la reducción de más de 500.000 puestos de trabajo en el sector estatal.
Tanto nadar durante más de 50 años, para morir en la orilla del capitalismo felón y sórdido.
Y en medio, lo pasmoso: la propia Central de Trabajadores de Cuba, el sindicato vertical de todos, se volvió empresario oligarca: “Nuestro Estado no puede ni debe continuar manteniendo empresas, entidades productivas, de servicios y presupuestadas con plantillas infladas y pérdidas que lastran la economía”.
Un cubanito de a pie, cansado de cortar caña, pela la pava del gallote desplumado: “¡Compadre sindicalista, no me defienda con esas branquias de mantequilla rancia!”.
Raúl glosó de manera pérfida: “Lo único que no podrán decir de nosotros es que robamos o traicionamos”.
La revolución traicionó y cambió democracia por comunismo. Ahora quieren regresar por el camino de promesas congeladas, como si todo lo hecho hubiera sido una equivocación.
A los Castro les espera el horrible Olokum, el amo de las profundidades, al que no se puede ver sin morir. Bueno, tiene aún sosteniendo esa barca medio hundida –¿hasta cuando?– a Hugo Chávez Frías.