Opinión

Códigos

Lo más importante a la hora de gobernar no es la cultura, la sanidad o la educación. Ni siquiera la economía. Es el sentido de globalidad, de conjunto, de que hay una idea general que se traslada a todas las actividades de la ciudadanía. En España, en todas las administraciones, se gobierna con remiendos, a golpes, según hechos puntuales de moda, devolviendo favores o experimentando con la opinión pública.
Lo más importante a la hora de gobernar no es la cultura, la sanidad o la educación. Ni siquiera la economía. Es el sentido de globalidad, de conjunto, de que hay una idea general que se traslada a todas las actividades de la ciudadanía. En España, en todas las administraciones, se gobierna con remiendos, a golpes, según hechos puntuales de moda, devolviendo favores o experimentando con la opinión pública. Esto sucede con la reforma del Código Penal, que se ha realizado sin ningún sentido de lo global, sólo pensando en un objeto de castigo, como si el miedo al Estado fuese el único modo de encauzarnos. Los padres decentes saben que salen mejores hijos de la formación y el ejemplo que del perenne castigo. Sin embargo, el empeño de los gobiernos actuales en aumentar las penas de cárcel o el número de policías en las calles es inversamente proporcional al gasto en educación pública, sistemas de formación cívica o espacios de convivencia públicos. Pero lo más asombroso –y lo que evidencia el estado hipnótico con el que decimos que sí a cualquier cosa– es que no tenemos reparo en aceptar privatizaciones económicas que cuestan miles de tragedias personales pero consideramos normal, incluso una exigencia popular, la intención del Estado de nacionalizar el castigo y la formación de personas cuyo cuidado y enseñanza debían ser una obligación privada de todos los ciudadanos en sus familias y en sus entornos inmediatos. Queremos que el Estado persiga al hijo malcriado que orina en los portales durante el botellón.