Opinión

El códice

El robo del Códice Calixtino en la catedral de Santiago es uno de esos casos en los que, por fortuna, el despliegue mediático no ha conseguido conectar en la misma proporción con la opinión pública, que ya tiene bastantes problemas.
El robo del Códice Calixtino en la catedral de Santiago es uno de esos casos en los que, por fortuna, el despliegue mediático no ha conseguido conectar en la misma proporción con la opinión pública, que ya tiene bastantes problemas. Y eso que a veces se empeñan y consiguen convencernos para tener miedos sin fundamento racional, para que hablemos menos de la crisis (ahora que para los trabajadores y parados es mucho más grave que hace año y medio, cuando dedicaban la portada diariamente) o de que veamos como dictador a un tipo que es constantemente votado por su pueblo en Venezuela pero miremos como demócrata a un salvaje señor medieval de Bahrein que financia la Fórmula 1. La trascendencia del robo, decía, no ha conectado a fondo con la opinión pública y parece que molesta a cierto sector culto de la sociedad. Culto y acomodado, habría que decir, porque la formación cultural, cuando empieza antes de los bienes básicos, es una frivolidad. A mí me parece interesante el libro robado pero sólo por su valor documental para mantener la memoria de un pueblo, pero una vez investigado y replicado el códice –como se ha hecho con las cuevas de Altamira– deja de tener trascendencia identitaria y política y se convierte en simple objeto para coleccionistas y subasteros, por mucho que moleste decirlo a ciertos círculos elitistas. Lo importante del códice no es su antigüedad o exclusividad sino la información que nos ha proporcionado para entendernos. Y ese papel está cumplido.