Opinión

Cocina Gallega

Hay que reconocer que la clase política no deja de sorprender, aquí, allí, y en el otro lado también.

Hay que reconocer que la clase política no deja de sorprender, aquí, allí, y en el otro lado también. En las mismas páginas donde leemos opiniones en contra y a favor de limitar el voto de los residentes en el exterior, nos enteramos de una buena decisión del Parlamento gallego: declarar la obra de Castelao como ‘Bien de Interés Cultural’, y en ese contexto, programar una gran exposición que muestre todo su legado “una vez localizado y catalogado”. La diputada Marisol Piñeiro dijo que “conocer mejor a Castelao supone conocernos un poco mejor a nosotros mismos, a través de un referente ineludible para repensar hoy la cultura gallega” y añadió que “la obra, legado, pensamiento y toda la figura de Castelao no puede caer en la premisa que es propiedad privada de ningún grupo político sino que pertenece al mundo entero fruto del afán que él tenía por universalizar la cultura gallega sin renunciar nunca a sus raíces”. Y he aquí la contradicción: sacralizar las ideas de un gran galleguista, genial artista, como Alfonso Daniel Rodríguez Castelao, que vivió y pensó como emigrante, residente en el exterior, pero desconocerle los derechos que él defendió a los emigrantes actuales y sus descendientes. El simple hecho de reconocerse que se debe “localizar” la mayor parte de la obra de Castelao allende las fronteras políticas de la Comunidad Autónoma, demuestra que culturalmente Galicia está donde están sus emigrantes, embajadores naturales de su país, ciudadanos plenos. ‘Sempre en Galiza’ debería ser libro de texto de lectura obligatoria para los futuros dirigentes.
Manuel Rivas dijo con claridad hace un año en su columna de ‘El País’: “Como es bien sabido, Galicia fue fundada en América. (…) La verdad es que Galicia, la Galicia moderna, nació en América. Fue soñada en América. Lo mismo pasó con su simbología: el Himno, la bandera y la Academia Galega de Lingua. Y en América sobrevivió Galicia en largas eras de historia contemporánea, las muchas veces que el país fue devastado por las pestes, fuesen de la patata o del oscurantismo absolutista (…)”. Contundente. Pero por razones espurias muchos prefieren no enterarse de estas verdades absolutas e irrefutables, erigirse en jueces con poder para dar o quitar derechos a los residentes en el exterior, según sople el viento o cuando les conviene.
La investigadora Alejandra Laera, refiriéndose a las novelas ‘Carlo Lanza’, y ‘Lanza, el gran banquero’, ambas de Eduardo Gutiérrez, dice: “…los italianos no se mezclan con la sociedad porteña; no hay advenedizos, no hay infiltrados, no hay invasión. En cambio, los italianos reproducen en Buenos Aires una pequeña Italia donde es posible materializar los sueños de bienestar que en su patria resultan irrealizables. “–¿Es esto América o es una provincia italiana?– preguntó Lanza al pisar el muelle”. De un solo vistazo el personaje capta la heterogeneidad de los italianos en Buenos Aires que será desplegada a lo largo de la novela: banqueros y comerciantes, changadores y empleados, obreros y profesionales; con sus familias, sus negocios y sus centros de sociabilidad, todos los integrantes de todas las clases encuentran su lugar en esa Italia en miniatura que se preproduce en la ciudad de Buenos Aires…”. Ocioso es explicar el paralelismo con nuestro colectivo, y por que la misma ciudad fue proclamada “quinta provincia” de Galicia.
Asistimos hace unos días a la inauguración de la exposición ‘33 escritores vistos por Seoane’ en la Casa de la Cultura dependiente del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Refiriéndose a Luís Seoane, un artista de dos orillas, los discursos no dejaron de puntualizar lo enriquecedora, culturalmente, que fue la emigración, lo mucho que debe la Galicia actual al poder creador de los emigrantes. Las palabras de los funcionarios parecen seguir en sintonía con la ley que expresa, en su justificación: “España debe considerar a su comunidad emigrante como un auténtico capital social: su compromiso con su tierra de origen la convierte en un recurso fundamental para la proyección de España en el exterior. Parte de este capital social está compuesto por miles de españoles no nacidos en España que residen por todo el mundo, ellos también son parte del presente de nuestro país y debemos de considerarlos actores imprescindibles en la construcción del futuro…”.
Pero ciertos legisladores, ¿trasnochados?, tienen una visión totalmente diferente y quieren borrar de un plumazo los últimos cien años de historia, traicionando su propia estirpe. Muchos intentaron en el pasado apagar el fuego eterno en la lareira, y fracasaron ante la voluntad inquebrantable de un pueblo que tiene muy clara su identidad, y sabe como nadie alimentarse con la más tibia ceniza. Ninguna ley logrará que dejemos de ser gallegos allí donde nos lleve el destino, porque donde estemos estará Galicia. Al igual que la sangre, las lágrimas son innegociables. No dejemos que los egoísmos de unos pocos que perciben salarios del Estado, y tal vez desdeñen nuestra sabia gastronomía, arruinen la comida de quienes nos ganamos el pan con el sudor de la frente.


Ingredientes-Mero al horno: 1 Kg y medio de mero (en filetes) / 1 cebolla / 2 dientes de ajo / perejil picado / pimentón / jugo de limón / 50 grs. de pan rallado / sal / pimienta / 750 grs. de papas / aceite de oliva.


Preparación: Lavar los filetes, secarlos y salpimentarlos. Disponer en una fuente de horno aceitada cubriendo toda la superficie, rociar jugo de limón. Aparte, en una sartén, rehogar la cebolla bien picada; cuando esté tierna añadir los ajos hasta dorarlos. Retirar del fuego e incorporar el pimentón, mezclar con la cuchara de madera. Verter la salsa sobre el pescado, espolvorear pan rallado y llevar a horno 180º unos 20 minutos. Servir acompañando con una ensalada de papas, aceite de oliva y perejil picado.