Opinión

El caso Valadés

Doy por sentado que todo el mundo conoce el ‘caso Valadés’ que trata de un militante del BNG de cierto rango en Vigo que pretende que su partido asuma su otra militancia como presidente de una asociación de amistad con Israel. Hagamos un preámbulo.En justicia, de entrada habría que decir que la amistad es con el Gobierno de Israel, por la reacción en su defensa de la propia embajada inmiscuyéndose en las interioridades del BNG.
Doy por sentado que todo el mundo conoce el ‘caso Valadés’ que trata de un militante del BNG de cierto rango en Vigo que pretende que su partido asuma su otra militancia como presidente de una asociación de amistad con Israel. Hagamos un preámbulo.

En justicia, de entrada habría que decir que la amistad es con el Gobierno de Israel, por la reacción en su defensa de la propia embajada inmiscuyéndose en las interioridades del BNG. De entrada habría que precisar también que la ayuda a Israel no es la ayuda a Burundi, ni la operación kilo de arroz ni la entrega de ropa usada o la captación de fondos para levantar un colegio en la selva; la ayuda que necesita Israel es fundamentalmente ideológica, para respaldar un programa político y militar determinado que se sustenta en un pacto económico y militar con el Gobierno de Estados Unidos, lo que a la postre significa apoyar la política militar de EEUU en todo el planeta y la filosofía del modelo de Estado nación que propugna el sionismo, con el que no están de acuerdo unánime ni todos los judíos del mundo ni todos los ciudadanos israelíes. Habría que decir, también, que me refiero al Gobierno de Israel y no a todo el país porque Israel es un Estado (con normas mucho más democráticas que su entorno político/islámico con algunas tiranías medievales) en el que conviven miles de árabes israelíes con derecho a voto y representación parlamentaria en la Kneset, así como partidos opositores de orientación pacifista. En Israel conviven también militares y reservistas que dan con sus huesos en la cárcel porque se niegan a participar en algunas acciones de guerra inmorales sobre Palestina porque van más allá de una acción defensiva y porque incumplen mandatos expresos de la ONU. Israel es un país culto, rico, complejo y sometido a una enorme e indiscutible presión. Si pudiéramos hacer un cálculo, diríamos no obstante que esa presión es menor que la que se sufre en los campos palestinos en los que se crían los terroristas que asesinan a civiles israelíes. Habría que decir, para terminar este preámbulo, que Israel es un país más –que participa en Eurovisión o en la Liga Europea de baloncesto- y no puede atribuir a sus ciudadanos unos derechos morales históricos exclusivos cuando recurre al victimismo para evitar las críticas que debe estar dispuesto a recibir cualquier país normalizado. Aceptar que Israel no pueda ser criticado porque eso signifique ser antijudío (como si ser judío fuese una condición de víctima histórica) es una estrategia tan maliciosa como racista: significa asumir que todos los alemanes siguen siendo nazis. Y ya basta de este juego siniestro aprovechando la pavorosa y criminal masacre que sufrieron millones de judíos hace sesenta años. Y vuelvo al fondo de este artículo, que no es un debate sobre Israel si no sobre la presunta libertad de discrepar internamente en los partidos españoles. Por supuesto que Valadés tiene todo el derecho del mundo a presidir una asociación de amistad con Israel o la federación de peñas del Deportivo –ambas son igual de lícitas- pero el resto del mundo también tiene derecho a aceptarlo a él o a rechazarlo como miembro de otras asociaciones que buscan una identidad muy concreta. La gente de buena fe se mete en partidos políticos para sentirse identificada con los otros militantes, para refugiarse ideológicamente y protegerse de otras ideas ajenas o contrarias a las suyas. Esa es la condición humana, que nos lleva a buscar cobijo en una tribu. Si en los partidos tuviese cabida todo el mundo, perderían el sentido de su existencia. La persistencia de Valadés es como si el peñista del Dépor se empeñase en acudir a Riazor con la camiseta celeste del viejo delantero céltico Vlado Gudejl. Lo tolerable sería permitir a este peculiar forofo acudir al campo libremente y sin reprocharle nada. Sí, pero en calidad de libre aficionado, no de miembro de una peña deportivista. Eso no sería tolerancia, sería un disparate, por mucho que se trate de vender este asunto como un problema de libertades. Curiosamente quien pretende alimentar este conflicto interno y convertirlo en un asunto de libertades son los votantes y los medios de comunicación de otros partidos políticos ajenos al BNG. No hay movimiento ideológico dentro del Bloque en defensa del gobierno de Israel, más bien al contrario.
Aunque sus acciones puedan ser discutidas por los analistas políticos y por la gente, los idearios de los partidos son siempre merecedores de respeto para los que no formamos parte de esas organizaciones, seamos analistas políticos o simples ciudadanos. En síntesis, que el PP tiene no debería ser criticado por expulsar a un militante empeñado en defender las bondades del modelo socialista cubano. De igual modo, es correcto que el PSOE, para preservar su identidad, censure a un militante que persiste en alabar la gestión del Partido Popular. Y, en la misma línea, lo correcto sería que IU expulsara a la alcaldesa de Córdoba, Rosa Aguilar, porque consigue muchos votos pero lo hace con un ideario contrario al de la organización que le da las siglas.
Lo cruel de todo este asunto es la facilidad con la que se pervierten los intereses legítimos de un partido, el que sea en cada momento, y se manipula a la opinión pública para sacar provecho, del mismo modo que los medios del grupo Prisa, para hacer daño al PP, dan un apoyo coyuntural a Gallardón, o como El Mundo ensalzó la figura de Julio Anguita para perjudicar al PSOE arrancándole unos miles de votos. Los periódicos de derechas, en la misma línea, regalan páginas de propaganda a políticos como Bono con la única finalidad de castigar a su propio partido. Esto es lo que debemos censurar los analistas políticos en todos los casos para defender un juego político limpio sea cual sea el ideario, pues la configuración ideológica es asunto exclusivo del votante. Por eso mismo es una artimaña condenable haber titulado informaciones que afirman que se expulsa a Valadés por ser, literalmente, “projudío”. Estoy firmemente convencido de que la mayoría de los militantes del Bloque, como la práctica totalidad de los españoles, también son projudíos. Faltaría más.

Sucede que un sector emergente del BNG se ha embebido tanto de lo políticamente correcto –es el modelo ‘talante’, de dar más importancia a la forma que al fondo, propiciado por Zapatero- que se ha perjudicado a sí mismo convirtiendo en un debate público un asunto que debería haber zanjado con un golpe en la mesa, sin más miramientos. En otros tiempos de más seguridad en sí mismo, el partido no habría consentido que esta menudencia se le hubiera ido de las manos. Han estado más preocupados en aparentar libertad interna ante los de fuera que de ejercer la libertad de sus propios afiliados que exigía coherencia política a su dirección. La libertad es poder escoger libremente un partido que rechace o respalde la política de Israel. Libertad es incluso la posibilidad de fundar un partido político acorde con nuestras ideas. Por suerte, en España existe suficiente libertad como para abandonar un partido donde todo el mundo te hace la vida imposible.

Analizado el caso desde fuera, parece claro que Valadés ha logrado hacer daño a esa fuerza política en la que pretendía militar, y para eso ha empleado toda la artillería que le han puesto los partidos y los medios de comunicación que quieren mal al BNG, que son todos los que puedan sacar tajada. La política actual es así de repugnante y así es practicada por todos los partidos de cierta pompa.