Opinión

La cartuja de San Nicolás

Estoy sentado al costado de la ventana. Desde aquí puedo observar el movimiento del mundo, quiero decir, las caderas de hembras hermosas y alzadas. Fumo mi pipa con tranquilidad y veo el pocillo desde la complicidad de un joven patricio italiano en días del Renacimiento. Sueño con Clelia, la hija del carcelero.En la mesa que está a mi costado se sentaron dos señoras. Hablan sin poder parar, son compulsivas. De todo y por todos.
La cartuja de San Nicolás
Estoy sentado al costado de la ventana. Desde aquí puedo observar el movimiento del mundo, quiero decir, las caderas de hembras hermosas y alzadas. Fumo mi pipa con tranquilidad y veo el pocillo desde la complicidad de un joven patricio italiano en días del Renacimiento. Sueño con Clelia, la hija del carcelero.
En la mesa que está a mi costado se sentaron dos señoras. Hablan sin poder parar, son compulsivas. De todo y por todos. Mezclan temas, se ofuscan, se ennoblecen, se transforman. Me molestan. Estaba tranquilo en este café del barrio, volando por otros mundos, en una nube de ensoñación y calidez. Y de pronto, esta realidad.
–Sí, es imposible de creer. Te digo que son unos degenerados, unos salvajes. Se los escucha gritar. La verdad no sé lo que hacen, pero deben ser dos locos. A ella se la ve altiva, como desprejuiciada. Sospecho que no usa bombacha. Él es un sucio, va con la camisa fuera del pantalón, se deja la barba dos o tres días… no sé de que se ocupan.
La amiga, mientras juega con el collar, observa con atención cada gesto de la señora alterada. La que permanece callada tiene una blusa a cuadros blancos y negros. Clásica la mujer. Sospecho que su marido es médico o abogado.
–¿Qué modelo queremos? Vamos a terminar como Berlusconi, en el mundo del exceso. Hasta rodeados de centuriones fofos y grotescos. Todo me parece una ficción televisiva, con sindicalistas enriquecidos saludando al pueblo trabajador, dirigentes que hablan de revolución y procesos insurrectos desde hoteles de cinco estrellas. Lo público y lo privado se confunde entre bacanales, mentiras, candidatos, caricaturas. Y dale que te dale. Le pegan al bombo y son dignos soldados de la estrategia del pueblo, que nunca se equivoca.
Hace un buen rato que pagué y me fui del boliche. Lo último que decía la nueva fiscal del barrio no estaba mal, en verdad esto huele tan a podrido que Dinamarca en una suerte de jardín de infantes. Camino por la avenida Callao rumbo a Quintana. Allí daré la vuelta y regreso. Comienza a atardecer. Leí, días atrás, una cita de Stravinsky que me quedó grabada: “Mi libertad será tanto más grande y profunda cuanto más estrictamente limite mi campo de acción y me rodee de obstáculos”. Las calles se vuelven silenciosas y al dejar la avenida las hojas de los árboles van bordeando las aceras. El otoño es una bella estación. Recuerdo, ahora que miro la iglesia que está frente a la plaza Vicente López, un artículo sobre los pasteleros. Tipos simpáticos estos locos. El arzobispo belga André-Joseph Leonard recibió cuatro tortazos de una organización denominada La Internacional Pastelera. En un comunicado dicen que el sacerdote reaccionario recibió, primero, una torta de crema en su cara. Luego le arrojaron tres de chocolate. Parece que la organización ya le tiró tortas exquisitas a Nicolás Sarkozy y a Bill Gates. Parece que planifican la emboscada y luego un comando les arroja las tortas. Tienen puntería, por lo que se ve en las fotografías.
Todo es un poco intolerante. Oportunista, falso, decadente. Como las calles y los muros de la ciudad. Como las alcantarillas y los pastizales de los parques. Días atrás, cuando concurro a una sala de teatro venida a menos, en Almagro, hay un cartel en una de sus puertas que dice: “No queremos a Vargas Llosa”, Asamblea Popular de Almagro. Curioso, me digo, curioso. Las alianzas de los que quedaron de la Armada Brancaleone con cierta intelectualidad forman un guiso o un puchero extraño; dan resultados llamativos. En fin, uno camina y va recorriendo la ciudad, las calles, las barriadas. Una vez más evoco el Doríforo que se exhibe en el Museo Nacional de Bellas Artes. Imperdible. La gente va abombada y poco más se lo lleva por delante. Nadie mira nada, a nadie le importa nada de nada. Están parados sin percibir unos cinco minutos y siguen con un ritmo laboral. Permanecí cerca de cuarenta minutos. Y volveré, volveré. Quién se detiene en él piensa en Policleto, en un Cánon del arte, en lo ideal del arte. Recuerdo las clases de Historia del Arte, los tiempos de estudio, las literaturas comparadas.
No se preocupe por el título de este artículo, caro lector. Stendhal, en su obra inmortal, casi no hace figurar el monasterio cartujo. Ya estoy llegando a mi casa. Si tengo tiempo leeré, del Misal diario y vesperal, La vigilia de un Santo Apóstol. Ego autem sicut oliva… Buenas noches.