Opinión

Cara Sicilia

Verga y Pirandello sí, claro, e incluso Quasimodo, pero sobre todo Vittorini, Lampedusa, Sciascia, Bufalino, Consolo...
Verga y Pirandello sí, claro, e incluso Quasimodo, pero sobre todo Vittorini, Lampedusa, Sciascia, Bufalino, Consolo... Mi irresistible empatía con los grandes escritores de Sicilia, que no tiene aparentemente ningún fundamento práctico o concreto en mi linaje, ¿no ha de implicar acaso una consanguinidad del espíritu con esa tierra tan bellísima como árida, de mar y roca y cielo, hija dilecta aunque violada del Mediterráneo –un poco el padre de los mejores de nosotros–, donde los enriquecedores mestizajes siempre fecundantes, avalados y casi orgánicamente digeridos por una vitalidad indestructible y tan ávida como sabia, se han visto obligados a convivir con todas las invasiones y todos los imperios, con todas las infamias y todas las miserias, efímeros sin embargo frente a tanta desesperada, espléndidamente elemental ansia de vivir.
La sal, la sangre, el sol, la savia de Sicilia se han hecho lengua viva en el claro y orgánico y hondo y musical idioma de su pueblo. Y de ese subsuelo siempre activo han surgido escritores de ley, artistas de la palabra, poetas de la inteligencia y del instinto. Aunque continúo profundamente deslumbrado por la belleza y la piedad de mi contemporáneo Vincenzo Consolo (1935), un escritor de ley, mi otro descubrimiento relativamente cercano es el del impar Gesualdo Bufalino (1920-1996), nacido en la sicilianísima Corniso, un recoleto profesor de lenguas clásicas en localidades aisladas, descubierto en su alta edad por la generosidad de grandes colegas, Sciascia el primero, para iluminarnos con una eterna juventud, con el donaire y la madurez de un auténtico clásico.
De la ineludible mano del azar, o mejor del instinto, me lo reveló su ‘Perorata del apestado’, un libro que en estos opacos tiempos de banalidad y de estridencia no continúa sino que se mantiene magníficamente en los dominios de la escritura como arte, de la literatura como revelación. Y al cual se añadieron otros títulos, no menos significativos, tales como ‘Argos el ciego’, ‘Las mentiras de la noche’, ‘Qui pro quo’, ‘Tomasso y el fotógrafo ciego’, por citar sólo algunos, cuya calurosa recepción (como es el caso más reciente del gran escritor húngaro Sándor Márai) vino también a consolarnos con la evidencia de que la cultura europea aún conservaba algo de su antigua sensibilidad.
Aunque en 1982 él mismo reunió a sus poemas casi secretos, presentados con discretísima humildad, como pidiendo disculpas, bajo el logrado título de ‘La amarga miel’, en sí mismo un oxímoron, no resistí a la tentación de presentarlo en castellano con la cadencia no menos agridulce de sus indelebles aforismos de ‘El malpensante’, donde una tiernísima pero aguda ironía –en la que saludablemente se incluye– no consigue disfrazar del todo a un lirismo esencial, humanisimo, profundo.