Opinión

La ‘Capilla Mayor’ y el ‘camarín’ catedralicio del Apóstol

“Dentro del camarín, el Santiago sedente, como doctor que recibe en su sepulcro a los peregrinos; sobre el camarín, el Santiago misionero, predicador de la fe; en el baldaquino, el Santiago guerrero, defensor de los cristianos en la Reconquista y otras batallas”, describe el erudito historiador Jesús Precedo Lafuente en su obra La Catedral de Santiago de Compostela. Guía, Ediciones Aldeasa, Madrid, 2002.
La ‘Capilla Mayor’ y el ‘camarín’ catedralicio del Apóstol
“Dentro del camarín, el Santiago sedente, como doctor que recibe en su sepulcro a los peregrinos; sobre el camarín, el Santiago misionero, predicador de la fe; en el baldaquino, el Santiago guerrero, defensor de los cristianos en la Reconquista y otras batallas”, describe el erudito historiador Jesús Precedo Lafuente en su obra La Catedral de Santiago de Compostela. Guía, Ediciones Aldeasa, Madrid, 2002. Y prosigue: “Le rinden homenaje cuatro reyes españoles que tuvieron especial protagonismo en el culto jacobeo: Alfonso II, Ramiro I, Fernando V y Felipe IV. Los cuatro ángulos están adornados con otras tantas estatuas que representan a las cuatro Virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza”.
Situados en la ‘Capilla Mayor’ de la Catedral, he ahí la ‘sillería del coro’, elaborada cuando éste dejó de estar en el centro de la Basílica. Diseñada por Martínez Pidal y Pons Sorolla, fue llevada a término por Del Río en 1949. Si hemos de resaltar algunas de las lámparas, señalaremos tres de ellas: la de la derecha, donada por doña María I; la de la izquierda, por el arzobispo Monroy, y la del centro, por el canónigo Diego Juan de Ulloa. El ‘Altar Mayor’ fue rehecho en 1879 por Constenla, siendo su plata donación del arzobispo mejicano fray Antonio Monroy, quien la hizo traer de su tierra centroamericana. Merced a la plata del prelado –nacido en Querétaro– realizó Antonio de Montaos el frontal y las gradas; también, Juan de Figueroa, tanto el sagrario como el expositor. Respecto de la imagen de la Inmaculada, que fuera proyectada por Manuel de Prado, fue llevada a cabo por Francisco Pecul.
En cuanto a los ‘púlpitos’, recordemos que son obra del aragonés Juan Bautista de Celma: el de la izquierda transcribe las escenas que había dejado en la ‘custodia’ del Santísimo el orfebre Antonio de Arfe; el de la derecha asimismo nos muestra episodios relacionados con el Apóstol, inspirados todos ellos en la convicción de su ‘patronato’ sobre España. Firmados ambos por su autor en 1583. Los ‘tornavoces’ fueron creados por Miguel Romay en 1714. No estaría de más evocar cómo, adosados a los púlpitos, se encuentran dos limosneros: el de la derecha, de 1527, al pie de una imagen pétrea de Santa María Salomé madre de Santiago y pariente de la Virgen; el de la izquierda, fechado en 1497, exhibe una imagen de Santiago Alfeo o Santiago el Menor.
Acudimos ahora al ‘camarín’, adonde acude el paciente peregrino a dar su emocionado abrazo a la imagen de piedra policromada y sedente de la escuela del maestro Mateo: el arzobispo Monroy hizo la donación de la esclavina y el bordón, labrados por el artista Figueroa. Mas, ¿cuál podría ser la génesis del renombrado ‘abrazo al Apóstol’? No existe opción para la duda: la inmensa alegría del peregrino quien, tras haber cumplido ‘el camino’ y, en no pocos momentos, haber materializado sus obligaciones –caso de la confesión de sus pecados en el confesionario o en la interioridad de su alma–, alcanzaba, al igual que el ‘hijo pródigo’ del Evangelio, la reconciliación con el ‘Patrón de las Españas’ en la inmarcesible fe cristiana.