Opinión

Camacho

Casi se ha contado todo, en estas horas, de Marcelino Camacho, el sindicalista español más importante del siglo XX, el primer hombre que ocupó la portada de esa asquerosidad machista que es la revista Interviu, en la que como sujeto masculino no tuvo que enseñar las tetas, objeto femenino. Estuvo en la cárcel tras el golpe del 36 y otra vez más, esta vez nueve años, al final del franquismo.
Casi se ha contado todo, en estas horas, de Marcelino Camacho, el sindicalista español más importante del siglo XX, el primer hombre que ocupó la portada de esa asquerosidad machista que es la revista Interviu, en la que como sujeto masculino no tuvo que enseñar las tetas, objeto femenino. Estuvo en la cárcel tras el golpe del 36 y otra vez más, esta vez nueve años, al final del franquismo. Y tuvo que soportar que con la mal contada Transición ninguno de sus carceleros recibiera castigo alguno, ni sus carceleros físicos ni sus carceleros políticos, que se atreven a lamentar su muerte. Esta es la memoria que se desmemoria. Lo más importante, dicen, fue que fundó Comisiones Obreras; pero lo más inteligente, digo, fue vaticinar hace casi veinte años la deriva en la Dirección de su sindicato, escorando a la derecha hasta dar la espalda a la conciencia de clase. Porque ahora no se quiere llamar obrero ni un albañil, ni un minero ni un puñetero periodista de medio pelo. La guerra del lenguaje también la ganó la derecha. Pero lo que no se ha contado porque es historia mía es que jamás en mi carrera un personaje público me había ‘agredido’ tanto con su humildad. Conversamos unos minutos en un hotel de Vigo, antes de dar una charla sindical en esta ciudad industrial, y me provocó que a su lado me sintiera arrogante, soberbio como jamás me había sucedido en más de veinte años de oficio. Era tal su humildad que me hizo sentir vergüenza. Era un obrero, lo que somos prácticamente todos los españoles.