Opinión

Betancourt

Cada vez que oigo a un político emplear la palabra libertad, me echo a temblar. Normalmente se emplea para justificar una maniobra.
Cada vez que oigo a un político emplear la palabra libertad, me echo a temblar. Normalmente se emplea para justificar una maniobra. Bush habla de libertad para invadir Irak pero los iraquíes se ven presos o masacrados; los empresarios hablan de libertad para mover el dinero por todo el mundo pero exigen aranceles para empresas extranjeras; los gobiernos europeos pretenden presumir de un continente ejemplar en libertades pero millones de extranjeros no tienen libertad para entrar y vivir aquí, aunque los empresarios europeos se arrogan el derecho divino de explotar la riqueza natural de esos países. Zapatero, que dice cualquier cosa con tal de que tenga cierta sonoridad rimbombante, se reúne con la ex secuestrada Ingrid Betancourt porque, dice, “representa la causa de la libertad en Colombia”, motivo por el que no tiene reparos en apoyar también al presidente Uribe. Como sucede en la aplicación de la ley, los posicionamientos y las condenas tienen que ser proporcionales con la realidad. Imagínese que yo apoyo a Hitler porque los aliados fueron muy violentos en el Okinawa; no es una reflexión ponderada. Por eso habría que recordar a aquellos de los que no se dice nada en España: los millones de desplazados y miles de asesinados en Colombia por los paramilitares, cuyos líderes se forman en el ejército de Uribe. Hubo un momento, hace unos años, en que las Farc y los movimientos campesinos hicieron un gesto para entrar en la vida parlamentaria. Asesinaron a cinco mil candidatos. A 5.000. No son noticia ni necesitan la palabra libertad.