Opinión

Benito Juárez en la historia de México

“Estamos seguros de que si el príncipe Maximiliano va a México, mil veces el recuerdo de Juárez turbará su sueño, y comprenderá que, mientras haya un hombre tan firme, no puede morir la democracia en América”, escribió Don Emilio Castelar, citado por Juan de Dios Peza en su libro Benito Juárez de 1906.
Benito Juárez en la historia de México

“Estamos seguros de que si el príncipe Maximiliano va a México, mil veces el recuerdo de Juárez turbará su sueño, y comprenderá que, mientras haya un hombre tan firme, no puede morir la democracia en América”, escribió Don Emilio Castelar, citado por Juan de Dios Peza en su libro Benito Juárez de 1906. “Esos caracteres”, agrega, “son un ideal de moralidad vivo y luminoso, que la historia recoge en las páginas, y que obra siempre en la vida de los pueblos. Si Washington ennobleció la cuna de una República, Juárez ha santificado el sepulcro de otra República. Del sepulcro así ennoblecido, se levantará firme y eterna”.

El estadista mexicano Benito Juárez nació en San Pablo Guelatao, un pueblecito perteneciente al estado de Oaxaca, en 1806. Después de sus estudios en el seminario y graduarse como abogado, dio sus primeros pasos en la política local, como diputado en el Congreso de su estado. Elegido diputado en el Congreso Nacional, pronto apoyó a Santa Anna, mas cuanto éste disolvió el Congreso, Juárez se fue al exilio. Retornó a México en 1854, tras el triunfo del Plan de Ayutla. Y nombrado ministro de Justicia, impulsó la elaboración de la Constitución de 1857. Al año siguiente, Juárez se proclamó presidente de la República. Cuando fue derrotado por el ejército conservador, logró el apoyo de Estados Unidos y promulgó una serie de medidas a fin de conseguir el respaldo de la burguesía, de modo que lo condujo a la victoria sobre los conservadores en 1861. Acontecida la difícil situación financiera del país, suspendió el pago de la deuda exterior. Este drama provocó la invasión de México por parte de Gran Bretaña, España y Francia en 1862. Si bien pudo llegar a un acuerdo con España y Gran Bretaña, el ejército francés –con el apoyo conservador– entronizó al emperador Maximiliano, el cual fue derrotado y fusilado por orden de Juárez. Éste fue elegido presidente para el período 1867-1871. Ahora bien, sus intentos de reforzar los poderes del ejecutivo le hicieron perder el calor de los liberales y no tuvo otra opción sino la de recurrir a militares adictos, lo cual reforzó el carácter autoritario de su gobierno. A pesar de las acusaciones de fraude electoral hechas por sus rivales, fue reelegido en 1871. Se vio obligado, no obstante, a luchar contra las rebeliones de Treviño y Porfirio Díaz, que consiguió sofocar. Juárez murió en 1872 en la ciudad de México.

“La presidencia es una función institucional, el caudillaje es una misión excepcional: el poder del caudillo es siempre personal”, escribió el gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz, premio Nobel de Literatura. “El caudillo”, prosigue, “no pertenece a ninguna casta ni lo elige ningún colegio sacro o profano: es una presencia inesperada que brota en los momentos de crisis y confusión, rige sobre el filo de la ola de los acontecimientos y desaparece de una manera no menos súbita que la de su aparición”. “El caudillo gobierna de espaldas a la ley: él hace la ley”, añade en su ensayo titulado Posdata”. El ‘tlatoani’, inclusive si su poder brota de la usurpación azteca o del monopolio del ‘PRI’, se ampara siempre en la legalidad: todo lo que hace, lo hace en nombre de la ley. Nuestra historia está llena de ‘tlatoanis’ y caudillos: Juárez y Santa Anna, Carranza y Villa”.

Ivie E. Cadenhead escribió Juárez, una biografía ganadora del premio literario convocado por el Consejo Interamericano para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que podemos leer en “Biblioteca Salvat, S.A.”, Barcelona, 1985. Una docta y amena semblanza.