Opinión

Balada

Hombres y mujeres venidos hace muchos años a esta tierra desde los confines del mundo haciendo de Venezuela el malecón de la esperanza, se hallan hoy a la deriva ante un gobierno de corte absolutista que se ha venido implantado en el país.En cierta forma había luchado -torpe y deshilachadamente- contra una dictadura, escribiendo febrilmente en las cuatro páginas del pequeño periódico provinciano. Venció la furia y el terror.

Hombres y mujeres venidos hace muchos años a esta tierra desde los confines del mundo haciendo de Venezuela el malecón de la esperanza, se hallan hoy a la deriva ante un gobierno de corte absolutista que se ha venido implantado en el país.
En cierta forma había luchado -torpe y deshilachadamente- contra una dictadura, escribiendo febrilmente en las cuatro páginas del pequeño periódico provinciano. Venció la furia y el terror. Estábamos desnudos de anhelos. Derrotados. Ya no teníamos ni siquiera las palabras
Media Europa intentando sobrevivir -españoles, italianos, rusos, portugueses, polacos, rumanos, griegos, magiares- remontando los años cuarenta, tuvo que enviar a cientos de personas a los países latinoamericanos y así hacer frente a la ardua crisis económica de la posguerra. Si alguien les mató el hambre, ha sido esta tierra, y con el dinero enviado, se ayudó a la reconstrucción de docenas de pueblos en la cuna de la civilización occidental.
A cambio, Venezuela recibió un crisol humanístico de una solidez incalculable. El país se hizo abierto, unió sus valores intrínsecos con los forjados a lo largo de los siglos en los conventos, universidades y cortes del continente de la cruz y la espada. Nueva sangre mezclada con muchas otras, siempre ahí, imperecedera madre de raíces insondables.
Es cierto: se emigra por incontables razones, pero casi siempre en pos de libertad.
Las personas, cuando sienten tronchado su libre albedrío parten con lo puesto igual a gaviotas sin destino.
La mayoría de expatriados, ya en la edad cansina, no podrán irse nunca, se quedarán varados, convertidos en sombras y olvidos quejumbrosos.
La existencia es un drama que alguna vez se cristaliza en sainete o tragedia, y en esa puesta en escena, la emigración sigue siendo un libreto duro de aprender. Posee sabor a salitre y se cobija bajo noches cuajadas de aspavientos abatidos.
Anna Ajmátova gritaba sobre las cenizas: “No me ampara ningún cielo extranjero, / no, alas extranjeras no me protegían. / Estaba entonces entre mi pueblo / y con él compartía su desgracia”.
Hoy Europa está hecha pedazos, pero su libertad sigue estando completa. Se salvará.