Opinión

¿Amigos de Siria?

La ciudad turca de Estambul celebró el pasado 2 de abril una cumbre denominada ‘Amigos de Siria’ en la que 50 países y 10 organizaciones internacionales buscaron una iniciativa política de presión para que el presidente sirio Bashar al Asad termine con el asedio de las milicias rebeldes en el interior del país árabe. A esta cumbre no asistieron la ONU, la UE, Rusia, China e Irán.Auspiciada por EE.
La ciudad turca de Estambul celebró el pasado 2 de abril una cumbre denominada ‘Amigos de Siria’ en la que 50 países y 10 organizaciones internacionales buscaron una iniciativa política de presión para que el presidente sirio Bashar al Asad termine con el asedio de las milicias rebeldes en el interior del país árabe. A esta cumbre no asistieron la ONU, la UE, Rusia, China e Irán.
Auspiciada por EE.UU y sus aliados árabes y musulmanes, esta cumbre le otorga a Turquía un papel clave como interlocutor principal, tomando en cuenta su extensa frontera con Siria, su condición de receptor de decenas de miles de refugiados de la violencia siria y el cada vez más consolidado ascenso geopolítico turco, especialmente tras la Primavera árabe.
Pero el contexto actual complica las variables turca en Siria: hasta hace poco, el gobierno islamista turco de Erdogan mantenía equilibradas relaciones con Bashar al Asad, incluso manejando una importante iniciativa diplomática de eventual proceso de paz entre Siria e Israel que trastocaría sensiblemente las fuerzas de poder en Oriente Próximo.
Llama la atención que ni la UE ni la ONU aceptaran asistir a la cumbre de Estambul, caso contrario de Rusia, China e Irán, los aliados externos más visibles del régimen de Bashar junto al gobierno venezolano de Hugo Chávez. Para muchos, esta cumbre supuso una reproducción fidedigna de la cumbre de París para la transición en la Libia post-Gadafi, en la cual parece que la UE y la ONU no están muy convencidos de su capacidad de actuación.
Pero el contexto sirio parece ahora mucho más complejo que el caso libio, con el caos posterior en el país magrebí. A pesar de la presión y aislamiento internacional, tras más de un año de protestas y unos 9.000 muertos por el conflicto, el régimen de Bashar sigue en pie, contando con el casi irrestricto apoyo de las Fuerzas Armadas, de la institucionalidad burocrática y del gobernante Partido Ba´ath, todo ello bajo el control de la minoritaria comunidad aleví a la que pertenece el clan Asad en el poder.
El complejo mosaico religioso y étnico sirio y la desconfianza hacia una oposición variopinta, dividida y desorganizada (como la libia contra Gadafi) suponen una preocupación constante para Occidente, sus aliados árabes e incluso Israel, para quien el régimen de Bashar, a pesar de su enemistad, constituye tangencialmente un factor de estabilidad en su frontera. Caso contrario si la eventual caída de Bashar da paso a un régimen reivindicativo o incluso fundamentalista contra Israel.
La cumbre de Estambul consolidó el compromiso de diversos actores externos capitaneados por EE.UU para aislar aún más a Bashar. Pero el contexto actual en el que el régimen sirio parece estar recuperando sus posiciones contra los rebeldes en el interior del país, así como la escasa fortaleza y coordinación de unas tropas rebeldes ayudadas militar y logísticamente por mercenarios de Arabia Saudita, Qatar, Turquía, EE.UU, Gran Bretaña, contando con el tácito apoyo israelí, son factores que evidencia la complejidad del drama sirio.
Puede que incluso un Plan B abra la posibilidad de negociaciones secretas con Bashar, contando con el apoyo ruso, para evitar un escenario de fragmentación que complicaría el ya de por sí atribulado mapa de Oriente Próximo.