Opinión

Los tres ‘actores’ del ‘drama ecológico’

Sin ningún género de dudas, a través de dos siglos del período de industrialización se han alterado dramáticamente las débiles y peligrosas relaciones que provocan que todo ser vivo se halle al borde de los demás y del medio ambiente que los circunda.
Los tres ‘actores’ del ‘drama ecológico’
Sin ningún género de dudas, a través de dos siglos del período de industrialización se han alterado dramáticamente las débiles y peligrosas relaciones que provocan que todo ser vivo se halle al borde de los demás y del medio ambiente que los circunda. El ensayista Barry Componer, autor de The Closing Circle: Nature and Technology, Random House INC, New York, Knopf, 1971 –una obra que ha sido best seller de la Ecología Política–, describe que la “ecosfera” padece muchos daños que atestiguan nuestra fuerza para destruir ese tejido ecológico que desde hace millones de años prolonga la vida del planeta: efecto invernadero, lluvia ácida, contaminación de las aguas, deforestación o desertificación que no son sino demostraciones de la acción antrópica sobre nuestro planeta Tierra. Matriz viva de una nueva conciencia y de una nueva cultura: la Ecología. Seres humanos y naciones, parte y, a la vez, actores de su sistema global. Incidamos con nuestra mirada escrutadora en la geografía de Sudamérica, sin tomar como descarte a Centroamérica y Méjico. ¿Y cómo podríamos desechar la conjunción entre los desórdenes ecológicos y los pertenecientes a los de nuestras sociedades? Aunque resulte penoso asumirlo, el ser humano también se ha transformado en depredador: la acuñada “Revolución Industrial” otorga constancia de ello. Reconozcamos, por ende, que desde la época del Neolítico hasta hoy mismo ninguna civilización ha sido, bajo la óptica ecológica, inocente, y sí en muchas ocasiones responsable y culpable en estado severo.
Henos, por consiguiente, ante los tres ‘actores’ del ‘drama ecológico’: el Planeta Tierra, la Naturaleza y el Hombre. En cuanto a la Tierra, nuestro planeta, ¿qué representa sino un minúsculo punto luminoso en el espacio que gira en torno a un punto más brillante, el Sol, que nos concede vida? ¿Acaso el Sol no gira alrededor de nuestra galaxia, la ‘vía Láctea’, y así sucesivamente hasta el infinito, esto es, los confines del Universo donde todavía resuenan los gigantescos tambores y los pasmosos ecos del denominado “big-bang”: la “Gran Explosión”? ¿No sabemos tal vez que la Tierra está abrazada por una sutil capa de gases de máxima fragilidad, la cual ha permitido la vida tal cual la conocemos? No tenemos, al menos por el momento, que sepamos, otro planeta para poder emigrar, caso de colapsarse la vida humana.
Si ahora nos atenemos a la Naturaleza, ¿qué imaginación sería capaz de comprender todo el hermoso conglomerado y espectáculo feliz de millares de colores y formas proteicas, subsistencia y procreación, además de una insólita adaptación al medio que manifiesta su variación desde las cimas del Himalaya a las regiones abisales de los indescriptibles océanos? Naturaleza: inflexible con quienes la desafían; mortífera respuesta para todos quienes la agreden y atacan. ¿Su óptima creación? El Homo Sapiens. Respecto del Hombre, tres características son las que definen al ser humano y que lo diferencian del resto de los animales: es el único ser viviente que “razona” gracias a su portentoso cerebro; es el único ser viviente que ansía la gloria, y, por eso mismo, es “el único” que “puede hacer desaparecer la raza humana” en la propia vida. Recordemos La primavera silenciosa, Edit. Grijalbo, Barcelona, 1972 e Historia de la Ecología, Edit. Nordam Comunidad, Montevideo, 1993. El primero de los libros, de Rachel Carson; el segundo, análisis de Jean P. Delèagn.