Opinión

‘Pintoresca vieja Europa’, recopilado por Rolf Müller

‘Pintoresca vieja Europa’, recopilado por Rolf Müller

“Con la invención de la litografía y del grabado en acero –su aparición tuvo lugar respectivamente en Munich y Londres entre 1796 y 1820– se vio sorprendida la gente del siglo XIX con una brusca ‘inundación de estampas’. Fueron recibidas con placer; la gente se volvió, llena de interés y curiosidad, hacia las flamantes litografías y grabados que aparecían por todos los escaparates de las casas de arte, en forma de libros ilustrados y de cartapacios con grabados. Algunos de estos últimos les proporcionaban con sus ‘vistas’ anheladas nuevas del aspecto del resto del mundo, de otras ciudades, lugares y comarcas. Los que no podían viajar, las contemplaron, estudiaron y comentaron con apasionado deleite”, escribe en su prólogo titulado ‘Correrías a través de un libro de estampas europeas’ el ensayista Egon Schramm para el monumental volumen Pintoresca vieja Europa, 1970 ‘Das Topographikon’, Verlag Rolf Müller, Hamburgo, República Federal Alemana, en traducción al castellano por Luis Romano Haces para ‘Círculo de Lectores’, Barcelona, 1976.
Innumerables estampas del siglo XIX de ciudades y paisajes de la Europa de comienzos y mediados del mencionado siglo: noticias gráficas de las tierras del sur, norte, este y oeste del antiguo continente. Sed de viajar durante el siglo XIX, acrecentándose a medida que los transportes fueron haciéndose más cómodos y veloces. El vapor y el tren suplantaron al velero y a la diligencia. Los manuales de grabados –reemplazando “la realidad”– comentaban el grandioso aspecto de París, “centro del mundo”, de lo imponente de los acantilados de Dover, del grado de inclinación de la archiconocida torres de Pisa y de ese cariz, ya tan extraño, que exhibían las débiles fronteras del viejo continente. Hemos de pensar que el europeo de aquel entonces –digamos ‘inmóvil’ en comparación con el de nuestra época– mostraba un interés apasionado por su amado y admirado continente, por las naciones de Europa, por sus capitales y poblaciones, hermosos paisajes y diversos habitantes.
Este seductor libro abarca cronológicamente seis decenios del siglo XIX. Su grabado más antiguo nos remite al año 1810, en tanto que los últimos dan cuenta ya de sus décadas séptima y octava. Ahora bien, desde las dos primeras imágenes: Amsterdam (hacia 1810) y Moscú (hacia 1812), ¿todo ello cómo corresponde desde la perspectiva política? A la Europa inmediatamente posterior al congreso de Viena de 1815. Al oeste del continente aparecen los países en la misma forma que conservan en la actualidad: Gran Bretaña e Irlanda, Francia, España y Portugal, monarquías por entonces. Asimismo Holanda y Bélgica que constituyeron de 1815 a 1830 un solo reino, al igual que el gran ducado de Luxemburgo. Al norte, los tres reinos escandinavos: Noruega y Suecia asociadas bajo una unión personal y Dinamarca, que a la sazón se extendía muy al sur, hasta las mismas puertas de Hamburgo (Altona era danesa) y hasta la marcha de Mecklenburgo. Al este, el gigantesco imperio de los zares se recargaba en la Europa central –Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania eran rusas– y su bastión más occidental –la frontera occidental polaca del congreso de Viena– se hallaba en el río Warta, a cien kilómetros escasos de Poznan. Y al sureste de Europa la ancha cuña del imperio otomano.