Opinión

‘Los tónicos de la voluntad’, obra de Santiago Ramón y Cajal

“Agotada hace más de tres años la edición costeada por la generosidad del doctor Lluria, nos hemos visto obligados, para satisfacer las demandas de América, a permitir la reimpresión de este folleto en dos revistas científicas americanas.
‘Los tónicos de la voluntad’, obra de Santiago Ramón y Cajal

“Agotada hace más de tres años la edición costeada por la generosidad del doctor Lluria, nos hemos visto obligados, para satisfacer las demandas de América, a permitir la reimpresión de este folleto en dos revistas científicas americanas. Íbamos ya a otorgar la misma licencia a una Corporación científicoliteraria de España, cuando nos hemos percatado de que este abandono del librito a iniciativas ajenas revela pecado de negligencia, susceptible de acarrear algunos inconvenientes”, leemos en el “Prólogo de la tercera edición. Madrid, enero de 1912” correspondiente a la edición de Los tónicos de la voluntad de Santiago Ramón y Cajal, Editorial Espasa-Calpa, colección Austral, undécima edición, Madrid, 1986. “Conservamos esencialmente en esta tercera edición el texto de 1897” –continuamos leyendo–. La presente edición encierra varios capítulos nuevos, entre ellos uno final donde señalamos, según nuestro humilde entender, la obra que las instituciones docentes españolas, y singularmente la ‘Junta de Pensiones y Ampliación de Estudios en el Extranjero’, están llamadas a realizar para que en el más breve plazo posible nuestra Patria colabore, en la medida de sus fuerzas mentales y de sus recursos financieros, en la empresa de la cultura y civilización universales”.

Este libro reproduce el célebre discurso de ingreso del eminente histólogo Santiago Ramón y Cajal en las Academias de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. A lo largo de los nueve primeros capítulos, Ramón y Cajal –con la convicción de que toda obra grande es el resultado de una gran pasión puesta al servicio de una gran idea– concede una serie de consejos y advertencias a los jóvenes estudiantes, intentando promover su entusiasmo por los trabajos de laboratorio. Porque, en efecto, para Cajal “todo hombre puede ser, si se lo propone, escultor de su propio cerebro”. Ya en los postreros capítulos, el sabio investigador analiza los deberes del Estado con la ciencia y sus obligaciones ante la indispensable promoción del científico.

Iniciamos la lectura de “las consideraciones sobre los métodos generales” y la “infecundidad de las reglas abstractas”. E igualmente de la “necesidad de ilustrar la inteligencia y de tonificar la voluntad”. En seguida nos habla de las “preocupaciones enervadoras del principiante”, junto con la “admiración excesiva, el agotamiento de la cuestión, la devoción a la ciencia práctica así como la deficiencia intelectual”. En el capítulo III desarrolla sus ideas acerca de las “cualidades de orden moral que debe poseer el investigador”, para, en el siguiente, indicar “lo que debe saber el aficionado a la investigación biológica”.

Don Santiago Ramón y Cajal, quien naciera en Petilla de Aragón, en Navarra, en 1852, falleció en Madrid en 1934. Estudió Medicina y desde sus comienzos siente atracción por la Histología y principia sus investigaciones dentro de este ámbito específico del cuerpo humano. Catedrático de Anatomía en Valencia, con posterioridad ocupa las cátedras de Histología de las Universidades de Barcelona y Madrid. Y en 1906 recibe el Premio “Nobel de Medicina” por sus investigaciones sobre “la estructura del sistema nervioso”. Asimismo nos muestra “las enfermedades de la voluntad” al igual que “las condiciones sociales favorables a la obra científica”. También la “marcha de la investigación y la redacción del trabajo científico”. Y, en fin, “el investigador como maestro”.