Opinión

‘El Día de la Bandera Argentina’ con el general Manuel Belgrano

‘El Día de la Bandera Argentina’ con el general Manuel Belgrano

“En nombre del pueblo argentino, abandono a la contemplación de los presentes la estatua ecuestre del general Belgrano, y lego a las generaciones futuras, en el duro bronce de que está formada, el recuerdo de su imagen y de sus virtudes”, está leyendo la niña Susana Berta en su libro Abriendo Horizontes en el aula de la Escuela Nacional número 60 ‘Bernardino Rivadavia’ del pueblito de Los Pinos, perteneciente al Partido y Municipalidad de Balcarce, paradisíaca e infinita pampa húmeda, sureña, en la provincia de Buenos Aires.

“¡Que la bandera que sostiene su brazo flamee por siempre sobre nuestras murallas y fortalezas, en lo alto de los mástiles de nuestras naves y a la cabeza de nuestras legiones; que el honor sea su aliento, la gloria su aureola, la justicia su empresa!”, continúa leyendo aquella niña –hoy mismo, en la Tierra Gallega de España– y evocando la efeméride del ‘Día de la Bandera’ el 20 de junio, feriado nacional. Es el discurso pronunciado por el prócer de la educación Domingo Faustino Sarmiento, al inaugurar el monumento dedicado al general Belgrano, el 24 de septiembre de 1873.

“Tal día como hoy, el general Belgrano, en los campos de Tucumán, con esa Bandera en la mano, opuso un muro de pechos generosos a las tropas españolas, que desde entonces retrocedieron y no volvieron a pisar el suelo de nuestra patria. Y sea dicho en honor y gloria de esta Bandera. Muchas repúblicas la conocen como salvadora, como auxiliar, como guía en la difícil tarea de emanciparse. Algunas se fecundaron a su sombra; otras brotaron de los jirones en que la lid la desgarró. Ningún territorio fue, sin embargo, añadido a su dominio; ningún pueblo quedó absorbido en sus anchos pliegues; ninguna retribución exigida por los grandes sacrificios que nos impuso”.

La niña Susana Berta rememora ahora al maestro Núñez, asturiano de origen, quien la felicita por su entusiasmo al sostener y besar la bendita bandera: todos firmes y cantando el ‘Himno Nacional Argentino’, entre la inmaculada blancura de los guardapolvos y el sosegado silencio de la naturaleza pampeana entre el maravilloso canto de los pájaros de Dios. “Jurar esa bandera importa un honor muchas veces insigne”, escribió en un lejano discurso Belisario Roldán. Y agregaba: “He ahí, en efecto, un jirón de firmamento bajo el cual nunca pasó una nube; ni una sola mancha la sombrea; y si es verdad, según el vibrante grito conocido, que no fue atada jamás al carro de ningún vencedor de la tierra, cierto es también, ¡loado sea Dios!, que en los carros vencedores donde ella tremoló, no se cargó jamás botín de aventureros, ni se ultrajó la dignidad humana”.

“La República Argentina ha sido trazada por la regla y el compás del Creador del Universo –lee con delectación la sureña argentina Susana Berta aquel discurso de Sarmiento en la inauguración del monumento bajo el clásico arte de “estatua ecuestre”, abierto a la Plaza de Mayo, frente al Palacio Presidencial, en la capital porteña–. Ese anchuroso río que nos da nombra, es el alma y el cerebro de todas las regiones que sus aguas bañan. Puerta de esta América que abre hacia el ancho mar que toca el umbral de todas las naciones…”.