Este periodista es autor de la novela ‘Virtudes (e misterios)’, premio Blanco Amor

Xesús Fraga: “Me gustaría que el libro fuera un homenaje a mi abuela y a los emigrantes que pasaron dificultades”

‘Virtudes (e misterios)’, de editorial Galaxia, es la nueva novela de Xesús Fraga. Escrita en gallego, al igual que sus anteriores creaciones literarias, el pasado noviembre se hizo con el Premio Blanco Amor de Novela 2019 y recientemente fue presentada en la Diputación de Ourense y en el Liceo. El confinamiento por el coronavirus obligó a posponer otros actos previstos. “Me gustaría que el libro fuera un homenaje a mi abuela y a los emigrantes que pasaron dificultades”, dice.
Xesús Fraga: “Me gustaría que el libro fuera un homenaje a mi abuela y a los emigrantes que pasaron dificultades”
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Xesús Fraga, autor de ‘Virtudes (e misterios)’.

Poco hay tan identitario de Galicia como su lengua y su diáspora. Con ‘Virtudes (e misterios)’, un libro sobre la emigración y escrito en gallego, se adentra el periodista Xesús Fraga en ese mágico, a la vez que traumático, mundo de los expatriados. Una experiencia que le tocó vivir muy de cerca, incluso como protagonista, y de la que entresaca aspectos positivos a la vez que negativos. Con ella se hizo merecedor del Premio Blanco Amor de Novela 2019, que le comporta una responsabilidad añadida: la de ver su nombre unido al de tan insigne figura de las letras gallegas. La entrevista nos deja dos sensaciones: un profundo cariño hacia Virtudes, en la que todos podemos ver reflejadas en algo a nuestras abuelas, y un desasosiego: qué se esconde detrás de ese abuelo. La historia quizá tenga continuidad en otro libro.

‘Virtudes (e misterios)’, de editorial Galaxia, obtuvo el Blanco Amor el pasado noviembre y recientemente fue presentada por su autor en la Diputación de Ourense y en el Liceo. El confinamiento por el coronavirus obligó a posponer otros actos previstos. La versión en castellano, programada para mayo o junio, espera en la editorial zaragozana Xordica a que pase la pandemia. “Ahora imagino que también se retrasará”, asegura el autor.

Pregunta. ¿Qué fue lo que le motivó a escribir esta novela?

Respuesta. Yo nací en Londres y viví allí los primeros cinco años de mi vida. Luego volví con mis padres para Betanzos, de donde es originaria mi familia. Durante todo ese tiempo, viví entre la cultura española y la británica. Mi madre hablaba en inglés, tenía muchos libros en inglés, mis referentes y personajes eran también de la cultura británica, y como muchos niños, hijos de emigrantes, fui creciendo entre dos culturas. La diferencia es que, muchas veces, los hijos de emigrantes crecen en el país de acogida y mantienen la cultura de los padres, en cambio, yo estaba otra vez de vuelta en el país de mis padres, pero seguía en contacto con el país donde se desarrollara la emigración. Ayudó el hecho de que mi abuela siguió viviendo en Londres mucho tiempo. 

Todas esas circunstancias influyeron o moldearon mi biografía, y ese era el material con el que quería trabajar. Tratar de ver cómo la emigración fue tan decisiva para mucha gente, a nivel general e individual; cómo influye en lo que te conviertes, en tus referencias, en sus experiencias, en los lugares que visitas. Todo eso influye en tu biografía y esa fue la motivación última de tratar ese material desde el punto de vista literario.

P. Cuéntenos la historia. ¿Por qué emigró la abuela?

R. Mi abuela se vio obligada a emigrar porque su marido, que había emigrado a Venezuela, no enviaba dinero, no quería volver ni tampoco que ella se fuera para allá a reunirse con él. Ella trató de explicarle todo lo que trabajaba, y que no le daba el dinero para mantener a tres hijas, a una madre y pagar una casa alquilada... Llegó un momento en que perdieron la comunicación. 

P. ¿Cómo le fue a Virtudes como emigrante en Londres? Hablamos de una mujer sola en aquellos tiempos en una gran ciudad. ¿Cómo consiguió salir adelante?

R. Mi abuela, como muchas otras mujeres de su generación, casi no tuvo formación, ni escolarización, digamos que fue a la escuela lo básico, y tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a la familia. Se casó muy joven, con 19 años, y enseguida llegaron las tres hijas, mi madre y mis tías. Emigró ella sola, las hijas quedaron con la abuela, o sea con mi bisabuela.

Fue una vecina con la que se cruzó en el camino la que le habló de otra vecina que había emigrado a Londres. Por aquel momento era cuando empezaba la emigración a Europa, y ella estaba tan desesperada que se fue para allá. En aquellos años del franquismo las mujeres no podían tener un pasaporte sin autorización del marido. Así que, con la ayuda de un funcionario, hubo que falsificar, o ‘amañar’, los papeles para que pudiese salir. Se puso a trabajar con una familia, pero al principio fue nefasto. Trabajaba muchísimo, pero la señora de la casa era muy egoísta con las raciones. Entre el muchísimo trabajo y la malnutrición, empezó a adelgazar. Hasta que un día, en misa, otras emigrantes la vieron, hablaron con el cura y la sacaron de allí. Le buscaron trabajo en un hospital que regentaban unas monjas, pero, cuando llegó, la tuvieron en cama tres semanas para que se recuperase de la situación de debilidad en la que se encontraba. Luego empezó a trabajar en una residencia para enfermeras, en la limpieza y cocinando, y en un hospital. Al mismo tiempo también tenía otros trabajos por su cuenta, limpiando oficinas o domicilios privados. Eso le permitió convertirse en la proveedora de la familia.

La separación fue muy dura, tanto la del hombre como la de las hijas, que también fue muy traumático. Pero ella pensó que si todo ese sacrificio podía tener algún sentido era para que a su familia no le faltase de nada. Todo el dinero que ganaba allá iba destinado a ese fin, a asegurarse de que a la familia le fuese bien. Empezó a mandar muchas cosas, como hacían otros emigrantes: ropa, objetos necesarios para uso doméstico, todo tipo de comidas exóticas que había en Inglaterra…, y consiguió comprar una casa propia y que mis tías y mi madre pudieran estudiar. Yo y mis primas somos la primera generación de la familia que hemos ido a la universidad y soy consciente de que, en buena medida, debemos ese privilegio al esfuerzo que hicieron tanto mi madre como mi abuela.

Los inicios fueron muy duros, pero cumplió su propósito, que fue el de suplir ese vacío que dejó el marido, tanto emocionalmente como en la familia.

P. ¿‘Virtudes (e misterios)’ pretende ser pues un homenaje e esa abuela?

R. Sí, desde luego. Para mí la heroína en la vida real fue mi abuela. Además del sacrificio que hizo y de la generosidad, tenía un humor genial, podía ser muy brusca y muy arisca, porque tenía un genio muy fuerte, pero al mismo tiempo era cariñosa y tenía muchísimo humor. Era uno de esos personajes que supera la ficción. Yo siempre me sentí muy unido a ella, un poco también porque yo estaba creciendo en ese contexto de la cultura británica y ella estaba allá. Podíamos visitarla, nos acogía en su casa. Cuando llegué a la adolescencia comencé a viajar yo solo a Londres. Me alojaba en su vivienda, un cuarto pequeño que compartíamos, y recuerdo que ella me daba mucha libertad. Yo andaba por Londres haciendo mis cosas y viendo a mis amigos, pero también estaba tiempo con ella. Iba a limpiar casas u oficinas con ella y desarrollamos una relación muy entrañable y muy próxima. Me gustaría que el libro, que es un libro difícil y complejo, con muchas emociones y que me supuso un esfuerzo por condensar la historia de mi familia, fuera entendido como un homenaje a ella y al resto de las personas que en algún momento tuvieron que emigrar y que pasaron por esas dificultades y emociones por las que pasó ella.

P. ¿Estamos pues ante un libro biográfico o autobiográfico?

R. La idea es hacer una novela sin ficciones, una novela de hechos reales. Está tratado como una novela, como una pieza literaria, pero el material es biográfico y autobiográfico. Además, me interesaba no solo contar el punto de vista de los emigrantes, que creo que ya hay bastantes libros que hablan de eso, sino cómo se ve este fenómeno desde la óptica de un niño, observando a sus padres, a su familia. Ese crecer entre la cultura del país emigrante y la cultura propia y cómo a veces se dan desajustes, pero también se dan ventajas, como el poder vivir a caballo entre dos culturas. Quería destacar ese punto de vista.

P. Por lo que cuenta, años después de recalar en Londres, Virtudes vivía en una habitación. ¿No le daba el dinero para más, o todo lo que tenía lo quería enviar a Galicia?

R. Ella lo que prefería era sacrificarse en su bienestar material a cambio de poder seguir enviando cosas para la familia. No reservaba absolutamente nada para ella. Todo lo que hacía, como las visitas a los mercados, era para comprar cosas para las hijas, para la madre, para las hermanas, para los nietos. Poco para ella, o nada, y todo para los demás. En ese sentido, yo enmarco también su vivienda. Seguramente pensaría que para ella le llegaría y que a cambio podía disponer de más dinero para seguir ayudando a los demás.

P. En ese ir y venir de Londres del que habla, ¿nunca tuvo la intención de quedarse a vivir allí?

R. Esa es una pregunta que me hice muchas veces. Cuando nos volvimos, no era consciente de lo que estaba pasando. Una vez en España, cuando se desató la crisis de los 70, mi padre no encontraba empleo, y ambos pensaron en volver a Inglaterra, pero ya estaba Margaret Thatcher como primera ministra y en el país empezaba el desmantelamiento del estado del bienestar, que significó que muchos de esos trabajos que hacían los emigrantes desaparecieran. Al final, se quedaron, pero yo siempre me hice esa pregunta: qué tipo de vida habría llevado de haberme quedado en Inglaterra, qué tipo de amigos tendría, qué tipo de gustos, de aficiones, de trabajo. Ahora soy periodista, pero de haberme quedado allá no sé por qué hubiera optado. La literatura te permite explorar o investigar en esa vida que pudiste llevar y no llevaste. De hecho, cuando finalicé la carrera, durante un tiempo, estuve pensando en ir a Londres y hacer vida allí, pero me ofrecieron prácticas en Radio Voz y acabé con un contrato indefinido en el periódico ‘La Voz de Galicia’. Pero no descarto, como uno de esos sueños, una de esas aspiraciones que algún día podrías llegar a cumplir, el volver a ese lugar. No sé si es atraído por el hecho de haber nacido en él o por otras implicaciones biográficas o culturales, pero siempre hay esa pulsión. Creo que, de momento, resuelvo con la idea de que puedo estar con un pie en un lugar y en otro, a lo mejor no físicamente, pero mantengo el contacto con Londres, leo periódicos, traduzco libros de autores británicos, me gusta la comida inglesa… Ese crecer entre las dos culturas sigue presente en mi vida actual.

P. Y en ese sueño, ¿siempre aparece Londres como lugar de referencia? ¿No piensa en recalar en otro país de Europa o del mundo para poder saber cómo es la vida en esos lugares?

R. Sí, sí. Yo no soy un viajante consumado, pero conocí otros sitios: Tánger, Praga, Polonia, Alemania… Pero no es lo mismo viajar por conocer, por ampliar horizontes, que ir a Londres, que es como regresar a un lugar que también forma parte de tu vida y con el que tienes un vínculo íntimo. Durante el tiempo que vivió allá mi abuela, era como volver a casa. Yo llegaba e inmediatamente recuperaba mi rutina; me sentía bien, cómodo y a gusto. Ahora que voy con mi familia, con mi mujer y mis hijos, hay una parte turística, pero sigue habiendo ese volver al lugar donde naciste y donde viviste los primeros años de tu vida. Digamos que tiene una connotación diferente de cuando viajas a lugares que a lo mejor, como es el caso de Nueva York, conoces mucho por el cine, por la música y por la literatura, pero que tienen un componente de descubrimiento que hace que sea una viaje con otras características. Eso no quiere decir que cuando vas a Londres todo sea sabido o conocido, porque siempre estás descubriendo cosas nuevas. Es una ciudad infinita. Los que viven allí saben que hay muchos Londres dentro de la ciudad y que abarcarlos todos es imposible.

P. Visto desde la distancia, como hijo de emigrantes, ¿qué cree que le aportó la emigración a título individual y también a su familia?

R. Fue decisivo. En el lado bueno, le permitió a mi abuela poder mantener y darle oportunidades a una familia que, de otro modo, no serían posibles. Mi madre, que siempre quiso ser maestra y que aquí en Galicia no pudo estudiar, una vez en Londres, aprendió el idioma y cuando volvió pudo dar clases particulares en su casa. De alguna forma, el idioma que le dio la emigración le permitió cumplir con su vocación. En mi caso, gracias a eso puedo traducir y comunicarme en ese idioma. Por otra, mi madre tenía clarísimo que una ciudad como Londres le ofrecía muchas llaves en el mundo de la cultura para su crecimiento personal y profesional; las de todas esas puertas que abre el estar con culturas de otro mundo, que son importantes y que te abren la mente. La emigración te puede dar unas oportunidades laborales y un bienestar material que, por las circunstancias que sean, tu país no te puede dar, como le está pasando a muchos jóvenes hoy en día, que son una generación muy preparada pero que aquí no encuentra empleos aceptables y tienen que seguir emigrando. Por otro lado, también hay una connotación negativa, que es el hecho de la separación. En este caso, no podemos olvidar que son situaciones dolorosas y tristes, y que de algún modo acaban por influir en tu personalidad.

P. Puesto que hace referencia a esos jóvenes que tienen que dejar Galicia para abrirse camino fuera, ¿qué siente cuando oye hablar de ejemplos concretos?

R. Yo tengo una relación conflictiva con eso. Por una parte, pienso que es bueno viajar, conocer otros lugares, poder trabajar en otros contextos. Digamos que ese intercambio de ideas y de iniciativas al final enriquece, y creo también que esas circunstancias producen un retorno beneficioso para la sociedad, como la aportación de los emigrantes americanos, que luego hacían casas de indianos y escuelas –en Betanzos tenemos los ejemplos de los hermanos García Naveira, que hicieron escuelas como en la que estudié yo o mis padres– o asilos, o lavaderos. Todas las iniciativas de tipo social que pusieron en marcha los emigrantes conforman un retorno positivo para su sociedad, así como las ideas muchas veces innovadoras que traen consigo. Lo que me da pena es que esa situación se prolongue durante mucho tiempo. Gente muy buena, formada y con talento, está bien que esté en el mundo, pero todo lo que ello pueda dar de positivo siento que muchas veces no se esté aprovechando aquí.

P. Para tratar de revertir esa situación a la que hace referencia, la Administración gallega está poniendo en marcha programas de retorno con incentivos para la creación de empresas y concede becas (BEME) a jóvenes talentos de la emigración gallega para que desarrollen su futuro profesional en Galicia. ¿Cómo lo valora? ¿Piensa que una iniciativa de estas características puede dar los frutos esperados?

R. No conozco con detalle esos programas, no fui beneficiario de ellos ni conozco a nadie que directamente tenga esa experiencia, pero creo que todas las iniciativas que contribuyan a aprovechar el potencial de la gente que está emigrada, que pueda contribuir al desarrollo del país, me parece bueno. Creo que hay muchos gallegos repartidos por el mundo que pueden aportar mucho a Galicia. Y canalizar eso me parece importante, sobre todo desde la evidencia y la realidad de que la emigración históricamente tuvo un peso importante para nosotros y para el país, y que sigue siendo una realidad por los descendientes de emigrantes. Así que darle la espalda a esa realidad, o ignorarla, o no tratar de buscar los puntos positivos que tiene me parecería un error. Las iniciativas que se puedan dar me parecen muy interesantes.

P. Volviendo al libro. La foto de portada muestra a una señora con dos chicas. ¿Es una foto familiar?

R. Sí, la persona que ocupa el protagonismo es mi abuela, acompañada de mi madre y una de mis tías. La foto se la envió mi abuela al abuelo cuando emigró, algo que se hacía con frecuencia. En las cartas iban imágenes que eran una prueba de cómo iba creciendo y evolucionando la familia. Es un testimonio gráfico y directo de lo que supuso la marcha del abuelo. En sus rostros se puede interpretar cómo están viviendo la situación, porque para ellas fue muy dura.

P. La novela le valió obtener el premio Blanco Amor 2019. ¿Qué supone para usted este premio? ¿Qué le sugiere la figura de Blanco Amor?

R. Para mí fue importante, porque fue un libro en el que estuve trabajando muchos años y lo rehice varias veces. Tuve que confrontar cómo quería contar esa historia. Fue un proceso que tuvo muchas dudas, muchas incertidumbres, y tuve que tirar muchas páginas a la papelera. Cuando acabé y lo mandé fue como un mensaje tirado al mar. Pero el hecho de que al final obtuviera el premio, es una confirmación de que esa decisión y que la forma de contar la historia fue la correcta. O que por lo menos convenció al jurado. Respecto a Blanco Amor, es una figura referencial para la literatura gallega. Él también fue emigrante y conoció esa realidad. La calidad de su obra es indiscutible. ‘A esmorga’, ‘Os biobardos’, ‘La Catedral y el niño’, son libros maravillosos de Blanco Amor y para mí es una responsabilidad añadida el que, a través del premio, mi nombre tenga un vínculo, aunque sea mínimo, con esta figura.