Opinión

El Señor Santiago en el refugio

El Señor Santiago en el refugio

No se trata, amabilísimo lector, de la reclusión del Señor Santiago -o Santiago Apóstol, o Santiago peregrino, o matamoros o mata-indios, según la multiplicidad de sus oficios y roles históricos asignados por la ambición humana- en algún sitio de cobijo por algún exilio o extrañamiento provisorios. Nada de eso. Simplemente, aprovechamos nuestra tertulia de los lunes en el conocido Refugio López Velarde, en la Casa del Escritor, sede de la ilustre Sociedad de Escritores de Chile, anteayer lunes 24 de julio, siendo las 19:00 horas en el hemisferio sur y la 1:00 de la madrugada del 25 de julio en la Galicia Atlántica, para rememorar el significado histórico y cultural de la leyenda del Apóstol, hecha mito secular, pero, sobre todo, para destacar la trascendencia literaria de esa virtual ecúmene de rutas universales en que devino el Camino de Santiago, desde el año 816, con la peregrinación de Carlomagno al incipiente santuario, hasta nuestros días.

Mi hijo gaitero, José María, abrió los fuegos musicales ofreciendo melancólicas canciones del Noroeste peninsular, para predisponer a los contertulios, creando la adecuada atmósfera compostelana, si pudiéramos así decirlo o pretenderlo, motivados sólo por esta pasión nacida de la herencia cultural y literaria de los ancestros, venero inagotable de nuevos hallazgos e ingentes relaciones entre saberes... Luego, hablamos de la trova galaico-portuguesa, de sus orígenes remotos y del influjo en ella de la poesía occitana y aun de los viejos metros líricos de Italia.

Salvo mi buen amigo, pintor y escritor, nieto de abuelo gallego, Guillermo Martínez Wilson, de primer oficio panadeiro (como informó hace unos meses el diario El País: “El pan de Chile tiene sabor gallego”), mi hijo músico y el cronista, los demás cofrades eran chilenos, poetas, escribas y parroquianos asiduos al rito semanal de la conversa. Uno de los directores de la SECH, Alfredo Lavergne, ironizó: -Este Moure cree que la Casa del Escritor es una especie de lar gallego; si continúa por este camino, va a galleguizarnos a todos.

Brincadeiras, o bromas aparte, en esto de difundir el acervo literario de Galicia llevamos ya cuatro décadas y no callaremos sino en trance del propio pasamento. Es un tema muy amplio, con variados tópicos y alcances innumerables, que se abre como sucesión de abanicos y se requerirían muchas vidas para abordarlo en plenitud. Pero en la hora vespertina del día 24, nos abocamos a las célebres cantigas.

De la conocida clasificación básica: Cantiga de Amor; Cantiga de amigo y Cantiga de Escarnio y Maldecir, dijimos que la primera deriva de la lírica trovadoresca en occitano (langue d’Oc) y que es una composición basada en el tópico del amor cortés (cortesano); habla de una encendida pasión amorosa por lo general no correspondida, lo que hace de su canto una cuita desgarrada y doliente. A la dama o musa destinataria, se le da el trato de senhor; la explicación semántica es que en aquella época el sustantivo habría sido válido para femenino y masculino. Mi versión es otra: otorgar a la amada, minha senhor, la categoría divina, comparándola con el gran señor del universo, en la desmesura amorosa.

La segunda, Cantiga de Amigo, es la que canta la mujer a su amado. Se llama así, puesto que la dama no puede tener amante, en virtud de la sujeción absoluta, tanto legal como afectiva, al marido. Pero aquella sociedad cortesana emplea el eufemismo amigo, aceptando tácitamente que la mujer noble puede tener un amante (o más de uno), sea éste de carácter platónico o de fuego carnal, como se cuenta, por ejemplo, en el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita.

La tercera, Cantiga de Escarnio y Maldecir, era empleada como una suerte de catarsis social, a través de cuyos versos solía satirizarse a los poderosos, utilizando formas elípticas y nombres supuestos. Cabe decir que más de algún trovador perdió su cabeza, literalmente, en el ejercicio de estas rimas temerarias que fueron materia de sesudo análisis por la Santa Hermandad de la Inquisición, madre de todas las censuras.

La más célebre de las cantigas de amigo es La Ermita de San Simón, de Mendiño, trovador que vivió en la segunda mitad del siglo XIII, de quien se conserva únicamente esta pieza lírica que le inmortalizó, y que traducimos aquí, para ustedes, desde el galaico-portugués:

Descansaba yo en la ermita de San Simón

y me rodearon las olas, que grandes son.

Y yo esperando por mi amigo. ¿Acaso vendrá?

Estando en la ermita ante el altar,

me rodearon las olas grandes del mar.

Y yo esperando a mi amigo. ¿Acaso vendrá?

Y me rodearon las olas, que grandes son:

no tengo barquero, ni remador.

Y yo esperando a mi amigo. ¿Acaso vendrá?

Y me cercaron las olas del alto mar:

no tengo barquero, ni sé remar.

Y yo esperando a mi amigo. ¿Acaso vendrá?

No tengo barquero, ni remador:

moriré yo hermosa en el mar mayor.

Y yo esperando a mi amigo. ¿Acaso vendrá?

No tengo barquero, ni sé remar:

moriré hermosa en el alto mar.

Y yo esperando a mi amigo. ¿Acaso vendrá?

La repetición y la cadencia del estribillo nos revelan la espera desesperanzada del amigo-amante, que no llega ni vendrá nunca... Es también el tópico del amor imposible o inalcanzable, que suele simbolizarse en la figura de la paloma, imagen del amor no correspondido, como bien lo expresa el poeta gallego contemporáneo, Álvaro Cunqueiro (1911-1981), quien recoge y renueva la tradición de las viejas cantigas medievales, como lo hiciera George Brassens en Francia, como lo hace hoy, en Chile, nuestro gran trovador, Eduardo Peralta… Así la escribe, don Álvaro el Fabulador:

No niño novo do vento               En el nido nuevo del viento

No niño novo do vento                  En el nido nuevo del viento

hai una pomba dourada                hay una paloma dorada

meu amigo!                                   ¡mi amigo!

Quen poidera namorala!               ¡Quién pudiera enamorarla!

            Canta ao luar e ao mencer            Canta al plenilunio y al amanecer

            en frauta de verde olivo                 en flauta de verde olivo

            Quen poidera namorala,                ¡Quién pudiera enamorarla,

            meu amigo!                                   mi amigo!

           Ten áers de frol recente,                 Tiene aires de flor nueva,

           cousas de recén casada,               cosas de recién casada,

           meu amigo!                                    ¡mi amigo!

           Quen poidera namorala!               ¡Quién pudiera enamorarla!

          Tamén ten sombra de sombra       También tiene negrura de sombra

          e andar primeiro de río                  y andar prematuro de río.

          Quen poidera namorala,               ¡Quién pudiera enamorarla,

          meu amigo!                                   mi amigo!

Acentuó el sonido de la gaita aquel disfrute de la trova amorosa en nuestro rincón de tertulia. Mario pidió leer un breve cuento pícaro, y lo hizo; Víctor Hugo lanzó al aire del cenáculo su más reciente poema; le siguió Benito, el poeta de visiones arquitectónicas, con breves versos de su libro IV; Sylvia declamó, con voz contenida de soprano, su último poema de amor; Carlos Fonseca, acompañado de su guitarra, interpretó el entrañable tango Sur… Yo acaricié con los labios el beso del vino rojo.

Pasadas las nueve de la noche nos despedimos.

¡Hasta el próximo lunes, compañeras y compañeros!

Sí, será el lunes 31 de agosto, día de San Ramón, onomástico del hijo ilustre de Vilanova de Arousa, el Marqués de Bradomín… Aunque para entonces, el Señor Santiago habrá abandonado ya el Refugio López Velarde, caminando hacia el sur de sures, quizá hasta la última villa del Finisterre austral que lleva su nombre: Santiago de Castro, en Chiloé, la Nueva Galicia.