Opinión

El poeta Evaristo Carriego en el porteño barrio de Palermo

El poeta Evaristo Carriego en el porteño barrio de Palermo

Transcurrido un tiempo, la palabra “compadre” pasó a designar un muy concreto “arquetipo” del arrabal porteño, esto es, el principalísimo dentro de la escala del “coraje”. “Un hombre que, para los vecinos, encarnaba la auténtica justicia, que incluso resultaba la contrapartida de la arbitrariedad policial, tal vez porque su escala ética no provenía de la frialdad de los códigos o de la mera portación de armas, sino de una prioridad popular encabezada por el honor, la lealtad y el respeto a la palabra empeñada”, según el criterio del prestigioso poeta y musicólogo Horacio Salas en su obra El tango, con un ensayo preliminar de Ernesto Sábato, publicada en Buenos Aires, en su primera edición, 1986.

¿Quién no recuerda la figura del gran poeta Evaristo Carriego, que vivía en el famoso barrio de Palermo, donde tuvo relación con auténticos “guapos”? Él había seleccionado aquella cosmovisión del contexto cotidiano, para crear las “crónicas” que propagaban sus poemas. He aquí los trazos de un definitivo “retrato”: “El barrio le admira. Cultor del coraje,/ conquistó a la larga renombre de osado;/ se impuso en cien riñas entre el compadraje/ y de las prisiones salió consagrado…/ Conoce sus triunfos y ni aun le inquieta/ la gloria de otros, de muchos temida,/ pues todo Palermo de acción lo respeta/ y acata su fama, jamás desmentida…/ Le cruzan el rostro, de estigmas violentos,/ hondas cicatrices, y quizá le halaga/ llevar imborrables adornos sangrientos:/ caprichos de hembra que tuvo la daga…/ La esquina o el patio, de alegres reuniones,/ le oye contar hechos que nadie le niega:/ con una guitarra de alegres canciones/ él es Juan Moreira y él es ¡Santos Vega!”. Para más adelante agregar: “Aunque le ocasione muchos malos ratos,/ en las elecciones de un caudillejo/ que por el buen nombre de los candidatos/ en los peores trances expone el pellejo”.

¿Y el “cuchillo”? Lo mismo que los “gauchos”, quienes acostumbraban a cargar un largo “facón” –apto, “de yapa”, como machete–, el hombre de acción de las “orillas” ciudadanas empleó como recurso el “arma blanca”. Así se ciñó a la daga de empuñadura funcional y hoja cortona. Escuchemos las palabras del ensayista Etchebarne: “El cuchillo de la pampa se acorta en el suburbio como el panorama. Deja de ser un lujo en la cintura para transformarse en una amenaza entre las ropas. El cuchillo no fue ya ostentado sino presentido”. ¡He ahí el afamado “cuchillo” en la sisa del chaleco, al cual se refiere el escritor Mario López Osornio, cuando describe en su obra titulada Esgrima criolla!: “Esta manera de llevarlo fue más bien de la gente allegada a las poblaciones que de la del campo. Si el sujeto era ‘derecho’ en el manejo del arma, lo colocaba en la bocamanga izquierda del chaleco, de manera de poderlo desenvainar con limpieza en el momento del apuro. El filo quedaba hacia delante”.

“La habilidad que ostentaban los ‘orilleros’ para manejar el arma comenzaba en la infancia –nos expresa el ensayista porteño Horacio Salas–, cuando los muchachitos tiznaban la punta de un palo, en general una rama cuidadosamente pelada y recta, y con ella ‘visteaban’. Es decir, simulaban una pelea. En el juego el perdedor siempre se iba con alguna raya de carbón en la cara, aviso de los infamantes barbijos que el descuidado podría llegar a recibir de adulto”.