Opinión

Memorias de Chacra El Olivo (Un Lar en Santiago de Chile) Los primos (V)

Memorias de Chacra El Olivo (Un Lar en Santiago de Chile) Los primos (V)

Julio

Julio es alto y corpulento, de ojos muy azules –como los de Papá y Tía Naulina–. Es un agresivo mocetón que despliega su poderosa vitalidad para dominar al resto de los primos, incluso a Antonio, el mayor de todos, algo tímido e indeciso, pese a su recia contextura y a una inteligencia que sobresale, cuando juega al ajedrez con los mayores. Pero Julio ejerce sobre los menores una particular fascinación, porque es simpático, agudo e irónico, ocurrente instigador de las mejores y más cáusticas fechorías.

(Llegamos temprano, el domingo, mis padres y los ocho hermanos; unos en micro y los demás en el amplio taxi de ‘Tigre’ Sorrel, el famoso alero derecho de Colo-Colo, cuya compañía constituye el mayor de los honores y un anticipo de lo que será el memorable partido de fútbol que jugaremos en la cancha predilecta...)

-Edmundito, usted se me pone al arco, y sin mariconadas ataje lo que venga; Sergio adelante, de ‘lauchero’ y sin comerse la pelota el huevón; Manolo atrás, en la defensa, que pase la pelota pero no el jugador, duro a las canillas carajo; Tonito, usted maneje el juego como sabe hacerlo; Mario y Eugenio adelante, y el primero que alegue, para afuera... El Penano y el Coipo no entran, son muy chicos y no quiero problemas con los viejos; Antonio, ponte al lado izquierdo, y si no te gusta no juegas... Listo cabritos, yo hago la media cancha con Toñito; al toque mis leones, a pisarla...

(En la terraza, los mayores se entreveraban en reñidas competencias de ‘julepe’ y ‘brisca rematada’, jugándose el excitante albur a los oros, las copas, los bastos y las espadas, mientras bebían grandes vasos de cerveza y las disputas eran un diapasón de risas, exclamaciones y protestas).

Los rivales en el fútbol son algunos trabajadores de la Chacra y amigos del barrio, con uno que otro primo incorporado a destiempo, como Jorge, airoso rebelde, ajeno a horarios e imposiciones, como Iván Torres Laureda, el más forzudo de aquellos valientes donceles de la bola de cuero.

Después del mediodía, el marcador verbal arroja una cuenta fabulosa: cuarenta y ocho a cuarenta y cinco... Se suspende la brega para almorzar en larga mesa ubicada bajo los parrones. Ahora, todo el encanto del día se concentra en la mesa; el aroma de los guisos gallegos es incomparable; fiesta legre del pimentón, el ajo, la cebolla, el azafrán, los chorizos, el tocino, los garbanzos... El plato de fondo es la suculenta empanada gallega, en la que Tia Alicia prodiga su arte y su sapiencia. Los rostros se encienden, la salsa inunda las comisuras; Julio pide repetición varias veces y continúa comiendo luego que todos hemos terminado.

Sin el aconsejable descanso acometemos el segundo tiempo. Un entrevero en el área. Sergio se la lleva, disimuladamente, con la mano –como un Maradona cualquiera– y anota el gol número sesenta y ocho. Airadas protestas y garabatos de los azules. Sergio afirma la legitimidad del tanto, pero Julio, en magnánimo arranque (vamos ganando por siete goles de diferencia), perdona el gol a los rivales. Sergio lo increpa, en uno de sus habituales arrebatos. Dos bofetadas de Julio y el moreno primo rueda por el suelo...

(Sergio fue siempre así: decidido, pendenciero y tozudo, con unas ansias de triunfo a toda costa. Hizo muchas cosas antes que sus coetáneos, como cuando se entusiasmó con Amelia, atractiva mujer madura que vivía cerca de las bodegas. A medianoche, el primo se escapaba por la ventana y ambos se reunían en la pieza de las monturas, entre los cueros y las pellizas, en medio de un olor grato que incitaba al contacto febril de los cuerpos. Nosotros, llenos de envidia y admiración, aguardábamos a que volviera para inquirir aquellos secretos nebulosos).

El partido continúa... setenta y seis a setenta y tres. Los ánimos están caldeados; llueven las patadas, menudean los roces y encontronazos. Jorge afina su puntería e iguala las cifras. Cunde el desconcierto en las filas de los rojos.

(Jorge Bordalí Moure era un adolescente turbulento y temerario. Delgado, alto y buenmozo, de rasgos morunos y viriles, hacía suspirar a las primas y amigas y vecinas. De pronto, montaba al potro Indio Manso ‘en pelo’ y se lanzaba al galope por los potreros, unido con destreza a la cabalgadura, saltando cercas como una tromba. Nada parecía capaz de detenerlo, salvo la muerte prematura...)

Noventa y ocho a noventa y ocho, último gol gana... Son las siete y media de la tarde. La pelota, casi desinflada, apenas se ve. Jorge corre por un costado, elude a dos adversarios y enfrenta a Manolo en la zaga; dos fintas exactas, un amague y listo... El pelotazo me da en plena boca y me introduce con balón y todo, en el arco. La hinchazón de mis labios no tiene importancia. Lo trágico es haber perdido y quedarse, por lo menos una semana completa, con el estigma de la derrota.

Un grito fortísimo nos sobresalta. Julio está en el suelo, agarrándose un pie con ambas manos, revolcándose de dolor. Sergio se ha tomado desquite dejándole caer, sobre el pie izquierdo, una enorme piedra. El dedo chico es masa tumefacta. Los mayores acuden en tropel. Se busca a Sergio, pero el primo ya atraviesa el canal como un celaje y se pierde en los confines de la Chacra. Tía Alicia lo llama a gritos y su voz recorre el campo y vuelve en la impotencia del eco.

La última ‘pichanga’ del verano ha concluido. Pasarán varios meses antes que volvamos a reunirnos. Hay rumores de que Chacra El Olivo será vendida. Ya las poblaciones urbanas la cercan por los cuatro costados.

Entrada la noche, comenzamos a despedirnos junto al portón. Julio, con el pie vendado, pero sonriente, nos dice, con un dejo melancólico, que suena extraño en él: -Vuelvan pronto, serán largos los domingos sin ustedes-... El primo Antonio, a su lado, levanta la mano en ademán de despedida: -Vuelvan… Mundiño, jugaremos una partida de ajedrez, te lo prometo-.

Y fue la postrera y gloriosa pichanga en los patios bulliciosos de la casona de Conchalí.

Nena García                                     

…Una muchacha alta, de cabellos dorados hechos dos largas trenzas que caen sobre su blusa roja… La blanca sonrisa ilumina su hermoso rostro donde brilla la mirada de sus ojos azules.

-¡Qué linda es la prima Nena! ¿Por qué se llama García, si nosotros somos los Moure?

-Porque es hija de tía Naulina y su padre es el tío Julio García, leonés y no gallego…

Ella es dulce y me dice Mundiño y me saluda con un beso tibio en la mejilla que huele a lavanda fresca. Me defiende de la iracundia de esos coléricos primos mayores y de otros peligros en ciernes. Porque siempre estará allí, en Chacra El Olivo, en el umbral de la galería, los sábados y domingos de todas las estaciones, el día de Santa Elena, cuando celebrábamos a la abuela Elena Rodríguez Grande, a tía Elena, a la Nena Bordalí y a mi prima de cabellos de trigo y sol.

Los versos de Rosalía, en esa melancólica canción del emigrante, resuenan de nuevo en los patios arbolados de Chacra El Olivo que huelen al dulzor de las acacias y yo se los canto hoy a mi prima Nena:

Adiós ríos, adiós fontes

adiós, regatos pequenos;

adiós, vista dos meus ollos,

non sei cándo nos veremos.

Miña terra, miña terra,

terra donde m’eu criei,

hortiña que quero tanto,

figueiriñas que prantei.

Amoriñas das silveiras

que eu lle daba ó meu amor,

camiñiños antre o millo,

¡adiós para sempre adiós!

Los recuerdos, querida prima, están hechos de imágenes y colores y sonidos y palabras, sobre todo esas voces gallegas que nos remitían a un mundo misterioso... Son los ecos de la existencia que tañen en la memoria y parecen negar las injurias del olvido y las miserias de la muerte.

Bailas ahora, vestida de blanco vaporoso, con ese inmenso hombre rubio de nombre extraño, que suena para mí como el restallar de una honda pajarera: Keith Fife... Vas a casarte con él y estoy celoso, aunque no puedo decirlo... Entonces, ¿ya no estarás más conmigo, bella novia del verano de la infancia?

Qué hacer hoy con esta pena, mezclada con ese sentimiento de culpa que nos embarga por no haber sido capaces de compartir más horas, como cuando nos encontrábamos en distintas ceremonias de la tribu y hablábamos, tú y yo, en gallego y Keith se enfurruñaba y se ponía también celoso... Me daban ganas de decirle, como si yo fuera aún el niño que miraba hacia lo alto a su hermosa prima: -La conozco antes que tú y sus labios se posaron primero en mis mejillas.

Elena García Moure, prima Nena, no sé hacia dónde viajas ahora ni dónde podré encontrarte, pero el niño de Chacra el Olivo que mora en mí seguirá buscando tu claro guiño en las estrellas.

Sergio, meu curmán

Mi primo-hermano –meu curmán– Sergio crio, desde muy temprano, fama de trouleiro e lacazán... Fue niño inquieto, díscolo, travieso y pendenciero. Arribó a la adolescencia como potro cerril y turbulento, dispuesto a tragarse de una sentada los deleites del mundo, sin considerar para nada la oposición de los demás, incluidos parientes cercanos y remotos, amigos o rivales; tampoco la temible autoridad o la pretendida ascendencia de los mayores.

Moreno, de contextura delgada y fuerte, hizo gala de ánimo temerario. Era capaz de liarse a golpes con el más pintado, sin escatimar arrestos ni voluntad de acción... Muchos de nuestros amigos comunes y algunos parientes conocieron la certeza de sus rápidos puños.

El Negro, como le bautizamos desde pequeño en honor a su morenía, estaba muy bien dotado, virilmente hablando, por la madre natura. Esto nos permitió ganar algunas competencias donde se mezclaban la obscenidad y la coprolalia, mixtura sin duda galaica, corroborada por nutridos testimonios, literarios y de los otros. (Si alguien lo duda, lea Mazurca para dos Muertos, del paisano Camilo José Cela)…

Pródigo y enamorado, abusó de sus atributos y de un notable atractivo que excitaba a las féminas, desde las muy mozas hasta las bien maduras. Esto le acarreó indesmentible fama donjuanesca, la que constituyó, junto a su prestigio de eximio peleador, acervo de orgullos vitales.

El azar lo arrastraría con tentadores juegos, volcando su permanente ansiedad a esa incertidumbre, disociadora y dolorosa, del hallazgo súbito en brazos de Fortuna... Buscó la suerte en los caballos, en el naipe, en la veleidosa ruleta, en todos los sorteos y loterías. Sólo el dominó le devolvió parte de sus réditos; las sonoras fichas de nácar pocas veces le fueron esquivas, quizá porque en ellas había también un componente numérico que Sergio empleaba con maestría.

Sergio, meu curmán, fue juzgado con dureza por su tribu... Esto no debe extrañar, pues la gran familia no acepta que sus miembros disuenen, como no sea para triunfar y sobresalir dentro de cánones pragmáticos preestablecidos... La tribu tolera la diversidad, y aún la inteligencia que destaca, solo como herramienta para medrar en los acotados peldaños de su dudosa moral colectiva; jamás como ente crítico que ponga en peligro la estabilidad de sus códigos. Esta es una defensa de la especie, en tanto entidad formal y subyugadora, preservación de suyo femenina y doméstica.

Sin pelos en la lengua, sin ambages ni eufemismos, el Negro se las cantaba claro a medio mundo, y fustigaba a la otra mitad con filosa ironía. En esto quizá fue el más gallego entre los treinta y tantos adolescentes que compartimos los ámbitos de Chacra El Olivo, territorio donde se mezclaban usos y costumbres de Chile y Argentina con las viejas raíces de la Galicia profunda.

Mi primo fue generoso –manirroto, según el léxico tribal– y repartió sus sencillos y cálidos dones sin escatimárselos a nadie. Gastó su vida como una moneda de cambio: la dejó rodar por todos los caminos. Aguantó en silencio múltiples sacudidas de una azarosa existencia, cuyos riesgos buscara de modo inconsciente y continuo, y sólo fue doblegado por la última de aquellas, por el artero y derradeiro golpe que se abatió sobre él, la mañana del Viernes Santo de 1996, silenciando para siempre su enamorado corazón.