La escritora e investigadora argentina es hija de gallego y madrileña

María Rosa Lojo: “Haría falta que los argentinos integraran lo gallego como un elemento fundador de la nación”

Nacida en Buenos Aires a mediados del siglo pasado, María Rosa Lojo (hija de gallego y madrileña) está considerada una de las más representativas escritoras de la literatura argentina e hispanoamericana. Su asistencia al XIII Congreso de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos le permitió recrear en Vigo algunos de los sentimientos que envuelven su existencia, marcada por la nostalgia.

María Rosa Lojo: “Haría falta que los argentinos integraran lo gallego como un elemento fundador de la nación”
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María Rosa Lojo, durante su intervención en el Congreso de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos.

Nacida en Buenos Aires a mediados del siglo pasado, María Rosa Lojo (hija de gallego y madrileña) está considerada una de las más representativas escritoras de la literatura argentina e hispanoamericana. Su asistencia al XIII Congreso de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos le permitió recrear en Vigo algunos de los sentimientos que envuelven su existencia, marcada por la nostalgia de la separación de la madre patria y el trauma de la guerra que le transmitieron sus progenitores. “De alguna manera, se esperaba que la reparadora fuese yo”.

Pregunta. Usted ha venido a Vigo a hablar de literatura, sentimientos y también de emigración. ¿Cómo le han influido sus orígenes gallegos a la hora de escribir?

Respuesta. No hubiera escrito lo que he escrito de no haber tenido orígenes gallegos. Galicia fue ante todo para mí un relato que contaba mi padre. Hay un concepto muy hermoso que viene de la cultura ‘mapuche’ que habla del canto del linaje, que es el canto que une a cada persona con su clan y con el cosmos. Después de lecturas y de cierta experiencia de vida me di cuenta de que papá, en la sobremesa de los domingos, cada vez que hablaba de su infancia y de su tierra, de la guerra ..., me estaba cantando un canto de linaje. Eso fue un disparador para mis libros, para buscarme a mí misma en la literatura, para buscar un hilo conductor de sentido de mi existencia y me entregó claramente la percepción de que la literatura es un canal, no es un acto individual; una vía de transmisión donde habla la voz propia, pero confundida con el coro de los antepasados. Eso se me fue revelando cada vez con más intensidad. Hablamos de nuestras experiencias, pero también de las experiencias de los que nos precedieron. Así que, todo lo que es historia de Galicia es mi historia. Mi ser en el mundo se entiende porque vengo de aquí. Vengo de aquí y fui para otro lado, como mis padres. En mi familia, tanto la paterna como la materna, hubo idas y vueltas, así que mi historia familiar es una trama migratoria.

P. Su creación literaria es prosa poética. ¿Qué busca transmitir con ella?

R. Sí. ¡Y qué voz hay más representativa de lo humano que la poesía! El sujeto lírico no es cualquier escritor, sino un sujeto universal. La poesía vale en tanto puede representar lo humano y, en sentido ampliado, la literatura tiene ese valor. Si fueran solo mis experiencias las que transmitiera, creo que su valor sería mucho menos amplio, menos interesante.

Cuando se publicó ‘Árbol de familia’, pensé, a quién le va a interesar esta historia de familia fuera de mí y de los míos. Y descubrí que, por el contrario, le interesaba a muchas personas que veían representadas ahí historias de su propia familia, historias de la emigración. Eso fue un descubrimiento muy fuerte y me dio la pauta de que el libro tenía un efecto que trascendía lo inmediato.

P. ¿Cuándo tomó conciencia de sus orígenes gallegos?

R. Desde que nací, porque incluso cuando fui a la escuela no hablaba como una niña argentina y me identificaron como una niña española. Después me fui adaptando a la manera de hablar de Argentina. Al pertenecer a una familia pequeña y cerrada mi circuito era pequeñito y muy endogámico, muy español. El vínculo de mi papá con Galicia lo supe siempre, porque él mismo lo contaba. Las historias más bonitas eran las que contaba papá; las historias de la Galicia rural... A mi abuela materna, que era castellana, y a mi madre, que había nacido en Madrid, las oía hablar del ‘hambre del sitio de Madrid’, y yo me imaginaba un monstruo, en vez de un concepto. Me quedó esa idea de que el monstruo atacaba y masacraba a las personas. En casa, las historias de la guerra vinieron más de ese lado de mamá y las de la nostalgia y la añoranza, del lado de mi papá.

P. ¿Y en qué momento empezó a profundizar en sus orígenes?

R. Como en casa se tenía la sensación de que vivíamos de paso... Eso fue bueno y malo. En realidad, me colocó en una posición difícil, muy ambigua. Después me fui enterando de que era bastante común en los hogares de personas que se consideraban exiliadas y que pensaban estar en Argentina un tiempo y cuando mejorasen las cosas, volver a España. En realidad, mis padres no tenían mucho deseo de que nos arraigáramos en Argentina, siempre pensaban en la vuelta. De adulta me di cuenta de cuánto me había influido la situación traumática de guerra y separación de la madre patria, que se vivía de ambos lados. En casa de mi padre no había habido muertos, si bien habían combatido, pero en la de mi mamá, sí había habido alguna muerte que le había afectado directamente a ella, porque había tenido un primer amor con el que se iba a casar y lo asesinaron una semana antes de la boda. Así que, esos traumas quedaron siempre como algo que necesitaba ser reparado. La sensación que yo no podía explicar entonces y que entiendo ahora de otra manera era que, de algún modo, se esperaba que la reparadora fuese yo.

P. ¿En qué sentido?

R. De cerrar las historias abiertas que estaban sangrantes todavía y saldar las cuentas. Porque mis padres habían llegado a la Argentina para mejorar, para vivir una vida mejor que les permitiera no olvidar, porque nunca olvidaron, pero sí curar ese mundo fragmentado que habían dejado atrás. No es que me lo dijeran expresamente. Fueron cosas que después sentí y que yo asumí como una misión de mi propia vida: reparar y saldar las cuentas con la adversidad que había marcado no solo a mi familia, sino a toda una nación. Cada vez fui viendo con más claridad cuántas personas habían quedado marcadas con el episodio tremendo de la guerra, cómo había enfrentamientos en casi todas las familias, en la mía también.

P. ¿Y el vehículo para resarcirse del pasado fue la literatura?

R. Creo que sí. Yo soy una convencida de que las palabras son curativas. No es ninguna novedad, porque el psicoanálisis postula eso, pero la literatura, sin que esto signifique reducirla a un instrumento terapéutico, tiene también esa función. Para mí la literatura es el gran vehículo de reconstrucción personal y colectiva.

P. ¿Cómo ha influido la emigración española en la literatura hispanoamericana?

R. Yo creo que mucho, porque en Hispanoamérica había emigraciones de todo tipo. Pero en Argentina no existe un reconocimiento suficiente del aporte de los gallegos como entidad cultural. Porque, así como Argentina se avergonzó de sus aborígenes, también, y de una manera más solapada, se avergonzó de sus orígenes españoles. El gallego emigrante es aceptado en algunos aspectos, pero minusvalorado en otros. Quizá porque los mismos gallegos estaban acomplejados y sentían que para progresar y que sus hijos tuvieran la educación que ellos no habían tenido les convenía desprenderse de una marca gallega demasiado visible e integrarse en la sociedad argentina más del lado español que del gallego. Sin embargo, es innegable que hubo sociedades gallegas muy importantes. Lo que creo que haría falta, y he luchado toda mi vida para eso, es que los argentinos, más allá de ser gallegos o no, integraran mejor lo gallego como un elemento fundador de la nación argentina. A veces los gallegos se sienten muy gallegos y no se entregan como argentinos, y Argentina, que se autopiensa como nación, no integra suficientemente ese elemento nuestro.

P. Habla de la influencia gallega en Argentina. ¿Cuánto tiene Argentina de Galicia?

R. Tiene mucho más de lo que reconoce. El colectivo gallego venía golpeado y desvalorizado desde la Península Ibérica y eso yo lo percibía incluso en mi propia casa. Aunque mi mamá se había casado con mi papá que era gallego, yo notaba que lo gallego era la parte desvalorizada de la familia. Son cosas que estaban en el aire. Lo veía en los compañeros de clase con origen gallego; algunos lo asumían y otros lo ocultaban. En casa no se ocultaba, mi padre estaba muy orgulloso de su origen y jamás lo negó. Si bien su postura, que era socialista, era universalista y el nacionalismo era algo que siempre estaba puesto entre comillas, con mucha precaución; como algo que podía derivar hacia posturas reaccionarias, radicales. En su imaginario, no estaban enfrentadas Galicia contra España, como se ve en la situación de Cataluña. Mi papá no quería dejar de ser español, pero quería que España valorara a Galicia. Respecto al idioma, el gallego en casa no se hablaba, pero sí lo conocí como lengua literaria, porque en casa había libros y papá hablaba de que Galicia tenía su literatura y sabía quiénes eran los grandes escritores, como Rosalía. Lo curioso es que en Galicia la figura literaria central es femenina y eso se da muy pocas veces en una literatura nacional.

P. ¿Tuvo acceso a escritores o artistas gallegos de renombre del siglo pasado?

R. Sí, pero de mayor. A quien sí conocí porque era amigo de mis padres era a Laxeiro, que estaba en el exilio y lo pasaba mal. Su mujer era amiga de mi mamá de la época de Madrid y por eso existía ese vínculo. Tengo un cuadro que Laxeiro pintó en nuestra casa que no está en el catálogo general de su pintura que compré en la Feria del Libro de Argentina, y hay que agregarlo, porque ahí no está, lo tengo yo.

Pero, mis padres trabajaban muy duro. No tenían tiempo para la vida societaria. Y también había otro problema y es que, del lado de mi mamá, la familia era más bien conservadora. Mi abuela materna y mi padre estaban bastante enfrentados y esta era una situación muy difícil, para mi mamá, sobre todo.

P. De lo que es Galicia, cultura, mitología, tradición..., ¿qué le ha despertado más interés?

R. La Galicia mítica, mucho, porque la he conectado con las culturas indígenas argentinas con las que tiene muchas más conexiones de lo que parece. En la cultura mapuche de la Pampa central y del sur hay una figura, la ‘machi,’ que es una mujer chamán que se parece mucho a las meigas, porque curan con ensalmos, con rezos y se remontan a culturas precristianas. Hay un trasmundo latente en las dos culturas donde prima la idea de que el mundo es un todo con costados visibles e invisibles. Los costados invisibles también son muy poderosos. No son muy aparentes, pero, hay una comunicación continua entre esas dimensiones de la realidad; una es la que vemos, la cotidiana, y otra que está más allá, pero que también impregna lo real. La idea de la comunicación entre los vivos y los muertos y el mundo de los sueños son comunes. Hasta la fascinación por la platería.