Opinión

El corralito español

Después de 15 años y cientos de artículos en el último rincón –el que va acumulando más sabor en los medios de papel– de este semanario, estas columnas parecen más propias de un corresponsal que las de un periodista nativo. Después de todo, escribo ‘enviado’ por personas que están fuera de España para contarles lo que sucede en su extrañado país de origen.

Después de 15 años y cientos de artículos en el último rincón –el que va acumulando más sabor en los medios de papel– de este semanario, estas columnas parecen más propias de un corresponsal que las de un periodista nativo. Después de todo, escribo ‘enviado’ por personas que están fuera de España para contarles lo que sucede en su extrañado país de origen. Hay en este gesto una parte puramente periodística, pero hay un componente importante de no querer identificarse con lo que sucede en España, como si al sentirme un chino venido a España –además de perspectiva– pudiera evitar convivir con este país cada día más corrupto de principio a fin, donde la gente ha sido engañada al punto de creer que es éste un país pobre que necesita recortes sin ningún argumento científico. Aquí hay más millonarios que nunca (que pagan impuestos fuera y producen en otros países más baratos para luego vender en España) compartiendo patriotismo barato con más marginados y explotados que nunca. Unos y otros votan más o menos lo mismo. Hace unos años la prensa española, con su característico racismo contra todo lo que hay al sur de EE UU, se cebó con el corralito argentino, presumiendo de que eso jamás se produciría en España. Ahora que Argentina celebra el final de aquella pesadilla, en España el propio gobierno decreta leyes para que los bancos que produjeron la mayor estafa de nuestra historia no tengan que devolver –nunca; esto es un robo, no un corralito– una parte importante de los depósitos de cientos de miles de familias. El tiempo pone a cada país en su sitio.