Opinión

El ‘compadrito’ porteño, Ángel Villoldo y Alfredo Gobbi

El ‘compadrito’ porteño, Ángel Villoldo y Alfredo Gobbi

Los ‘compadritos’ no sentían preocupación por las críticas recibidas, pues, al contrario de los ‘guapos’, se complacían en presumir de sus triunfos. No se percataban, sin embargo, que dentro de aquella atmósfera social las señales se percibían en aquellas ‘medias palabras’. También, “en prestigios edificados de famas confirmadas por otros, nunca por el protagonista. La extroversión no siempre era buena propaganda”, tal como escribe el gran poeta y ensayista porteño Horacio Salas en su volumen ‘El tango’, publicado en Buenos Aires, en agosto de 1986, en su primera edición.

Hemos de recordar que las primeras letrillas de los tangos sustanciaron aquellos ‘desplantes’ de infantil pedantería de quienes no creían con convicción en su alardeante superioridad. El célebre Ángel Villoldo –defendiendo el mote de ‘compadrito’ por su perfil de gracia y simpatía– escribió en 1903 acerca de ellos sobre una partitura de su amigo Alfredo Gobbi: “Soy hijo de Buenos Aires, / me llaman el porteñito,/ el criollo más compadrito/ que en esta tierra nació./ Cuando un tango en la vihuela/ hace oír un compañero,/ no hay nadie en el mundo entero/ que baile mejor que yo./ No hay ninguno que me iguale/ para enamorar mujeres,/ puro hablar de pareceres,/ puro filo y nada más,/ y al hacerle la encanada,/ la ficho de cuerpo entero,/ asegurando el puchero/ con el vento que dará./ Soy terror de los franelas,/ cuando en un baile me meto/ porque a ninguno respeto/ de los que hay en la reunión./ Y si alguno se retoba/ queriéndose hacer el guapo,/ yo le encajo un castañazo/ y a buscar quien lo engendró”.

“Por entonces el término ‘compadrito’ ya no debía encerrar tan sólo la sordidez de los adjetivos que le achacaban sus detractores, porque son muchos los testimonios en los que el vocablo ‘compadrito’ aparece como sencillamente alegre, decidor y vanidoso, pero despojado de tintes demasiado cargados”, prosigue el tangófilo y ensayista Horacio Salas en las páginas de su estudio concienzudo titulado ‘El tango’.

Para ejemplificar todo ello, nada mejor que otro tango de Ángel Villoldo en el cual Alfredo Gobbi nos presenta un personaje al que no le avergüenza aceptar su talante y estilo: “Soy el taita de Barracas/ de aceitada melenita/ y camisa planchadita,/ cuando me quiero lucir./ Si me topan, me defiendo/ con mi larga fariñera/ y me le dejo a cualquiera/ como carne de embutir./ Y si se trata de alguna mina,/ la meneguina/ le hago largar./ Y si resiste/ en aflojarla,/ con asustarla/ no hay más que hablar./ Soy amigo de trifulcas/ que se arman en los fondines,/ bailongos y cafetines/

con los taitas de chipé./ Soy el taita más ladino/ altanero y compadrito,/ soy el rubio Francisqueito/ de chamberguito y plastrón./ Soy cantor y no reculo,/ ni me achico al más pesao,/ porque yo siempre he pelao/ con el tipo más matón./ He sido siempre/ un habitante/ fiel y constante/ de la prisión,/ pues soy un taita/ que a la felpeada/ tira trompadas/ a discreción”.

Lo hiperbólico constituía parte de la actitud y del modo de ‘engrupirse’, esto es, mostrarse colmado de presunción, del ‘compadrito’, ya en el ademán que conducía a la bravuconada, ya en el llamativo vestuario.