Opinión

Cocina Gallega

Monforte de Lemos suele ser el referente geográfico que utilizo cuando me preguntan donde nací, ya que Espandariz, mi aldea natal, no figura en la cartografía conocida, y San Clodio o Quiroga no tienen la fama de Monforte. Así que digo: Nací cerca de Monforte, a pocos kilómetros de Quiroga, a pasos de San Clodio, a veinte metros del Sil, y todos contentos. Monforte remite, también, a señores feudales, leyendas de caballeros andantes, e historias de los condes de Lemos, matanzas, raptos de doncellas, y romances, seduce. Curiosamente, muchas familias sefarditas llevan el apellido Lemos, o de Lemos. Expulsados en 1492, los judíos españoles se dispersaron por el mundo, sin olvidar su patria de origen, Sefarad (Península Ibérica).

Los que se habían quedado, convirtiéndose al cristianismo, también emigraron. Muchos de ellos llegaron a la Argentina, como otras minorías, gitanos o maragatos. Mario Javier Saban, en su libro ‘Judíos conversos’, afirma que José Hernández, Federico Leloir, Jorge Luis Borges,  Bernardino Rivadavia, Justo José de Urquiza, Domingo Faustino Sarmiento, descienden en sexta generación de familias sefardíes.

Lo mismo, Juan Manuel de Rosas, descendiente de los Machado, judíos portugueses. Para Saban, muchos otros apellidos destacados en la Historia Argentina, como Carlos María de Alvear, Mariano Acosta, Amancio Alcorta,  Luis María Campos, Hipólito Vieytes, María Josefa Encarnación Ezcurra, Pedro Echagüe, y Pridiliano Pueyrredón, entre muchos otros, tienen la misma ascendencia. No es casual que muchos de esos apellidos entronquen con los de familias judío portuguesas, y sean también comunes en Galicia, donde muchos se refugiaron escapando de las persecuciones de los reyes católicos y la Inquisición. Entre los emigrantes de origen gallego son bastante frecuentes los nombres de Samuel, Isaac, Abraham. De hecho, una paisana nieta de orensanos, me mostró en cierta ocasión la fotografía de un antepasado vestido a la usanza de los judíos del siglo XIX, también conservaba una kipá con bellos bordados, aunque en su familia nunca se mencionaron orígenes sefardíes, y se asumía el catolicismo como religión. El padre de esta señora se llamaba Simón, su abuelo había arribado al país en 1910, y llego a oficiar de cochero de Alfredo Palacios, el primer diputado socialista, de quien recordaba algún amable bastonazo en la espalda urgiendo más rapidez al carruaje.

Volviendo a mi lugar, dicen que Espandariz, el nombre, es de origen germano, suevo. La casa, llamada de Romariz, tal vez tenga el mismo origen, dada la terminación ‘iz’. Y no extraña, porque el oro que antaño surgía del río Sil, el suelo fértil y la abundante caza, el espíritu hospitalario de los naturales, atraía a infinidad de pueblos aun antes de la llegada de los romanos.

La pequeña ermita de Espandariz, cuya antigüedad desconozco, es hito para los que hacen el Camino pasando por Quiroga. Las migraciones, voluntarias o forzadas, suelen sembrar patrias lejos del terruño y dejar su impronta de los topónimos. En Misiones, el colectivo finlandés acaba de celebrar los primeros cien años de la llegada de sus antepasados a las selvas otrora habitada por los guaranies, y zona de luchas entre portugueses y españoles que finalmente logran expulsar a los Jesuitas, envidiosos de su poderío y ascendencia entre los aborígenes. Es un hecho irrefutable que la patria esta donde la cultura propia, y sin duda los emigrantes de todas las razas logran sembrar la semilla de su identidad allí donde se asientan.

No siempre la nación de origen protege y promueve las actividades culturales de sus ciudadanos en la diáspora, pero cuando se entiende la importancia de la labor de difusión de las tradiciones propias en el exterior, el fortalecimiento de la identidad en el imaginario colectivo del país de acogida, el valor agregado en las relaciones bilaterales es enorme. Lamentablemente, muchos dirigentes de nuestro colectivo se atrincheran en las instituciones con sus familias y amigos, como antaño lo hacían los señores feudales en sus castillos, y a puertas cerradas caen en una ensoñación enfermiza que los aleja de la realidad, impide la renovación generacional, el apoyo de muchos galleguistas que trabajamos en solitario, y los instala en la antesala del Apocalipsis, la desaparición de patrimonios culturales esenciales, imprescindibles para mantener la identidad.

Aunque ya son varias las instituciones que se redujeron a sellos de goma, hojas membreteadas para solicitar subsidios (escasos en tiempos de crisis global), estamos a tiempo de reaccionar y salvar del olvido la labor de tantas generaciones que trabajaron sin descanso por promover la cultura propia y el amor al país de acogida. Hay que abrir puertas y ventanas para que entre aire fresco, no es tan difícil.

 

Escalopes de cerdo en su salsa

Ingredientes: 300 grs. de Carré de cerdo sin hueso, cortado en finas lonchas. Harina.1 cebolla. ½ vaso de vino blanco. Aceite de oliva.1 hoja de laurel. Sal. Pimienta.

 

Preparación: Salpimentar los escalopes.  Pasarlos por harina y dorar en una sartén con un poco de aceite. Poner en una olla con un poco de agua tibia en el fondo. Sofreímos la cebolla muy picadita. Añadimos el laurel y el vino, dejamos evaporar el alcohol y echamos sobre la carne. Movemos la olla para que se mezclen los ingredientes y tapamos. Dejar cocer a fuego suave 20 minutos, moviendo de vez en cuando la olla. Acompañar los escalopes con puré de calabazas.