Opinión

Cocina Gallega

A diferencia de otros líderes, que se apoyaban en la aristocracia y los militares para lograr poder, Pericles contó con el favor del pueblo con diversas medidas que tomó, y su elocuencia como orador. Se trataba de un ateniense atípico, con personalidad propia. Altivo pero introvertido, prefirió la compañía de filósofos y artistas, pero mantuvo una escandalosa relación con la cortesana Aspasia de Mileto. Sin embargo, para Platón, Pericles fue un demagogo que corrompió a los atenienses y provocó el declive de la ciudad, vencida por Esparta en la guerra del Peloponeso. Al modo de filósofos como Anaxágoras, Pericles confiaba únicamente en la razón y rechazaba supersticiones populares como la relativa a los eclipses. Pese al gusto de los atenienses por los banquetes colectivos, Pericles sólo acudió a uno de ellos una vez y se retiró antes de que empezara la bebida en común.
El afecto de Pericles por su amante Aspasia llegaba al punto de abrazarla y besarla cada vez que salía y volvía a casa, algo insólito para las costumbres atenienses. De hecho, se dice que la guerra del Peloponeso se origina con el rapto de dos cocineras de Aspasia, que Pericles ordenó rescatar por la fuerza de la ciudad de Megara, aliada de Esparta. Pero antes de la decadencia, logró con el poder que le confería su poderosa flota llevar a la Atenas del siglo V a.C. a convertirse en el corazón de un verdadero imperio. A los pies de su espléndida Acrópolis, auspiciada por Pericles, se desarrollaba una intensa vida social protagonizada por ciudadanos que repartían su tiempo entre el gimnasio y el ágora, los banquetes y la asamblea. Éstos eran los únicos habitantes que recibían el nombre de atenienses y los únicos que disfrutaban de derechos políticos y jurídicos como poseer tierras, actuar en los tribunales, ostentar cargos públicos y casarse con una mujer en Atenas. La democracia ateniense dejaba de lado a mujeres, extranjeros y esclavos. En el año 451 a.C., Pericles restringió el derecho de ciudadanía a los hijos de padre y madre ateniense. Los niños iban a la escuela desde los siete años acompañados por un fiel esclavo de la casa, el pedagogo, que debía proteger y ayudar a su pupilo. Desde los doce años, los jóvenes acudían al gimnasio para realizar ejercicios, que llevaban a cabo desnudos. A los maridos se les permitía tener relaciones con esclavas, concubinas y cortesanas, mientras que la honestidad de las esposas era celosamente guardada. Durante el paseo por el ágora era corriente recibir invitaciones para cenar en casa de algún amigo. Tras la cena llegaba la hora del simposio o banquete, una costumbre aristocrática ligada a la forma de vida de la nobleza. Las únicas mujeres, junto con las flautistas, que participaban en los simposios eran las hetairas, que eran prostitutas de cierto nivel, cortesanas cultas y joviales que podían alcanzar gran fama. El ciudadano ateniense evitaba la vida familiar y centraba su actividad en la esfera pública. Los más ambiciosos rivalizaban desde las tribunas de la Asamblea con el fin de alcanzar el reconocimiento de sus conciudadanos, recibir su aplauso y, a la vez, despertar su envidia. A su tiempo, Julio César logra parte de su popularidad con la distribución gratuita de canastas con alimentos y vino a los asistentes a los espectáculos sangrientos en el Coliseo. Esta actitud hizo que Juvenal escribiera que César gobernaba a base de “pan y circo”. Como en la Atenas de Pericles, hoy también se desdeña la vida familiar y se busca lograr fama desde las redes sociales y los medios masivos, tribunas globalizadas.
Y, como en Roma, abusando de subsidios los gobiernos eliminan la cultura del trabajo por dar prioridad al clientelismo político. Viendo las masivas manifestaciones con que se festejan los triunfos de las distintas selecciones de fútbol, a raíz del Mundial celebrado en Brasil, y se lamentan las derrotas como catástrofes nacionales, con titulares que remarcan supuestas humillaciones nacionales, entendemos que la humanidad involuciona, y las masas son cada vez más manejables por dirigentes inescrupulosos que llevan a los individuos a perder identidad, a la infelicidad por no poder llegar al nivel de consumo inducido por la publicidad y la sociedad en general. Nos hacen creer que no poseer el último modelo de celular, o la zapatilla de moda, es más negativo que no tener educación o un trabajo digno. Que perder un partido de fútbol es peor noticia que el despido de cientos de trabajadores, el cierre de fábricas o la trata de personas. Opacando los festejos propios del Día de la Independencia, cientos de miles de personas se autoconvocaron para manifestar su alegría en el Obelisco de la Ciudad de Buenos Aires, y distintos puntos del país, por el logro del equipo nacional de fútbol al llegar a la final del Campeonato del Mundo, y está bien que así suceda, es lícito festejar y sentir orgullo por los deportistas que defienden los colores patrios. Pero no estaría mal manifestar con la misma masividad y espontaneidad reclamando contra la corrupción y la falta de trabajo. No hay nada nuevo bajo el sol, Pericles propuso que los pobres vieran las obras de teatro gratis, y sus contemporáneos lo consideraron populista por dilapidar los recursos del estado en provecho propio.

Albóndigas de Pollo
Ingredientes: 2 supremas de pollo, ½ pimiento rojo, 1/2 cebolla, 1 cebolla de verdeo,150 grs. de queso Port Salut, 150 grs. de Queso Sardo rallado, 100 grs de harina, 1 taza de leche, 3 huevos, pan rallado, perejil picado, ají molido, sal, pimienta, aceite para freír.
Preparación: Dar un hervor a las supremas, picarlas y disponerlas en bol, picar las cebollas, el pimiento y rehogar hasta que estén tiernos. Incorporar, echar el queso rallado, un huevo, sal, pimienta y ají molido. Mezclar bien y hacer las albóndigas. Introducir un cubo de queso Port Salut. Pasar por harina, huevo batido y pan rallado. Freír en abundante aceite. Acompañar con puré de papas y cubrir con salsa de tomate.