Opinión

Cocina Gallega

El amigo y colega periodista Jorge Navós, siempre atento y activo comunicador, anuncia en su muro de Facebook que en la radio líder (de audiencia) en estas playas se lanzo la consigna: “España y Argentina, ¿quién le debe más a quien?” y miles de oyentes se lanzaron a emitir su opinión. No pudo este servidor sintonizar el programa matutino por razones de tiempo, pero me dejó perplejo el tema.

El amigo y colega periodista Jorge Navós, siempre atento y activo comunicador, anuncia en su muro de Facebook que en la radio líder (de audiencia) en estas playas se lanzo la consigna: “España y Argentina, ¿quién le debe más a quien?” y miles de oyentes se lanzaron a emitir su opinión. No pudo este servidor sintonizar el programa matutino por razones de tiempo, pero me dejó perplejo el tema. Pensé en los juicios de divorcio traumáticos, donde se tiran sobre la mesa trapos sucios, y los consabidos “con lo que hice por tí”, “si no fuera por mí”, “te saqué de la miseria”, “me lo debes todo”, para reprochar una vida en común que llega a su fin. En acusaciones de padres a hijos, y viceversa, donde quedan en evidencia frustraciones mutuas. De suegras a nueras, de ex amantes a esposos enamorados, de correligionarios a tránsfugas que cambian de camisa según la ocasión. También dí en cavilar sobre otro tópico cuando, al saber que estás muchos años en un país, te dicen seguros del veredicto “ya eres más de aquí que de allí”. Caramba, debes querer más a este hijo al que ves todos los días, que al lejano, el que vive a miles de kilómetros, si no quieres desilusionar a la vecina que te apunta con el dedo de medir sentimientos. Mucho debemos los lucenses a los romanos que nos legaron la fantástica muralla, y los habitantes de Granada a los musulmanes por su inigualable Alhambra, la humanidad a los pintores de Altamira. La gastronomía europea a Colón por abrir las puertas de un continente pródigo en nuevos alimentos que enriquecieron los monográficos fogones medievales, y la culinaria americana a los colonizadores que arrimaron nuevos insumos a las mesas del Nuevo Mundo. ¿Le debe Hispanoamérica a España por la lengua y la cultura “occidental y cristiana”?, ¿Argentina a Europa por la inmigración masiva que colaboró con el progreso del país?, ¿España a Argentina por el trigo que envío el general Perón? Parece una cuestión con ribetes bizantinos tratar de mensurar quien ama más a quien. Me recuerda el cuento del rey y sus tres hijas. La versión seguramente distorsionada de aquella oída una noche en la penumbra de la lareira, en un frío mes de Nadal, mientras las aguas del Sil seguían su milenaria tarea de acariciar guijarros en su viaje hacia el padre Miño. Érase una vez, un rey que tenía tres hijas, y quiso probar cuál de ellas la quería más. Más que a mi vida, contestó la mayor ante el beneplácito del monarca. Más que a nadie en el mundo, susurró la del medio, y el padre la besó con la mirada. La menor, que era muy tímida, duda un segundo y le dice que lo quiere como una hija quiere a un padre, y lo necesita como los alimentos necesitan la sal. El rey monta en cólera por la comparación, y la hace echar con cajas destempladas. Pero la niña princesa se refugia en la cocina, donde la anciana cocinera la protege, y cuando llega el momento de enviar los alimentos a la mesa real, la convence para que el plato del rey no contenga ni un grano de sal. El monarca rechaza el plato, y pide que le envíen otro, que llega nuevamente sin ningún sabor. Así una y otra vez hasta que enfurecido manda traer a la cocinera para castigarla como se merece. En su lugar aparece la menor de sus hijas que asume la culpa, y le dice que pedía perdón por no haberse expresado bien para decirle cuanto lo quería. El rey entendió el mensaje, y abrazó a su hija ante el disgusto de sus hermanas que ambicionaban quedarse con el reino. Sin saber todavía que me ganaría la vida en las cocinas, la moraleja me encantaba. Y, claro, para mi el sabor en la comida es esencial. Y no se debe medir los sentimientos por palabras, a veces desafortunadas, sino por hechos. Tampoco es inteligente echar leña al fuego, para que falsos nacionalistas de uno y otro lado lleven agua para su molino. En mi humilde opinión, el amor entre argentinos y españoles es indisoluble. Y los objetivos de España y Argentina deberían ser de interés común. Nada más lejano a mi sentimiento, al de miles de paisanos y argentinos, que un divorcio controversial entre dos países que amamos profundamente en las buenas y en las malas. Los fieles lectores de esta columna saben que, en casi tres lustros, siempre nos mantuvimos leales a nuestros dos amores, ajenos a vientos coyunturales. “O rumor das follas ásperas / arrolando laranxas preto do ceo / chega coma unha nana / entrecortada polo vento / que roxe entre os castros / aires de gaitas no desterro. / No lar de pedras centenarias / dorme a sesta ata o silencio / que arrastra os dedos polo patio / acochado nos ollos do neno. // A partir do papel, imaxes en sepia / arremuiñanse como as augas / no remansiño do río / que segue amencendo día tras día / no Miño que morrera no mar / camiño a Bos Aires.”, escribió este cocinero que coincide con José Hernández en que “los hermanos sean unidos/ porque esa es la ley primera, / tengan unión verdadera / en cualquier tiempo que sea, /porque, si entre ellos pelean, / los devoran los de afuera”. A buen entendedor, platillos sencillos.


Faragullos - Ingredientes: 5 huevos, 200 grs. de harina, 150 grs. de panceta ahumada, 2 cucharadas de manteca.
Preparación: Mezclar la harina con los huevos añadiendo agua hasta formar una masa espesa. En una sartén con la manteca y un chorrito de aceite de oliva, dorar la panceta cortada en cubos pequeños. Echar encima la pasta y revolver hasta que quede sofrita (debe quedar como una torta desmigajada). Volcar en una fuente y cubrir con miel.