Opinión

El amor por las grandes empresas

El amor por las grandes empresas

El amor por las grandes empresas, que suelen padecer los defensores del modelo neoliberal, sobre todo los chilenos, se parece a la veneración de los creyentes por los templos monumentales.

Para muchos de nosotros, estas corporaciones gigantescas, sin rostro ni filiación posible, sin bandera, porque el internacionalismo capitalista –¡ay!– es más fiel y universal que el proletario, constituyen el paradigma de la esclavización por ese maridaje monstruoso del gran capital con la necesidad colectiva, “matrimonio feliz” al cual debemos rendirle pleitesía y tributo, mes a mes, contra sus obligadas prestaciones de consumos básicos: luz, agua, electricidad, gas y telefonía. Conocemos las drásticas sanciones a que estamos expuestos si no cumplimos, en la fecha prevista, con el pago de los suministros.

Y como esto que escribo es una crónica, apelo a tu infinita paciencia, caro lector, para contarte una breve anécdota que también tú puedes haber padecido: Un tórrido viernes por la tarde, a eso de las 17:00 horas, emprendimos viaje hacia la costa, mi mujer, mis hijos y yo. Era un fin de semana largo, con martes incluido. Al regreso, a eso de las 20:00 horas, embargados por el grato cansancio del viaje y los recuerdos placenteros de cuatro días en la playa, constatamos que en el departamento no había luz eléctrica, aunque nuestros vecinos sí estaban alumbrados por el genio de Edison… Mi mujer me escrutó, lanzándome una pregunta fatal: -“¿Pagaste la cuenta de Chilectra, h…..?”.

Pude comprobar, con callada amargura, que, un cuarto de hora después de nuestra partida del día viernes, los ejecutores pagados del corte por deuda impaga habían suspendido el suministro con un simple alicate chino. El refrigerador goteaba su llanto culpable de carnes y menestras en estado de descomposición… Sí, para más remate, era verano.

En este país de constantes catástrofes telúricas, climáticas y humanas, nos encontramos a merced de periódicas interrupciones de los servicios básicos. Basta una lluvia de moderada intensidad para que las aguas turbias de las quebradas cordilleranas afecten a las plantas de tratamiento del agua potable. Este año hemos sufrido ya dos episodios semejantes… y el año pasado y el antepasado…

Hace seis días, una nevazón en el gran Santiago –algo inusual, convengamos– produjo cortes de energía eléctrica en casi todas las comunas, dejando a cientos de miles de domicilios sin luz, pese a que la cantidad de nieve alcanzaba apenas para construir monigotes sonrientes.

La reposición fue lenta, tanto que aún hoy, ciento cuarenta horas después, hay hogares sin energía. Los daños a miles de usuarios son cuantiosos, incluyendo la inutilización de electrodomésticos; pero lo más grave ha ocurrido en hospitales públicos y en casas donde hay enfermos que requieren de la electricidad para sobrevivir, para respirar, si estás literalmente enchufado a máquinas que reemplazan tus estragadas fuerzas motoras.

Hubo reacciones airadas de la opinión pública. Algunos alcaldes se sumaron, decididos, a la protesta, amenazando con la interposición de querellas conjuntas en contra de esos grandes ‘Señores K’, que son las transnacionales dueñas de la vida y de la muerte de los clientes o usuarios o siervos. Joaquín Lavín, ultraderechista pero curioso cristiano bonachón de las elites de Cristo Rey, actuó con admirable y extravagante resolución, alojando en un costoso hotel a vecinos de su comuna desprovistos de energía eléctrica. -La cuenta va a ser pagada por la Municipalidad de Las Condes –adelantó–. Luego se la cobraremos a ENEL (ex CHILECTRA). Sacó aplausos, como cuando creara las playas mediterráneas junto al enclave deportivo de Iván Zamorano, aunque su arresto de caridad edilicia suele ser una gota en el océano que no ataca ni resuelve el meollo del problema.

¿Alguien, en su sano juicio, pensará que Enel o Aguas Andinas o Metrogas o las telefónicas serán sancionadas y pagarán, alguna vez, proporcionalmente a los daños infligidos por su reiterada inoperancia y abusos constantes?

Bueno, la ingenuidad política abunda tanto como escasea el juicio público. Así, las sanciones serán mínimas y los reembolsos –si los hay– insignificantes. De esto último se encargarán nuestros clasistas tribunales supremos, dispuestos siempre a defender la gran propiedad privada, mientras niegan o menoscaban los derechos humanos, como lo hicieran durante dos décadas de dictadura, como lo siguen haciendo con ladrones, estafadores y criminales de cuello y corbata que defienden esas corporaciones que nos expolian sin misericordia, de las que se nutre no solo la derecha, sino también individuos que un día se identificaron con el socialismo, como Ricardo Lagos, entre otros.

Amable lector, en el año 2000 nos visitó el Premio Nobel de Literatura 1998, notable y admirado escritor portugués, José Saramago. Recuerdo que en un breve discurso, en el paraninfo de la Universidad de Santiago de Chile, habló de nuestros países –así lo dijo– Chile y Portugal, relativamente pequeños y marginados en el concierto internacional, entregados de pies y manos al macabro capitalismo salvaje.

-Yo propondría –expresó Saramago–, vender nuestros dos países a Coca Cola Inc., puesto que esta transnacional gigantesca mueve un capital que correspondería al monto de los presupuestos de Chile y Portugal sumados, más un veinte por ciento… -Así, esta corporación administraría, con la indiscutible eficiencia que la caracteriza, los erarios estatales de las dos naciones y, quizá, tendríamos su “bebida de la felicidad” gratis o a precio irrisorio… Cambiarían, eso sí, algunos signos y símbolos importantes. Por ejemplo, en las efemérides nacionales, se izarían con honores ambos pabellones patrios, junto al emblema estrellado de Coca Cola Inc.

-¡Extraordinario!, ¡maravilloso! –Hombre, si al final todo se reduce a utilizar el ingenio emprendedor en beneficio del pueblo.

-Bueno, bueno… ¿Acaso no le parece esto una exageración literaria?

-Ni tanto. Mire usted lo que ocurre hoy en los Estados Unidos de Norteamérica, gobernada por un sumo sacerdote del amor incondicional por las grandes empresas, pese a todas las catástrofes planetarias.

-Voy a decir amén, aun a riesgo de ser considerado un hereje.

-Que así sea.