La bodega tiene abiertos mercados en distintos países de Europa y Latinoamérica

‘Ramón do Casar’, vinos del Ribeiro con sabor a emigración

Los vinos de la bodega ‘Ramón do Casar’ compiten en el mercado con los mejores caldos del momento. Llegan a buena parte de Europa y también de Latinoamérica, no en vano, su precursor procede de la emigración. Tras vivir un tiempo en Venezuela, Ramón González compró algunos terrenos en su aldea natal, Castrelo de Miño. En memoria de aquellos años en la emigración, las etiquetas de las botellas muestran fotos de la diáspora.

‘Ramón do Casar’, vinos del Ribeiro con sabor a emigración

Galicia puede presumir de la calidad de su tierra y también de sus aguas. De ellas se obtienen pescados y mariscos, así como productos de los sectores agrícola y ganadero, capaces de competir con las mejores materias primas del momento. Sin embargo, muchos de sus habitantes han tenido que salir fuera para procurarse el sustento, sobre todo en épocas en las que primaba una economía de subsistencia que apenas daba para algo más que para el ‘día a día’. Fruto, en parte, de esa emigración, la ‘región del noroeste’ –como se la conoce– presume en la actualidad de colocar en el mercado internacional productos de la mejor calidad, elaborados con las técnicas más innovadoras, que gozan de un amplio prestigio entre los entendidos de la buena mesa.

Para muestra, en Galicia, se dan muchos casos de compatriotas que, tras un tiempo de estancia en el exterior, han regresado a su lugar de origen con energías suficientes como para poner en práctica proyectos empresariales que con el tiempo alcanzarían un éxito indiscutible, contribuyendo con ello a multiplicar el valor de una tierra caracterizada por el minifundio, pero perfectamente válida para la explotación de determinados tipos de cultivo, como la vid.

Natural de Ourense, Ramón González, que hoy cuenta con 86 años de edad, emigró a Venezuela en 1955 y, veinte años después, regresó a la parroquia de San Salvador, en el municipio ourensano de Castrelo de Miño. Con el dinero que consiguió ahorrar en la emigración fue comprando terrenos en una zona bautizada como ‘Veiga Bella’, bañada en parte por las aguas del río Miño, en donde realizó trabajos de campo a la manera tradicional; es decir, la explotación para el consumo de subsistencia.

Sus ocho hectáreas de viñedo albergan hoy en día una de las bodegas de más consideración de Galicia –pese a su reciente implantación, en el año 2013–, donde se elaboran los exquisitos vinos blancos ‘Ramón do Casar’, que llevan Denominación de Origen del Ribeiro, gracias a la labor emprendida por los hijos de este emigrante: Javier, Ramón y Etelvino –los dos últimos residentes en el país bolivariano–, que han puesto en marcha un negocio con capacidad para producir 250.000 botellas.

En 2014, y puesto que se trata de una iniciativa reciente, la bodega puso en el mercado 60.000 unidades bajo los nombres ‘Ramón do Casar Treixadura’, elaborado con esta variedad de uva (la más emblemática de la zona del Ribeiro), y ‘Ramón do Casar Blanco’, con mezcla de treixadura, godello y albariño. En honor a esos años que su padre pasó en la emigración, ambas cosechas llevan impresas etiquetas con fotos de la emigración realizadas por Alberto Martí, conocido como el fotógrafo de la diáspora. Igualmente, se han puesto en el mercado packs de botellas que simulan las maletas que llevaban los que salían hacia la emigración.

Se trata de “un proyecto familiar” que “sirve como nexo de unión a tres hermanos”, sin tradición vitivinícola, pero que profesan un gran “cariño” por su tierra. “Queremos mejorar nuestra zona de Castrelo”, asegura Javier González. Para mantener el proyecto en pie, actualmente trabajan dos personas en la viña (en la época de la poda o la vendimia se contrata personal de forma temporal), además de un enólogo que se encarga de realizar las labores que requieren mayor especialización y que confieren a estos vinos la calidad que atesoran.

“Frescura, buen aroma y agradable al paladar” son las características que mejor definen los caldos del Ribeiro, “muy apropiados” para conquistar “el mercado a nivel mundial”, dice Javier González. Es por eso que los vinos ‘Ramón do Casar’ se pueden saborear en Galicia, pero también tienen presencia en países como Suiza, Inglaterra, Bélgica, Dinamarca, México, Puerto Rico y Colombia. En un futuro próximo, podrían distribuirse igualmente en Japón y Estados Unidos, pero el primer objetivo de estos tres hermanos se centra en “afianzar el mercado”. No obstante, también barajan la idea de elaborar espumosos con esta variedad de uvas, que podrían comercializarse en 2106 o 2017. Pero “todo lleva su tiempo”, asegura González, ya que prefiere mostrarse cauto a la hora de hablar de los planes de expansión de la empresa.

El reconocimiento a la bodega viene avalado por los premios que ha conseguido en el último año, a pesar de su corta experiencia: el Premio Baco de Plata (Salón de los Mejores Vinos Jóvenes de España); premio Feira do Viño do Ribeiro; Medalla de Plata Challenge Internacional du Vin (que le fue concedida en el mayor concurso internacional de vino orgnizado en Francia); el Bacchus de Oro que se concede en Madrid por los mejores catadores del momento, y el premio del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos de Ourense para reconocer al mejor proyecto realizado por un miembro del colegio, que recayó en José Paz, quien realizó el proyecto de la bodega.

“Los premios nos reafirman para seguir trabajando en esta línea y estamos muy orgullosos”, comenta.

Superados los trámites administrativos, Javier reconoce que, en la actualidad, “hay que tener mucho valor” para embarcarse en una aventura empresarial como ésta, porque existen “muchas trabas”. “Nosotros siempre hemos hecho las cosas como hay que hacerlas. Creo en la Administración y es importante el apoyo que nos da”, pero “hay cosas que se deben mejorar”, comenta.

Atrás quedan los años en que su padre abandonó Galicia con rumbo a Venezuela. Rondaba los 25 años y se instaló en Trujillo, ciudad ubicada en El Valle de Los Mukas, al oeste del país, donde trabajó como cortador de leña, en la construcción y en el ferrocarril; fue bedel en un colegio; junto a otro gallego, se encargó de una panadería y llegó a regentar un hotel.

Se fue solo y se casó allí, donde todavía continúan dos de sus hijos, regentando la panadería. Pero “aquello ha cambiado mucho”, dice Javier, en alusión a los problemas que se viven en Venezuela. Es por eso que no descarta que sus hermanos puedan instalarse algún día en Galicia. La instauración de la bodega “es una manera” de que, cuando lleguen, “tengan una actividad” de la que ocuparse, concluye.