Amarelo de Castro, el hombre que supo poner sentimiento a la ‘galeguidade’

Manuel Fraga le encomendó en su momento ocuparse de las necesidades de los residentes en el exterior y él supo poner a ese empeño conocimientos, pero sobre todo, afectividad. Fernando Amarelo de Castro se sirvió de ese lenguaje tan sencillo como universal para conectar con los sentimientos de un colectivo alejado espacialmente de su tierra, pero profundamente unido a ella desde el corazón y con esos ‘mimbres’ recorrió entusiasmado la Galicia emigrante durante doce años, los mismos en que permaneció al frente del departamento de Emigración de la Xunta.

Amarelo de Castro, el hombre que supo poner sentimiento a la ‘galeguidade’
Amarelo de Castro recibie una insignia de manos del presidente de la Agrupación Saudade.

Manuel Fraga le encomendó en su momento ocuparse de las necesidades de los residentes en el exterior y él supo poner a ese empeño conocimientos, pero sobre todo, afectividad. Fernando Amarelo de Castro se sirvió de ese lenguaje tan sencillo como universal para conectar con los sentimientos de un colectivo alejado espacialmente de su tierra, pero profundamente unido a ella desde el corazón y con esos ‘mimbres’ recorrió entusiasmado la Galicia emigrante durante doce años, los mismos en que permaneció al frente del departamento de Emigración de la Xunta. Con su cercanía supo ganarse el cariño de los gallegos de fuera y por su cercanía, los elogios de aquellos a los que había dedicado su tiempo y esfuerzo una vez que su carrera como dirigente político llegó a su fin, en septiembre de 2001.

Atrás quedaban, como él mismo los definió, “momentos únicos e irrepetibles” que le permitieron “sentir sensaciones de emoción y humanidad”, “entender la grandeza de la emigración” y “profundizar un poco más en el significado auténtico de la nostalgia, nuestra ‘morriña’”, pero, sobre todo, “aprender a ser más gallego” entre los que viven con un permanente sentido de añoranza. Atrás quedaban, como reconoció, años para el recuerdo de “actitudes y sacrificios de mujeres y hombres de nuestra tierra” que, desde la diáspora, fueron capaces de engrandecer la Galicia territorial y a los que pedía sentirse “orgullosos de ser los actores” del fortalecimiento de la Galicia exterior; esa Galicia para la que ideó programas de ayudas de carácter social y asistencial orientados a cubrir sus necesidades básicas, principalmente en aquellos países de acogida en los que las crisis políticas y económicas hicieron mella entre la población –de lo que no quedó exento buena parte del colectivo gallego–, y que la situaron como pionera en el desarrollo de estas actuaciones. También en el fomento de actividades culturales fuera de la comunidad, ya que el plan ideado desde el principio incluía la puesta en marcha de acciones encaminadas a difundir, a través de las muchas e importantes instituciones gallegas en el exterior, el uso de la lengua y el folclore propio de Galicia, así como actividades de carácter lúdico y deportivo.

De lo que se trataba, en definitiva, era de que los gallegos de fuera se sintieran tan de la tierra como los gallegos de dentro. Así se lo hizo ver Manuel Fraga y así lo puso en práctica Amarelo de Castro, quien se afanó en conseguir para los primeros “oportunidades en becas, en el trabajo…”, porque “no podemos olvidar nunca que estamos hablando de españoles que la única diferencia que existe es que en lugar de estar viviendo en A Coruña o Barcelona viven en Buenos Aires o Caracas”, dijo, en entrevista a ‘Galicia en el Mundo’, en julio de 2001.

Sus elogios hacia Manuel Fraga, de quien reconocía su profunda sensibilidad hacia el colectivo emigrante –no en vano, Fraga era hijo de emigrantes y residió de niño en Manatí (Cuba)–, fueron constantes a lo largo de los años que estuvo al frente de la Secretaría de Relacións coas Comunidades Galegas y de él llegó a decir que “en el futuro, en emigración, se hablará de un antes y un después de la etapa de Fraga”.

Fernando Amarelo de Castro, el hombre que desde el principio supo poner sentimiento a la ‘galeguidade’, se fue para siempre cuando le faltaban unos meses para cumplir 80 años. Se fue con su sensibilidad a otra tierra, a otra dimensión, y convencido de que “para conocer de verdad lo que es el mundo exterior hay que convivir con él y vivir las situaciones de los que residen fuera, en el éxito y en la falta de éxito”.

El suyo no deja lugar a dudas al permitir que aflorasen con ganas los buenos sentimientos hacia un colectivo obligado a echar raíces fuera de su lugar de origen. 

Descanse en paz.