Es una de las emigrantes españolas que participó en el viaje ‘El Retorno’

“Nuestro paisito no nos había olvidado”, aseguró con orgullo Yolanda Sena tras regresar a Uruguay

La crisis sanitaria mundial complicó el viaje denominado ‘El Retorno’, que realizaron emigrantes españoles en Argentina y Uruguay para rememorar de forma inversa el viaje por barco que realizaron sus antepasados, ya que los participantes tuvieron que ser repatriados a sus países de origen. Yolanda Sena, una de las participantes uruguayas y de las últimas en regresar, explica que se vivieron momentos de tensión pero también experiencias positivas. 
“Nuestro paisito no nos había olvidado”, aseguró con orgullo Yolanda Sena tras regresar a Uruguay
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Los pasajeros del crucero, llegando al hotel Cicerone en Roma.

La crisis sanitaria mundial complicó el viaje denominado ‘El Retorno’, que realizaron emigrantes españoles en Argentina y Uruguay para rememorar de forma inversa el viaje por barco que realizaron sus antepasados, ya que los participantes tuvieron que ser repatriados a sus países de origen. Yolanda Sena, una de las participantes uruguayas y de las últimas en regresar, explica que se vivieron momentos de tensión pero también experiencias positivas. 

Según explica, fue una muy buena experiencia a pesar de algunos momentos de nervios vividos. “Tanto el Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay, consiguiendo abrir fronteras y los vuelos que nos trajeran a casa, como Costa Cruceros, tomaron el liderazgo y asumieron con responsabilidad las decisiones de un viaje que debería haber finalizado el 19 de marzo, continuando, con todos los servicios hasta el 27 de marzo en que desembarcaron todos en la capital italiana”, asegura.

Costa Cruceros tenía que bajar a los pasajeros y luego tenía que ver qué hacía con sus 1.200 tripulantes, que en general vivían en el barco, pero, con las nuevas directrices, había que repatriar a sus países de origen.

“Esa tarde de tanta tensión hubo cosas tragicómicas, como, por ejemplo, un señor mayor que decía que era marino y que podía llevar todo el crucero de vuelta a Montevideo manejando él”, recuerda Sena, quien explica que “finalmente bajamos del crucero, nos llevaron al hotel Ciccerone en Roma, propiedad de Costa, todo con estrictas normas de desinfección”.

“Cuando llegamos a la puerta del hotel –explica– y descendimos de los buses, otra nueva experiencia. Por disposición de sanidad pública, no se podía ingresar todos juntos al hotel a recoger nuestras habitaciones. Debíamos hacerlo de grupos de 3 personas”. “Afuera debimos soportar temperaturas de 4 grados todos en una fila hasta que se apiadaron de nosotros y nos dejaron entrar a los mayores al lobby manteniéndonos separados”.

Sobre el tiempo que pasaron en el hotel, esta uruguaya explica que no podían salir de la habitación y “recibíamos las comidas en unos recipientes en bolsa de nylon que teníamos que ir a buscar y manteniendo todos un metro y medio de distancia. En la calle había un patrullero totalmente pendiente de si estábamos de a dos o de a tres, y cuando no cumplíamos bajaban los carabinieri y de un modo muy imperativo nos decían que debíamos separarnos. Era obvio que esta gente estaba pasándolo muy mal y no tenían tiempo para sonrisitas mientras nos decían las cosas”.

El promedio de edad de los pasajeros era de unos 75 años y los nervios empezaron a hacer mella en algunos de ellos. “En determinado momento –comenta– una señora de muchos años se puso a llorar y repetía ‘nos vamos a morir acá’. Yo sabía que iba a demorar la solución entre Cancillería y Costa, pero las autoridades del país iban a encontrar la forma de llevarnos a casa. Y dicho y hecho, finalmente el 27 subimos a los buses y nos llevaron directamente al aeropuerto de Roma y tomamos un vuelo especial de Alitalia que volaba con otros repatriados de Europa a São Paulo”.

Allí les esperaba el emblemático ‘Hércules’. “Tuvimos la experiencia maravillosa de volar en ese avión militar de la Fuerza Aérea Uruguaya”, explica Yolanda Sena, quien asegura que “fue un viaje distinto a todos los que habíamos conocido, por supuesto, pero todos volvíamos a nuestro país. Y allí, el típico aplauso uruguayo al tocar tierra”.

Al llegar, los esperaba el ministro de Defensa Nacional, Javier García, para darles la bienvenida y se dieron cuenta que todo el país hablaba de sus peripecias y que habían pasado a formar parte de la historia. “Nuestro paisito no nos había olvidado”, asegura con orgullo. 

Rosario y su esposo, Ruben Darío, son otros de los dos uruguayos que participaron en este viaje. “Debo decir –explica Rosario– que las cancillerías argentina y uruguaya se pusieron inmediatamente a buscar soluciones. La empresa Costa se hizo cargo de todos nuestros gastos de repatriación. En todo momento nos aseguraron que íbamos a llegar sanos y salvos a nuestras casas. Se buscó la posibilidad de chárters pagados por Costa y fueron bajando los pasajeros organizados en pequeños grupos en ómnibus desinfectados con materiales de protección rumbo al aeropuerto de Génova”.

En Génova, al ser un aeropuerto pequeño, la evacuación iba a ser muy lenta, por lo que el crucero regreso a Civitavechia, el puerto cercano a Roma y desde allí comenzaron a salir grupos de diferentes nacionalidades. 

“Fue difícil ver partir a nuestros amigos y no estar en las listas para irnos nosotros. Quedábamos cada vez menos a bordo. La empresa naviera Costa nos gratificaba nuestro lógico nerviosismo con 300 euros a cada pasajero y hasta los últimos 5 días abrió el bar y teníamos bebidas alcohólicas y refrescos gratis”, explica.

“Aunque permanecíamos en un hotel flotante de 5 estrellas, con todos los servicios incluidos, la angustia de no saber qué pasaría con nuestros familiares y el poco contacto que teníamos con la realidad nos afectaba mucho”, recuerda Rosario, quien explica que al final de los 2.800 pasajeros que habían embarcado, solamente quedaban a bordo 300, de los cuales 75 eran uruguayos y solamente 8 del viaje ‘El Retorno”. 

Durante esos días, hubo momentos distendidos pero “mucha gente ahí se deprimió; los demás comenzamos a levantar el ánimo al resto. Sucedían cosas insólitas. Un día nos dicen que aprontemos el equipaje y que pasarían a retirarlos para desembarcar. Nosotros todos ilusionados con que nos íbamos y luego de que se llevaran nuestro equipaje, nos informan que ese día no era, que posiblemente sería el siguiente, así que estábamos con lo puesto, sin ropa de recambio. Al otro día nos devolvieron las maletas, y a esa altura no sabíamos si eso era bueno o malo. Vivíamos una continua incertidumbre”, explica.

Finalmente, el 25 de marzo les informan de que van a descender del barco porque las autoridades italianas no querían cruceros con personas a bordo, pero todavía tardarían unos días en regresar a Uruguay. “Hubo gente que se atrincheró en sus cabinas porque no querían bajar dos días antes”, explica Rosario.