Ministro de Exteriores de 1976 a 1980, recuerda la primera visita de Suárez a Cuba

Marcelino Oreja: “Fidel nos comentó que, como oriundo del país que era, se le debería reconocer la doble nacionalidad”

Fidel Castro aceptó “encantado” la invitación para visitar España que le realizó el presidente español Adolfo Suárez, en nombre del Rey, durante su primer viaje a Cuba. Así lo recuerda Marcelino Oreja Aguirre, exministro de Asuntos Exteriores de España entre los años 1976 y 1980, quien asegura que Fidel “nos comentó que, como oriundo del país que era –su padre nació en Galicia–, se le debería reconocer la doble nacionalidad”. En esta entrevista, Marcelino Oreja también confiesa que “me enorgullece hoy recordar que fue el pueblo español quien prestó su músculo, su fuerza colectiva, para nuestra entrada en Europa”.

Marcelino Oreja: “Fidel nos comentó que, como oriundo del país que era, se le debería reconocer la doble nacionalidad”
Oreja con Suarez y Fidel
Marcelino Oreja, con Fidel Castro, durante el viaje con Adolfo Suárez, a Cuba.

Fidel Castro aceptó “encantado” la invitación para visitar España que le realizó el presidente español Adolfo Suárez, en nombre del Rey, durante su primer viaje a Cuba. Así lo recuerda Marcelino Oreja Aguirre, exministro de Asuntos Exteriores de España entre los años 1976 y 1980, quien asegura que Fidel “nos comentó que, como oriundo del país que era –su padre nació en Galicia–, se le debería reconocer la doble nacionalidad”. En esta entrevista, Marcelino Oreja también confiesa que “me enorgullece hoy recordar que fue el pueblo español quien prestó su músculo, su fuerza colectiva, para nuestra entrada en Europa”.

Tuve la oportunidad de conocer a Marcelino Oreja de la mano de mi buen amigo Juan Velarde Fuertes, destacado catedrático y economista, y presidente de honor de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en Madrid.

Justo en esta ilustre Academia, pude conversar con Marcelino Oreja, y recuerdo que hablamos sobre su viaje a Cuba, también sobre la figura del desaparecido expresidente de la Xunta de Galicia Manuel Fraga Iribarne, quien procesaba una pasión infinita por Cuba, como expresó en su publicación, de 1992, ‘Cuba en la encrucijada caribeña’, editada por la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Pregunta. ¿Por qué escogió la carrera diplomática?

Respuesta. Desde muy joven sentí gran interés por el derecho internacional. Había cursado estudios en la Academia de Derecho Internacional de La Haya, y en su centro de investigación y el catedrático Antonio de Luna me incorporó a su equipo de ayudantes. Mi vocación era la carrera académica. Lo consulté con mi madre y recuerdo muy bien su respuesta. Me preguntó cuánto tiempo tardaría en obtener la cátedra y le contesté que al menos siete u ocho años ya que en España sólo había doce universidades y por tanto doce cátedras de la asignatura. La respuesta de mi madre fue clara. Me dijo que, aunque la decisión era mía puesto que yo le consultaba, su criterio era que hiciera primero una oposición rápida como diplomático y siempre estaría a tiempo para opositar más tarde a la cátedra. Me convenció y fue el camino que seguí.

P. ¿Qué anécdota guarda de su paso por el Ministerio de Exteriores?

R. Me resulta imposible elegir una sola anécdota. Fueron muy numerosos los sucesos que viví durante tantos años al lado de un gran ministro de Asuntos Exteriores como fue Fernando Castiella, luego en mi época de subsecretario con José María de Areilza y más tarde como ministro entre 1976 y 1980.

P. Es indudable que la historia cuenta con dos artífices que inician el camino a la inclusión de España en el mercado común europeo, por orden cronológico, primero fue el ministro Fernando María Castiella, el 9 de febrero de 1962, con el ‘Acuerdo de Adhesión’, y años más tarde, usted siendo ya ministro, el 28 de julio de 1977. ¿Cómo recuerda aquel tiempo?

R. Desde los años 60 el Gobierno y la oposición miraban a Europa, aunque con diferente perspectiva: desde el Gobierno tanto por razones políticas como económicas, se buscaba una aproximación de las instituciones europeas aún con la certeza de que no había progreso político mientras no se instaurase una democracia y sólo cabía alcanzar un convenio comercial preferencial como se logró en 1970 y que arranca con la iniciativa del ministro Castiella en 1962.

Desde la oposición, el Congreso europeo de Munich, celebrado ese mismo año, selló una colaboración entre miembros de la oposición al Régimen tanto del interior como del exterior de España y mostró un decidido empeño de liberales, demócrata-cristianos y socialistas de situar la adhesión de España a la Europa Comunitaria como prioridad en su programa político.

Tras la muerte del general Franco, la integración de España en Europa la inició con vigor y decisión el rey don Juan Carlos I, cuando en su discurso de investidura, el 22 de noviembre de 1975, lanzó el gran reto: “La idea de Europa sería incompleta sin una referencia a la presencia del hombre español y sin una consideración del hacer de muchos de mis predecesores. Europa deberá contar con España, y los españoles somos europeos. Que ambas partes así lo entiendan y que todos extraigamos las consecuencias que se derivan. Es una necesidad del momento”. Fue el mensaje político directo a europeos y españoles. Todos comprendimos que el proceso histórico de nuestra integración en Europa había comenzado.

Poco después, fue posible el trabajoso proceso de nuestra adhesión a Europa gracias al apoyo de los políticos de la Transición a nuestro ingreso en Europa como un tema de Estado, aplazando generosamente cualquier duda ideológica o cualquier interés electoral. Recuerdo a todos los parlamentarios, en la inolvidable sesión del Congreso de Diputados de 27 de junio de 1979, que apoyaron la decisión de integrar a España en Europa, por 285 votos a favor por 2 en contra. Nada parecido había ocurrido en los procesos de integración de los 11 países que nos habían precedido en la adhesión a   Europa, en los que siempre apareció la zancadilla de algún partido o líder euroescéptico.

Y me enorgullece hoy recordar que fue el pueblo español, de toda condición y de todas las regiones de España, quien prestó su músculo, su fuerza colectiva, para nuestra entrada en Europa.

Un pueblo valiente que había soportado con paciencia y dignidad nuestro aislamiento internacional durante aquellos años en los que, faltos de un Régimen democrático, no pudimos formar parte durante un amplio periodo de tiempo de las Naciones Unidas, del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional, del Plan Marshall, de la OECE, del GATT, de la OTAN, del Consejo de Europa, de las tres Comunidades Europeas, de la Unión Europea Occidental, y de la Asociación Europea de Libre Comercio.

Nuestra sociedad civil, los empresarios, los sindicatos, las universidades, el mundo cultural, y el de los medios de comunicación, el mundo de las ideas, el del trabajo, el del anonimato, decidieron superar el pasado. Ese pueblo español tenía sus razones. En su inmensa mayoría, sabía que Europa nos anclaba en la democracia, en el respeto a los Derechos Humanos, y a las Libertades Fundamentales y que nos embarcaba también a nosotros en la emocionante creación de la unidad económica y política de Europa, firmemente proclamada por los políticos y los países fundadores.

P. Quisiera recordarle ahora el incidente que se produjo entre el embajador Juan Pablo Lonjendio y el comandante Fidel Castro, exactamente un miércoles 20 de enero de 1960, sobre las 12:30 de la noche, en los estudios del Canal 2 de la Televisión Cubana durante la salida al aire del programa Tele Mundo Pregunta. ¿El ministro Castiella o algún colaborador le habló alguna vez sobre este hecho?

R. Aunque los hechos son de sobra conocidos, le contaré cómo recuerdo aquel suceso. El jefe de guardia del servicio de cifra me llamó por teléfono de madrugada para decirme que no quería despertar al ministro, pero debía informar que el gobierno cubano acababa de declarar ‘persona non grata’ al embajador de España, a quien había conminado a abandonar en cuarenta y ocho horas el territorio cubano.

Al escuchar la noticia que me trasladaba mi compañero de cifra decidí esperar hasta las siete de la mañana para despertar al ministro, que me citó en el Palacio de Viana a las ocho. Reuní toda la información en el Gabinete de cifra y me presenté en la residencia del ministro, que me recibió en su dormitorio. Allí le amplié detalles y, delante de mí, llamó al general Franco, a quien describió los sucesos de La Habana. El general le escuchó pacientemente, y al final, sin ningún otro comentario, se limitó a decir a Castiella: “No romper con Cuba. Le veré luego en el Consejo de Ministros”. Y colgó. A mí, y pienso que también a Castiella, nos impresionó la frialdad de la reacción, que muestra uno de los rasgos del carácter de Franco.

P. Se hizo público que Franco, mantuvo una conversación con el ministro Castiella sobre el “asunto” de Cuba, dejando clara su intención de seguir manteniendo relaciones diplomáticas óptimas con la isla. ¿Cree que las raíces gallegas de ambos mandatarios –Franco y Fidel– se pusieron al servicio del entendimiento?

R. Desconozco cuáles fueron las causas de ese entendimiento, si es que lo hubo, porque realmente son casos muy contados donde se produjo esa coincidencia. Lo que sí es cierto es que el deseo de Franco era seguir manteniendo unas relaciones normales con Cuba, y, por consiguiente, frente a la reacción natural que hubiera sido su irritación al conocer lo que había sucedido, Franco tuvo aquella respuesta que he comentado.

P. En las relaciones diplomáticas entre Cuba y España, hubo momentos complicados. Sirva como ejemplo, el antes mencionado incidente de enero de 1960 que provoca la expulsión del embajador de España en Cuba y a la inversa. Será ya varios años después, en septiembre de 1975 con sendos nombramientos: el del embajador de Cuba a Madrid, Carlos E. Alfaras Varela, y el del embajador de España a La Habana, Enrique Suárez de Puga, cuando se vuelvan a reestablecer ambas embajadas. ¿Cómo se logró este hecho?

R. Se logró de una forma muy natural. No parece que tenía sentido que no hubiera un embajador de Cuba en Madrid, o de España en La Habana y creo que los dos realizaron una gran labor, especialmente Enrique Suárez de Puga. Fue un excelente diplomático que contribuyó a que el restablecimiento de ambas embajadas se lograse de una manera tranquila, pacífica, y finalmente, con resultados eficaces.

P. Corría el 9 de septiembre de 1978 y ocurría, entonces, un hecho histórico en las relaciones diplomáticas entre Cuba y España: La visita oficial del primer presidente de Europa Occidental a Cuba. Adolfo Suárez González llegaba a La Habana, en la aeronave D-8 de la fuerza aérea española, al aeropuerto José Martí, recibido por los hermanos Castro. Instantánea que quedará para la Historia, dado que nunca más se volvería a repetir que ambos hermanos ejercieran juntos como anfitriones de un presidente de gobierno español. ¿Cómo se organizó esa visita? ¿Quién formaba la comitiva además de usted mismo?

R. La visita a La Habana pretendía reforzar los lazos entre ambos países, ya que tras unos años donde se habían debilitado, nunca se rompieron.

De aquel viaje recuerdo que llegamos a La Habana después de haber visitado Venezuela. En el aeropuerto esperaban Fidel Castro y su hermano Raúl. Fidel se mostraba pletórico, con simpatía desbordante. Fue un recibimiento apoteósico. Él mismo nos llevó a la residencia donde nos alojaron. No contento con ello, nos enseñó las habitaciones que tenían preparadas, donde, en cada una de las cuales, había hermosas cajas de puros Cohíba y botellas de ron.

En las conversaciones, Suárez le transmitió la invitación del Rey para visitar España, que aceptó encantado. Dijo que pasaría una semana y que iría a Madrid y a Galicia, donde había nacido su padre. Nos comentó la honda significación emocional que para él tenía la visita a España y que siempre había sentido gran cariño por los temas españoles y que, como oriundo del país que era, se le debería reconocer la doble nacionalidad. Encomió el proceso político seguido por nuestro país y el esfuerzo del Rey de España y del presidente Suárez y mostró su reconocimiento por nuestra solidaridad cuando España se resistió a las presiones de Estados Unidos y no aceptó el bloqueo, a pesar de las diferencias políticas entre los dos países.

En cuanto a los temas concretos que planteamos, manifestó su acuerdo respecto a la indemnización a los españoles cuyos bienes fueron nacionalizados en Cuba. En cuestiones de doble nacionalidad, prometió facilitar los viajes de quienes quisieran desplazarse a nuestro país.

P. ¿Se logró la expectativa deseada por ambos gobiernos?

R. Hay una regla general y es que las expectativas son siempre superiores a la realidad, sin embargo, eso no es obstáculo para decir que fueron unas relaciones correctas, normales y positivas, no tanto desde el punto de vista político como sí del económico y comercial.

Currículum de Marcelino Oreja

Marcelino Oreja Aguirre nació en Madrid el 13 de febrero de 1935 en una familia vasca perteneciente a la burguesía profesional e industrial.

Se licenció en Derecho en la Universidad de Salamanca con la calificación de Sobresaliente y es doctor en Derecho por la Universidad de Madrid con Premio Extraordinario y doctor ‘honoris causa’ por las universidades de Zaragoza y Sevilla. Ha sido profesor de Política Exterior de la Escuela Diplomática y titular de la Cátedra Jean Monnet de derecho comunitario en la Universidad Complutense.

Ha sido subsecretario de Información y Turismo y Asuntos Exteriores, ministro de Asuntos Exteriores, delegado de Gobierno en el País Vasco con categoría personal de ministro, secretario general del Consejo de Europa, miembro de la Comisión Europea de Transportes, Energía, Audiovisual y Cultura.

Como parlamentario ha sido senador real en la legislatura constituyente, diputado por Guipúzcoa y Álava en varias legislaturas, presidente de la Comisión Mixta Congreso Senado en las Cortes Generales, presidente de la Comisión Constitucional del Parlamento Europeo y vicepresidente del Partido Popular Europeo.

Actualmente es presidente del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad CEU- San Pablo, presidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, presidente de la Fundación Pelayo y consejero de Fomento de Construcciones y Contratas y del Banco Barclays.

En 1988 fue nombrado Europeo del Año por la Fundación Europea de la Ciencia, del Arte y de la Cultura en el Palacio del Senado de la República Francesa.

Está en posesión de las Grandes Cruces de Carlos III, Isabel la Católica, Mérito Militar, Mérito de la Guardia Civil y Alfonso X el Sabio.

Es ‘hijo adoptivo’ de Santiago de Compostela y Medalla de Oro de la Cultura de Santiago de Compostela.

Es autor de ‘Europa para qué’, con prólogo de Raymond Barre y presentado por Simone Veil; ‘La Constitución Europea’, ‘El Tratado de Ámsterdam’, ‘Europa Final de Milenarias Realidades y Perspectivas’.

Últimamente ha publicado un libro de relatos de su vida titulado ‘Memoria y Esperanza’.

En abril de 2010 el Rey le concedió el título de Marqués de Oreja.