SAN FERNANDO CELEBRó EN MARZO EL PRIMER ENCUENTRO DE DESCENDIENTES DE CáNTABROS

Los ‘hombres de la montaña’ que bajaron al sur para quedarse

Desde el Valle del Pas, Valdáliga… de toda Cantabria, los hombres de la montaña bajaron al sur hasta llegar a la otra punta de la Península para trabajar; trabajar duro. La historia marca el inicio de la emigración cántabra a Cádiz y a San Fernando (también conocida como La Isla) desde el siglo XIII pero es más relevante a partir del XIX. En el caso de esta última ciudad, la presencia de los montañeses está vinculada a dos pilares básicos en la idiosincrasia de la misma: los montañeses fundaron la Cofradía de Jesús Nazareno (regidor perpetuo de la ciudad) y el Club Deportivo San Fernando.

Los ‘hombres de la montaña’ que bajaron al sur para quedarse
Eduardo-Isabel-VanessaPerondi
Eduardo, Isabel y Vanessa Perondi, en su establecimiento.

Desde el Valle del Pas, Valdáliga… de toda Cantabria, los hombres de la montaña bajaron al sur hasta llegar a la otra punta de la Península para trabajar; trabajar duro.

La historia marca el inicio de la emigración cántabra a Cádiz y a San Fernando (también conocida como La Isla) desde el siglo XIII pero es más relevante a partir del XIX. En el caso de esta última ciudad, la presencia de los montañeses está vinculada a dos pilares básicos en la idiosincrasia de la misma: los montañeses fundaron la Cofradía de Jesús Nazareno (regidor perpetuo de la ciudad) y el Club Deportivo San Fernando.

Pero más allá de estos hechos históricos, la emigración cántabra en La Isla ha supuesto la configuración de la propia fisionomía del municipio y del tipo de vida. Conocidos en toda la Bahía de Cádiz eran los negocios de La Isla emprendidos por cántabros: El Sosiego, La Alegría, Las siete puertas, o el mítico El 44; los montañeses crearon vínculos, comunidad pero con miras a la integración. Importantísima aportación la suya la de crear la Unión Montañesa, una casa de salud que bien podría considerarse una primitiva seguridad social. Y también trajeron el progreso, porque los montañeses de La Isla no sólo se dedicaron a la alimentación y el despacho de bebidas, sino a otros negocios como el de los electrodomésticos. Todo un adelanto en aquellos años.

Y siempre con la honradez, el sacrificio y el trabajo por delante. Por eso, por esa labor callada de siglos, sus descendientes isleños, organizaron el pasado 22 de marzo un encuentro de familiares como homenaje a sus padres y abuelos en el Centro de Congresos de San Fernando. Y se llenó. Lo esperaban pero no hasta ese punto. La iniciativa partió de un grupo de mujeres descendientes de montañeses que organizó este acto con el objetivo de recordar viejos tiempos, compartir momentos y reconocer el trabajo de sus padres. Lo consiguieron y con creces, porque el encuentro se ha convertido en un reconocimiento de esta comunidad en la ciudad, que ya les dedicó una calle, ‘Montañeses de La Isla’.

El académico y escritor José Carlos Fernández Moreno puso la literatura, la nostalgia, la añoranza y la verdad de cuánto bien trajeron estos hombres y mujeres en su conferencia Montañeses de La Isla. Pero, “¿por qué aquí?”, se preguntó Moscoso. En una primera etapa,  casi de nacimiento de la ciudad en torno a la Armada, San Fernando era una tierra por hacer y ofrecía muchas posibilidades. Y en una segunda, tras la Guerra Civil, en “esta España desconchada, esta Isla podría considerarse un rincón privilegiado” por la carga de trabajo que acumulaban sus astilleros y la presencia militar. Y en este contexto, se afincaron los montañeses para “trabajar, trabajar y trabajar” con “esfuerzo y tesón”. Los comercios de los montañeses se convirtieron en los centros de los barrios y allí “pasaron horas de mostrador”, siempre al “lado de una montañesa o una isleña”.

El ‘chicuco’ que se convirtió en el último montañés

Eduardo e Isabel era una de esas parejas. Él, cántabro, ella, de San Fernando, de La Isla. Él, natural de Carmona, llegó a la ciudad con trece años, con un hermano menor. Huérfanos de padre y madre, los hermanos emigraron hacia el sur donde los esperaba su tío David, también dedicado al negocio de alimentación. Allí empezó, pasando luego a trabajar en muchos establecimientos porque “cuando los dependientes eran buenos, se los rifaban”, cuenta su esposa Isabel Díaz.

Ella lo conoció en 1962 cuando Eduardo ya se había hecho con una tienda propia, primero en alquiler. Isabel cosía en un taller de costura que estaba enfrente y su señora la mandó a comprar. Habitualmente lo hacía en una tienda más allá de la que regentaba Eduardo pero el dueño “era muy feo” y ella le pidió hacerlo en la tienda del montañés porque “era un muchacho joven”. Y allí surgió el flechazo. Con 24 años ella y 30 él, se casaron en 1969 y tuvieron tres hijos.

Durante años vivieron en la trastienda. “Daba de comer a mis hijos y volvía a despachar”. “De conciliación nada, ¡no había tiempo de desconectar!”. Y en esos años de duro y constante trabajo, la familia Díaz adquirió el local hasta poder comprar la finca y poder instalar su casa en la planta de arriba. Antes, “la entrada de la tienda era la puerta de mi casa”.

Su ultramarinos de la calle San Diego respondía al tipo tradicional de estos establecimientos: venta de productos y despacho de bebidas. La tienda era conocida por su exquisito jamón y, cuando no se podía, chacinas de calidad, pero no era sólo una despensa de viandas sino que la tienda de Eduardo era un sitio de confianza, donde despachaban con generosidad y donde la palabra tenía valor y se fíaba. “¡Cuántas veces me han dicho: qué de hambre nos quitó Eduardo!”, recuerda emocionada Isabel.

Más de cuarenta años en su establecimiento y 52 desde que empezó a trabajar, Eduardo se jubiló en 2005 dejando el negocio al que empezó como él de chicuco, de forma que se convirtió en el último montañés en activo. La tienda finalmente cerró, pero cuatro generaciones de isleños se alimentaron sin una caja registradora de por medio que los separara del tendero. Él falleció en 2011 pero su recuerdo estuvo muy presente en el homenaje a los montañeses; a fin de cuentas, Carmona fue siempre isleña y él compartió su corazón con el CD San Fernando y el Racing de Santander.